El 17 de febrero, a las 8 de la mañana, DeMar DeRozan tuiteó: «Esta depresión saca lo mejor de mí». Había sido elegido en enero como el mejor jugador del Este, tenía los mejores números en su novena temporada con Toronto Raptors, y participaba del All Star Game, el gran show de la NBA. Pero DeRozan abría una puerta menos conocida, la que exponía sus demonios. «No importa cuán indestructibles parezcamos –le dijo al diario canadiense Toronto Star–, todos somos humanos al final del día». DeRozan no iba a ser el único NBA en mostrarse frágil. Kevin Love, estrella de Cleveland Cavaliers, contó esta semana sobre sus ataques de pánico durante un partido. Y Kelly Oubre Jr., de Washington Wizard, apoyó a sus colegas a través de su propia historia, con su familia huyendo del desastre del Katrina. Todos ellos sembraron una discusión hacia adentro de la NBA sobre cómo las presiones y las exigencias dañan la salud mental de los deportistas. Y sobre cómo todo se tapa para no mostrar debilidad.

«Era el 5 de noviembre, dos meses y tres días después de haber cumplido 29 años. Estábamos en el entretiempo con los Hawks, en nuestro décimo partido de la temporada. Una tormenta perfecta estaba por llegar: estaba estresado por problemas familiares, no estaba durmiendo bien y en la cancha, las expectativas de la campaña, luego de empezar con récord de 4-5, me estaban pesando», escribió Love en The Players Tribune, una web realizada por los propios deportistas. Love contó que no podía recuperar el aliento, que sentía el aire pesado, que su entrenador Tyrone Lue daba indicaciones pero él escuchaba muy poco. «Me estaba volviendo loco», escribió. Se fue al vestuario pero la ansiedad siguió, se tiró al piso del gimnasio y todo se tornó borroso. Luego de que su equipo cayera ante Atlanta Hawks, Love terminó en el hospital con dolor de estómago y problemas para respirar.

Después de todo comenzó un tratamiento. Pero temía que lo miraran como raro. Como débil. Un tiempo antes había tenido que irse de un partido contra Oklahoma City Thunder sin que especificara qué problema tenía. Ahora se cree que también pudo deberse a un ataque de pánico. Otros deportistas de alto rendimiento lo sufrieron. El ciclista escocés Chris Hoy, con siete medallas olímpicas en pista, dijo que convivió con ellos durante 20 años. Missy Franklin, la nadadora estrella de los Juegos de Londres 2012, también contó de sus ataques, igual que el golfista estadounidense Bubba Watson.

En la Argentina, el futbolista Alejandro «Chori» Domínguez también reveló haber tenido ataques de pánico. «No resultó una novedad para mí», escribió en Página/12 Facundo Sava, exjugador, ahora técnico y psicólogo social cuando se conoció el caso. «Necesitaban ayuda, era evidente, y lo primero que hice fue escucharlos, contenerlos, y luego derivarlos a los especialistas que yo conocía. Todos ellos, con mucho esfuerzo y trabajo, pudieron superar ese momento y recuperarse. Sin embargo, y de los cinco casos, fue solamente uno el entrenador que se dedicó exclusivamente a la persona, más allá del futbolista, para que pudiera sentirse mejor. El resto no pudo entender la situación, qué les pasaba a los jugadores». 

El médico psicoanalista Marcelo Halfon, que trabajó con el fútbol, aclara que no conoció situaciones de este tipo. «Pero lo que sí puedo asegurar es que, en general, tiene que ver con un alto nivel de exigencia. La hiperexigencia puede llegar a ser un componente habitual en estas situaciones donde hay pruebas de alto rendimiento. Ese puede ser un ingrediente. Aunque en general el ataque de pánico aparece en determinadas circunstancias que tienen que ver con condiciones más internas y propias, parte de un cuadro depresivo», agrega el especialista. Esto, advierte, muestra la necesidad de un psicólogo dentro de un equipo de trabajo en el deporte, sea en el fútbol o en cualquier otra disciplina. «Eso permite –sostiene Halfon– que se puedan detectar situaciones en los primeros esbozos y no llegar cuando ya se desencadenó todo el cuadro. Se piensa en consultar psicólogos cuando aparecen determinados síntomas, pero yo hablo de detección, no de curación. Cuando seguís a una persona podés detectar indicios con precodidad».
La historia de DeRozan empujó a Love a contar la propia. «Jugué contra DeMar durante años, pero nunca pude haber adivinado que estaba luchando con algo», dijo Love. «Realmente te hace pensar en cómo todos estamos caminando con experiencias y luchas», agregó. Derrick Rosee, que acaba de firmar contrato con Minnesota Timberwolves, atravesó una serie de lesiones que derivaron, además, en un desgaste mental. Otros NBA llegaron más lejos. En abril de 1993, Dennis Rodman, estrella de Detroit Pistons, llegó a pensar en el suicidio y hasta dejó una carta. Fue un periodista, Craig Sager, el que lo encontró en un club de striptease, a punto de dispararse. «Gracias por salvarme la vida», escribió Rodman en 2016, el día de la muerte de Sager.

«Quiero continuar impulsando ese mensaje», dijo Love después de revelar su historia. Otros jugadores se comunicaron con él. No todos todavía están dispuestos a contarlo.