Cuando Lula, hace 580 días, fue llevado preso, porque no lo podían derrotar en una elección, arreciaba la contraofensiva conservadora. Había ganado Macri en la Argentina, había sido destituida Dilma Rousseff en Brasil, se había suspendido a Venezuela del Mercosur. Se hablaba de un cambio de época. Lo vivido en los últimos 12 o 15 años había sido una excepción, decían, un paréntesis entre tantos años de dominación. El No al Alca había sucedido por un descuido de los EE UU. Ahora todo sería como siempre. Las élites dominantes en alianza con poderes extranjeros seguirían gobernando, y la experiencia de los gobiernos populares articulando entre sí sería un recuerdo, un dato histórico.

Pero no fue así. Algunos sostuvimos que no había cambio de época y que entrábamos en una etapa de disputa. Con logros y retrocesos. Que estos no eran los ’90, donde el neoliberalismo ganaba elecciones y reelegía sin dificultad. Y la resistencia popular no lograba evitar las privatizaciones ni el ajuste. Y no son los ’90 porque en esos años EE UU había logrado una victoria extraordinaria contra su enemigo estratégico, la URSS, y entonces se teorizó sobre el fin de la historia. Final, sólo quedaba el capitalismo salvaje, y había que acostumbrarse y rendirse a eso. Ahora surgen otras realidades con quienes compartir y articula como China y Rusia. Y no son los ’90 porque los años vividos recientemente en varios de nuestros países dejaron una conciencia de que se puede gobernar para y con el pueblo. Y los logros estaban muy frescos en el recuerdo colectivo. Como dijo Cristina Fernández, había que preguntar cuándo te iba mejor, ahora o hace unos años.

Y esa América en disputa se muestra ahora mucho más claramente. En México gobierna López Obrador, en Argentina triunfa el Frente de Todos. El pueblo de Ecuador lucha en las calles y detiene el ajuste, y en Chile la sublevación popular en el que decía que era el país modelo a seguir, por propios y extraños, desnuda la cruel desigualdad.

Y Lula está libre. Y lo está por su valentía, por su entereza, por el amor a su pueblo, por la lucha de muchos que en Brasil y en todo el mundo gritaron su inocencia y clamaron por su libertad. Y también lo está por el clima de época que así lo indica. Que Alberto Fernández cuando era candidato lo fuera a visitar y que en el día del festejo del triunfo en primera vuelta en la elección presidencial, también aportó a esa decisión del Supremo Tribunal de Brasil.

Ahora la lucha continúa, como siempre, pero el impulso que sentimos al verlo a Lula con su gente nos hace creer que la posibilidad de volver a transitar los caminos de la Patria Grande, nuevamente, está más cerca. «