Jorge mira la radio. «Estás clavado ahí –intenta explicar–, con la vista fija en el aparato porque de eso depende poder darle de comer a tu familia o pagar el alquiler de tu casa. A veces nos juntamos en yunta y nos quedamos mirando la radio rogando que salga algo. Una cosa es contarla y otra es vivirla».

Jorge tiene 34 años, 17 como filetero. «Joven pero arruinado», se resume. Todas las noches sintoniza FM Sur para escuchar los anuncios de las fábricas pidiendo por gente.

«Desde enero a la fecha, si trabajé 15 días en total es mucho. Yo camino la ciudad y puedo dar fe de que cada vez hay menos trabajo. A veces me voy a recorrer las fábricas y los galpones preguntando si hay lugar en una mesa (de fileteado). Es muy desesperante ver que te quedan 600 pesos y que pueden pasar dos semanas hasta que te llamen otra vez», dice.

Pocos lo saben: en 2017, Argentina generó más divisas con las exportaciones de la pesca, con el langostino, calamar y merluza a la cabeza, que las derivadas de la carne. Sin embargo, los gremios del sector coinciden en señalar que la situación en el puerto de Mar del Plata, uno de los más importantes del país, es crítica. Se estima que sólo en 2015 y 2016, alrededor de 600 trabajadores del rubro han perdido su fuente de trabajo. A eso se suma que aproximadamente el 80% de las personas que trabajan en plantas procesadoras lo hace de manera informal o no registrada, con consecuencias obvias de precarización e inestabilidad laboral.

«En un mes, con suerte, laburás tres veces. Cada jornada dura 24 horas y como mucho sacás mil pesos. Si te cortás, perdés el día porque no tenés ninguna cobertura médica. Ni los antibióticos te pagan. Y a veces te tocan galpones que no tienen ni agua. Cuando se tapa el pozo del baño te dicen que sigas trabajando igual, no les importa que estés en contacto con los alimentos», se queja Jorge.

Según las estimaciones del sector, la industria del pescado, directa o indirectamente, mueve el 35% del PBI de la ciudad. Que Mar del Plata sea la ciudad del país con mayor nivel de desempleo se explica porque el puerto dejó de dar trabajo.

«Los estibadores somos los que cargamos los barcos. Hasta 2009, tuvimos una estabilidad de trabajo, a partir de ese año comenzó el declive; manteníamos los planteles con 700 personas, trabajaban todos y hasta faltaba gente. Hoy hay trabajo sólo para 300. En mayo, con la zafra del calamar, se van a ir más de 70 buques pesqueros al sur. Cada embarcado (tripulante a bordo) significa entre siete y diez puestos de trabajo en tierra que se van a perder. Vamos a tener un invierno muy duro. Si esto no se detiene no sé lo que va a pasar. La industria pesquera es un gran negocio para unos pocos vivos», dice Carlos Mezzamico, del Sindicato Unidos Portuarios Argentinos (SUPA).

Mezzamico, que vive del puerto desde el año ’76, recuerda que hace ocho años «descargábamos casi un millón de cajones porque teníamos uno de los puertos más grandes del mundo con 400 y pico de barcos. Hoy sale a pescar el 30% de esa flota y descargamos solo 300 mil».

Sin la imagen de la postal 

La mayor mano de obra ocupada la proporciona la pesca fresquera, conformada por los «barquitos» rojos y amarillos que supieron ser una postal de «La Feliz». «Son los que salen a pescar y traen el producto al puerto. De ahí se los transporta a los frigoríficos o plantas de fileteado. Después se procesa, se embala y se exporta. Pero en los últimos años los buques congeladores  hacen todo el proceso a bordo y la mano de obra que se perdió no se recuperó más», explica Pablo Trueba, secretario general del Sindicato Marítimo de Pescadores (Simpae).

«Mar del Plata –sigue– no vive del turismo, vive de la pesca. El tejido ya se murió y no queremos que pase lo mismo con el puerto. En ningún país que tenga caladero propio la flota congeladora tiene razón de ser porque depreda y quita puestos de trabajo. Pero acá hicieron todo lo contrario. Es un tema de voluntad política. Necesitamos proteccionismo del Estado».

