El armado de las listas que cerró anoche comenzó con dos movimientos sorpresa: Cristina Fernández de Kirchner propuso a Alberto Fernández como su candidato a presidente y Mauricio Macri respondió ofreciendo la vicepresidencia al senador peronista Miguel Ángel Pichetto. El movimiento decantó otra unión: el exministro de Economía Roberto Lavagna y el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Esos tres binomios proponen una foto en la que los candidatos a ocupar la vicepresidencia tendrán un protagonismo diferente y para los analistas políticos expresa el regreso a una lógica de coaliciones y equilibrios de poder que se había difuminado en los últimos años y que tuvo en la intrascendencia de Gabriela Michetti su máxima expresión. Es evidente que ni Cristina, Pichetto o Urtubey, en caso de ser electos, serán vicepresidentes títeres. Es el regreso del equilibrio de poder. Así lo interpreta el editor de Artepolítica, Abelardo Vitale, que opina que el caso de Michetti es el cisne negro en esa tensión presidente-vicepresidente. Vitale, también miembro del colectivo de intelectuales Grupo Fragata, coincide con sus colegas en que la lectura debe hacerse pensando en el inicio del nuevo siglo como un parteaguas: antes los partidos tradicionales definían las candidaturas de sus vicepresidentes para compensar la tensión entre el interior y la provincia de Buenos Aires o con la CGT, en el caso del peronismo, y con las líneas internas en el caso de la UCR. «Post 2001 hay un estallido de los partidos políticos y empieza a aparecer más o menos lo mismo, pero en términos de coaliciones, como el caso de CFK y la transversalidad en 2007», explica. En la misma línea, Diego Reynoso, doctor en Ciencia Política de Flacso y profesor de la Universidad de San Andrés, propone pensar las candidaturas de Cristina, Pichetto y Urtubey en la tradición de los partidos políticos. Históricamente la vicepresidencia funcionó como el sello de una alianza o de un equilibrio de coalición al interior de un partido, como los casos de Raúl Alfonsín y Víctor Martínez, Carlos Menem y Eduardo Duhalde, Antonio Cafiero y Manuel de la Sota. Ese patrón comenzó a cambiar en los ’90, cuando las fórmulas comenzaron a expresar coaliciones como la de Fernando de la Rúa y Carlos Chacho Álvarez, y se modificó definitivamente en el siglo XXI: «Cambió el sistema de partidos y las vicepresidencias pasaron a tener el sello de un acuerdo multipartidario o multisectorial», señaló. «En la actualidad lo que se ve es la necesidad de volver a reinstalar esta idea post ’90 de que las fórmulas representen o expresen la intención de una coalición», explica Reynoso. Esa lógica de equilibrio de poder que se instala como novedosa parece haberse quebrado durante el kirchnerismo, cuando Cristina construyó su fórmula con Amado Boudou en 2011. El binomio Macri-Michetti continuó en esa lógica de ir con los propios. El rol protagónico en la política nacional de Cristina, Pichetto y Urtubey los convierte en posibles vicepresidentes con peso político en la futura gestión. La capacidad de daño o de cohesión que prometen tener con la Presidencia y el manejo de la Cámara Alta destierran el rol decorativo que tiene Michetti. Para Roberto Starke, licenciado en Ciencia Política, es inherente al vicepresidente buscar su propio espacio y ampliar su autonomía en términos de poder. Y es raro que se contenten –salvando el caso actual– con tocar la campanita en el Senado. Se trata de la naturaleza de los políticos, opina. «En Argentina, donde las instituciones son débiles y lábiles, mi impresión es que el conflicto es inherente a esa relación», explicó el consultor en comunicación política. Y asegura que advierte posibles tensiones en los tres binomios. Entre Cristina y Alberto Fernández remarca la personalidad de la expresidenta: «En algún momento la señora va a comenzar a crecer en términos de influencia, poder y opinión y muy probablemente haya algún tipo de cortocircuito», dice. La relación Lavagna-Urtubey es quizá la más dispareja en términos de cómo se consiguió y por la diferencia etaria que depara dos miradas diferentes de la política y de la dinámica de la política. A Pichetto, en tanto, Starke lo ubica en «la vieja política» y con formas ajenas al modo PRO. Pero le anota un poroto: «En general ha demostrado una disciplina del poder. Cuando fue jefe de la bancada peronista en el Senado, en realidad cumplió gran parte de las órdenes que le dieron». Claro que cree que también va a imponer su estilo. Marcelo Leiras, sociólogo y profesor de la Universidad de San Andrés, opina que esa tensión sólo se expresa en el binomio del exministro de Economía y el gobernador salteño, por las aspiraciones presidenciales del norteño. De Pichetto, en cambio, cree que está en el final de su carrera política, en la que ha probado varias veces no ser solvente electoralmente. Vitale opina parecido: «Pichetto no tiene casi senadores, no sumó gobernadores, no tiene caudal electoral, es decir, no tiene el poder de votos. Me parece que Macri, que (Marcos) Peña o el macrismo, quemó los libros de su manera de ofrecer electoralmente. Creo que es un síntoma de debilidad. Todo esto del efecto Pichetto es una gran bomba de humo». «