Bajo el sello Investigaciones de la Biblioteca Nacional, el historiador Lucio Mafud acaba de publicar La imagen ausente-El cine mudo argentino en publicaciones gráficas. Catálogo. El cine de ficción (1914-1923), una obra que compila data imprescindible para comprender un período clave del séptimo arte nacional. La Argentina no se caracteriza por conservar lo valioso de las expresiones artísticas, y es por ese motivo que la pintura, la escultura, la arquitectura y el paisaje urbano han sufrido depredaciones que en la mayoría de los casos no tienen posibilidad de reposición alguna; el cine no es una excepción a la regla.

Del período mudo, y también del sonoro, tanto la Fundación Cinemateca Argentina, como el Museo del Cine y diversos coleccionistas privados asumieron la responsabilidad de preservar buena parte del cine nacional desde sus inicios a finales del siglo XIX hasta el presente, y el más dañado es el periodo del cine silente. Recurriendo a revistas especializadas y la crónica periodística del período que va desde 1914 a 1932, es decir toda la ficción de esos 18 años, Lucio Mafud armó su propio catálogo, con el que ganó una beca que en 2008 lanzaron la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional General Sarmiento.

El volumen, presentado por Ediciones Biblioteca Nacional y Teseo, incluye en sus 574 páginas un análisis de la situación, un panorama del cine mudo entre 1914, el año de la presentación de Amalia, y 1923, cada bloque con su respectiva  bibliografía, que precede a lo que el autor define muy acertadamente como catálogo.

El corazón del trabajo, el que requería mayor precisión, propone 163 fichas con elencos técnicos y artísticos completos, locaciones, comentarios con referencias a críticas de su tiempo, análisis de otros historiadores, comparación con bibliogafía específica, así como notas de diverso tenor y origen de material en su mayoría perdido. El autor plantea incluso divergencias con la bibliografía existente, obras en muchos casos de grandes historiadores que en su trabajo debieron enfrentar las limitaciones de los tiempos en que trabajaron a la hora de cotejar información, pero que ahora Mafud puede comparar y unificar en fichas que pueden ser consideradas fidedignas.

Gracias a un listado de salas citadas, se puede saber que en Perón al 700 (antes Cangallo) funcionaba el Imperial Biógrafo, que en Paraná al 900 funcionaba el Petit Palace; y que en el Teatro Florida de la Galería Güemes, de la calle Florida, y donde hoy funciona el Multiteatro de Corrientes al 1200 (el Smart) también se proyectó cine.

La parte final está dedicada a los registros gráficos, fotografías tomadas en rodaje, fotogramas, avisos, recortes de revistas y diarios, afiches e incluso carátulas de partituras, como la de La última langosta (1916), que aportan las únicas imágenes de muchos de los filmes citados en el vasto fichaje y que ayudan a imaginar lo que ya no existe. Lucio Mafud, que actualmente trabaja en la biblioteca de la Escuela Nacional de Cinematografía y Realización Cinematográfica (Enerc), habló con Télam acerca de cómo fue el trabajo de investigación y cuáles son las curiosidades o descubrimientos que puede aportar este trabajo, como una historia social del arte cinematográfico.

-¿Cómo nació la idea de esta investigación? 

– Me interesaba hacer un catálogo que diera cuenta de la producción de esa época y a partir de que estaba trabajando en una biblioteca anarquista investigando sobre el movimiento obrero encontré unas publicaciones donde aparecían fotos de películas nacionales, y me dio la impresión de que a partir de los aspectos gráficos se podía reconstruir ese cine que prácticamente está perdido.

-En la Argentina se perdió mucho material de entonces…

– La cinta de celuloide, el nitrato, produjo grandes incendios ya en la década del 20, los de Max Glucksman, el de Federico Valle, y determinó que gran parte de la producción se perdiera, sumado a que no existía una política de conservación y la única forma de poder reconstruir esa etapa era buscar apuntes de la época, salir a consultar miles de publicaciones, de cine o culturales.

  ¿El eje es la recuperación de data para suplir la falta de conservación?

 El tema de la conservación es clave y de hecho el título de mi libro arremete con esa situación, estás trabajando con un objeto de estudio que está marcado por material fílmico del que gran parte posiblemente nunca podamos ver. Constituir un catálogo con un desarrollo amplio de los argumentos, a diferencia de un catálogo del sonoro, necesitaba más información.

¿Tenés ejemplos?

En Caras y Caretas o PBT se publicaban argumentos de las películas, folletines que iban de un número a otro, incluso fotos. Recientemente a partir de descubrimientos que se produjeron en el Museo del Cine de varias películas nacionales hubo una vuelta al interés por el cine mudo, que se dio a partir de la edición en DVD de algunas de ellas, que volvieron a ponerlo en el candelero.

-¿Cuál era tu meta?

-Llegar a los argumentos en varias páginas, reconstruir los intertítulos, información sobre la música que se tocaba en vivo en los cines, quiénes la ejecutaban… En el libro aparece la foto de una partitura escrita especialmente para una película de 16 páginas, de Pérez Freire, un compositor de la época. Entender que el cine mudo nunca lo fue, algo que surge de complementarlo con ese material.

-Era necesario chequear los estudios anteriores…

– Hay datos que surgen de la década del 30 y se repiten, pero te dabas cuenta que estaban errados desde el principio, y ese era un gran tema. Otro elemento clave es evidenciar las contradicciones que hay en las fuentes de la época. A veces no hay certezas. Continuamente hay dudas incluso con actores de esas películas y lo tenés que marcar como posibilidad, con un signo de interrogación.

Sacudir la mitología…

 -Ocurre que muchos actores ya del período sonoro intentaron realzar su pasado incluyéndose en películas que desaparecieron y no fue así.

-¿Dónde buscaste material?

– Trabajé mucho en la biblioteca de la Enerc, que cuenta con una colección bastante completa de la revista Excelsior, que ningún investigador previo había consultado, revista gremial que salió en 1914 para distribuidores y exhibidores. No obstante las películas que no tenían una impronta comercial muchas veces no aparecían, las de sociedades de beneficencia y políticas, que había que buscar en periódicos o revistas culturales. Allí no apareció nada de Amalia, por ejemplo.

– ¿También en el interior?

– Encontré mucho material en Rosario, donde hubo una producción cinematográfica medianamente importante en el período mudo, y donde salieron varias revistas, de hecho una de la más antigua, Cinema, que arrancó en 1910… Cinema Star, que me sirvieron para trabajar películas que solo se habían exhibido allá. Eso me permitió descubrir datos absolutamente novedosos.