De la reja pintada de azul de la fachada de una casa en La Paternal cuelgan cinco pañuelos blancos. En la ventana hay dos carteles con la consigna #NiUnaMenos. Detrás de esa fachada funciona la fábrica de ropa descartable que construyó una parte de la imagen más potente de la movilización contra el 2X1: de la puerta del galpón salieron 70 mil pañuelos confeccionados con spundbonded, el material que se utiliza para hacer barbijos, ambos y otras indumentarias descartables. Para cubrir la Plaza de Mayo de pañuelos blancos, se cortaron –y donaron- 16.000m2 de polipropileno. “Era la oportunidad de poder hacer una mínima ayuda. La idea la podían tener muchos, pero la podíamos instrumentar porque es nuestro trabajo permanente”, dice Sergio Pomeraniec, quien llevó adelante la iniciativa junto a Guillermo Buitrago y Sabrina Pipman, sus compañeros de trabajo. 

La idea fue tan espontánea como el llamado a marchar con el icónico símbolo de las Madres y Abuelas, una propuesta difundida en las redes sociales que los organismos resolvieron aceptar y promover. A Sergio se le ocurrió que podían fabricarlos. El lunes, cuando llegó al taller, se lo contó a Guillermo y Sabrina. “Se prendieron como locos”, reconstruye. Enseguida, Guillermo recurrió a su agenda: una amiga con un contacto en HIJOS y otro que trabaja en la Defensoría del Pueblo. Ese mismo lunes acercaron la mitad de la producción al organismo. “Queríamos que todos tuvieran su pañuelo, que llamara la atención y fuera masivo”, cuenta Guillermo. 

Durante dos días, la fábrica se convirtió en una usina de producción de pañuelos. En dos horas, cortaron 35 mil pedazos de tela. El martes, dos cortadores se quedaron después de hora para llegar a la segunda tanda. El celular de Guillermo estalló de pedidos. La noticia del proyecto ya en marcha llegó a diversas agrupaciones que pasaron a buscar bolsones. Sergio entregó otros en su casa, el martes por la medianoche. 

-Los felicito-dijo un vecino al ver los pañuelos colgados en la reja. 

-¿Querés llevar?- ofreció Sergio. 

-¿Se puede?-preguntó el vecino con timidez. Y cargó una pila para el trabajo. 

El miércoles, los pañuelos se entregaron en distintos puntos de la Ciudad. Guillermo se guardó unos pocos para repartir con los hijos, gemelos de nueve años, cerca de la Catedral. No pudo pisar la Plaza. Sergio tampoco. Regaló los últimos pañuelos cuando entró al subte A en Flores. El vagón, de a punta a punta, se vistió de blanco. “Me lo pedían todos. Se pusieron a cantar. Fue conmovedor”, recuerda. 

La iniciativa también atravesó las historias de Guillermo y Sergio, quienes trabajan juntos hace 9 años. El dueño de la fábrica milita desde los 13, fue afiliado al PC. Los efectos del Terrorismo de Estado los terminó de entender hace seis años, cuando conoció a Ana. Su actual compañera aún reclama justicia por María Virginia Monzani, su hermana, y Carlos Andisco, el marido, secuestrados el 11 de febrero de 1977 en Ituzaingó. “Me aterra la posibilidad de que pueda cruzarse a los represores en cualquier lugar”, dice Sergio con la voz entrecortada y los ojos vidriosos. 

Guillermo, de 39 años, nació en Santiago de Chile en una familia, dice, de derecha: “Soy la oveja negra”. En Buenos Aires, donde vive hace 12 años con su mujer, empezó a redescubrirse. “Acá –señala- existen las Madres que hacen todo desde el amor, y luchar desde el amor da una visión diferente”. 

“Soñé esa foto que anda dando vueltas”, resume Sergio, aún sonriente. A él y a Guillermo los invitaron a subir al escenario. “Ni en pedo”, respondieron. Desde el palco, Taty Almeida agradeció los 70 mil pañuelos donados. Equivocó el apellido de Sergio. Dice que fue un error forzado: lo pasó mal porque le parecía exagerado aparecer junto a los organismos de Derechos Humanos. “Aunque lo pronunció mal, nosotros sabemos quién sos”, le escribieron sus amigos esa noche por Whatsapp.