De pedir trabajo a pedir comida

Sobra la calle Cerrito, en el local que tiene la Unión de trabajadores de Pescado y Afines, se suceden escenas de drama. «La gente viene y nos pregunta si tenemos algo para darles. Y no estoy hablando de trabajo, porque ya se perdió la esperanza, sino comida. No sabemos cómo mantenerlos a flote», cuenta Roberto Villaola, presidente de la Unión y secretario general adjunto de la CTA Mar del Plata.

«En este momento se está yendo a pescar langostino al sur. El año pasado se sacaron 170 mil toneladas. Este año el mundo lo va a pagar un 18% más caro. Si la industria genera tanta plata pero al mismo tiempo tanta miseria es porque no se están haciendo las cosas bien», reflexiona.

Mezzamico arriesga una explicación. «En todos los puestos donde se dirime la cuestión pesquera –empieza– hay empresarios. Los trabajadores no figuramos. Y los empresarios son bichos, no avivan giles. Si vos les das una bolsa de caramelos a los chicos para que te la cuiden no esperes encontrar alguno cuando vuelvas. Hace años que venimos diciendo que esto iba a pasar, que si la pesca seguía en manos de los lobbistas sin participación gremial, Mar del Plata iba a ser la primera ciudad en morir. Al ver la realidad actual nos sentimos Nostradamus». «

Las penas de los pesqueros y las ganancias ajenas

«Más allá de que hemos mantenido charlas con la gobernadora (María Eugenia) Vidal, todavía no pudimos ver al presidente. Nos preocupa que los gremios no seamos tenidos en cuenta porque somos los que contenemos la crisis social», se queja Pablo Trueba, titular del Simape.

En 2017, y luego de que el Ejecutivo creará la «Mesa de la Pesca» como respuesta a un reclamo del sector, Mauricio Macri recibió en la Casa Rosada a representantes de las cámaras empresarias de Mar del Plata y la Patagonia.

Entre los temas tratados estuvieron la derogación del registro de la pesca (lo que simplifica trámites para exportar) y la designación del agregado agrícola en Rusia, un mercado de interés para los productos pesqueros.

Los empresarios insistieron en la necesidad de reducir los impuestos sobre el gasoil y la adecuación de los convenios colectivos de trabajo para impulsar la productividad, aunque aclararon, «sin afectar los salarios».

«Se armó una mesa de discusión y los únicos que no fuimos invitados fuimos los gremios», dice Trueba. «Los empresarios, en cambio, tuvieron tres reuniones. Sabemos que le metieron el perro al presidente y por eso pedimos que nos reciba para darle información apropiada y reclamar que el Estado proteja a la pesca fresquera que es la que más trabajo da. Si el lobby empresarial va a seguir dirigiendo la industria, nos vamos a quedar como la canción de Atahualpa: las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas».

Comprar fuera lo que podemos fabricar acá

El 9 de octubre de 2017, luego de casi un mes navegando desde su salida del puerto de Vigo, llegó al país el buque Víctor Angelescu, una embarcación de investigación oceanográfica y pesquera de última generación que Argentina le compró a España para incorporarla al Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP).

Desde su arribo, los gremios se opusieron a la decisión del INIDEP de confiarle la navegación a personal de Prefectura, desplazando así a los trabajadores con los que ya contaba el organismo. «¿Por qué no ponen al Angelescu al servicio de los pesqueros? Como está manejado por Prefectura ninguno sabe arreglar una red. ¿Qué investigación va a hacer si no tiene redes? Eso te demuestra que no están haciendo las cosas bien», dice Marcelo Fernández, del Sindicato Argentino de Obreros Navales y Servicios de la Industria Naval de la República Argentina (Saonsidra).

Lejos de plantear un acercamiento, el director del INIDEP, Otto Wöhle,  justificó la inclusión de la fuerza en el nuevo barco porque «recortará un 40% el gasto diario de navegación». Además de una provocación, los gremios vieron en esa declaración el reconocimiento de la intención de vulnerar la Ley de Contrato de Trabajo, ya que como empleador el organismo pretende optar por los menores costos en detrimento de los derechos de los trabajadores.

«El barco que compraron lo pudimos haber hecho en los astilleros de Mar del Plata. Nosotros tenemos tres barcos de investigación que están rotos, pero en vez de arreglarlos compraron uno nuevo con un crédito del BID por cinco millones de dólares. Somos de los pocos países del mundo que cuentan con una flota propia, por lo que no necesitamos de los privados. No se entiende por qué lo compraron. Para hacer investigación necesitás un barco pesquero, no una nave espacial», explica Trueba.