El gobierno de Barack Obama y el aparato militar industrial pusieron todos los cañones en tratar de que Donald Trump no sea nominado mañana presidente por el Colegio Electoral (ver aparte). Puede parecer una elucubración de mentes afiebradas, proclives a las teorías conspirativas. Pero las últimas denuncias sobre el hackeo de mails comprometedores de Hillary Clinton y el argumento de que detrás de esa operación estarían espías cibernéticos y el propio Vladimir Putin para que ganara el polémico empresario, despertó las más encendidas refutaciones de sectores, tanto de la derecha como de la izquierda.

La ecuación, según advierte el canadiense Michel Chossudovsky –un académico creador del Centro de Investigación sobre la Globalización (CRG) y del sitio globalresearch.ca– es fácil de entender si se analiza a quiénes responden Trump y Clinton. «Hillary es la candidata del complejo industrial militar de EE UU, su agenda de política exterior no responde directamente a los intereses de un gran segmento de la América corporativa, incluyendo un sector importante de la industria petrolera», detalla.

La designación de Rex Tillerson como secretario de Estado, en cambio, es una muestra del grupo al que representa Trump. Porque Tillerson es CEO de ExxonMobil y como representante de la industria petrolera tejió una sólida amistad con Putin al cabo de múltiples negociaciones en asociación con la rusa Rosneft para explotaciones en el Mar Negro, en Siberia y en el Ártico.

Ponerlo en el lugar que hasta 2013 ocupó Hillary es toda una señal de los nuevos tiempos que quiere imponer Trump, que fustigó en la campaña la política exterior de los demócratas y especialmente el tono belicista de la gestión de Obama. No se trata de que el futuro mandatario sea de por sí un pacifista, sino de que en el establishment estadounidense hay una pelea de fondo entre dos grupos contrapuestos que pelean por la hegemonía.

En la edición web de Tiempo pueden verse los detalles de una operación mediático-política iniciada en mayo con las primeras denuncias de un posible hackeo que hicieron voceros del gobierno de Obama. Gran parte de esa información se conoció, avanzada la campaña electoral, a través del sitio WikiLeaks, que publicó cientos de mails que comprometían a la candidata demócrata. Clinton salió ahora con encendida furia a hacerse eco de supuestas investigaciones de la CIA que confirmarían la incursión cibernética rusa.

Lo que destacan analistas de la talla de Justin Raimondo –un «paleolibertario antibélico» más cercano a los conservadores que al progresismo– es algo elemental para quien quiere entender lo que está sucediendo con esa denuncia: ninguno de los grandes medios ni funcionarios dice cuál es la fuente de esa investigación. Además, si existiera algo semejante no se entiende por qué Obama no llamó por lo menos al embajador ruso para pedirle explicaciones, algo usual en la diplomacia en casos como este. Por otro lado, la agencia que hurga en las redes cibernéticas no es la CIA sino la NSA, según reveló el Edward Snowden. Y en ese organismo nadie abrió la boca.

Finalmente, hay dos testimonios que desnudan que las ediciones de estos días de diarios como el New York Times y el Washington Post compraron información poco verificada. Uno es de Craig Murray, un bloguero británico que fue por casi dos años embajador de Londres en Uzbekistán. Murray declaró que los mails que según Clinton habría perjudicado su candidatura no fueron hackeados sino que fueron divulgados mediante una filtración de los servicios de inteligencia, de alguien como Snowden que quería que el público conociera lo que ocurre puertas adentro del poder en EE UU. Y dijo más, que conocía al whistlerblower (soplón) pero no iba a divulgar su nombre.

La otra fuente es el fundador de WikiLeaks, hoy día asilado en la embajada ecuatoriana en Londres. Julian Assange declaró que los famosos cables no provenían de espías rusos sino de alguien de la CIA al que iban a proteger por seguridad.

Ante los primeros ataques, Trump tildó a las denuncias de ridículas y luego fue al grano. «Ellos (la CIA) son los mismos que dijeron que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva.» La alianza entre la diplomacia estadounidense, los organismos de inteligencia y el régimen saudita puede ser la primera víctima de este acercamiento a Rusia. Y la industria bélica puede perder mucho dinero.

«Bajo el liderazgo de Clinton –revela Chossudovsky– el Departamento de Estado aprobó $ 165 mil millones en ventas de armas comerciales a 20 naciones cuyos gobiernos han dado dinero a la Fundación Clinton(…) 151 mil millones de dólares de acuerdos separados por el Pentágono para 16 de los países que donaron a la Fundación Clinton, lo que resultó en un aumento del 143% en las ventas realizadas a esas naciones durante el mismo período durante la administración Bush.»

Mucho dinero como para rendirse sin al menos hacer bulla. «

Hackeo a hackeo, elector a elector

El sistema electoral de EE UU es el mismo que crearon los «padres fundadores». Y al presidente lo elige un colegio electoral que surge de los comicios. Muy pocas veces ocurrió que el candidato con más votos electorales no haya sido el más votado en las urnas. Pero nunca se había dado que la diferencia fuera tan abismal. Hillary Clinton obtuvo el 8N más de 2,6 millones de votos que Trump, aunque tiene 232 electores contra 302 del republicano.

Si los «malditos mails» perjudicaron a Clinton no se notó en las urnas, más bien se refleja en que los republicanos armaron una ingeniería electoral que les permitió tener más votos en distritos clave que les permitían sumar más electores. Detalle: salvo en dos estados, en el resto el que gana la elección, así sea por un voto, se lleva todos los electores.

Así se entiende mejor el objetivo de una operación como la que se armó en torno al supuesto hackeo ruso. Putin es el ogro de la película para los medios y el aparato político occidental desde hace algunos años. Si además se lo puede vincular al polémico Trump, se podría lograr que algunos de los electores den vuelta su mandato partidario en aras de la Patria y nombren a HIllary.

Así, diversos colectivos y organizaciones a través de redes sociales impulsan una campaña para que los electores republicanos no voten por un candidato que, dicen, no es apto para defender al país. Se prevén manifestaciones este lunes bajo el lema de que Clinton tuvo mayor cantidad de apoyos populares, lo cual se cierto. Un grupo anti-Trump denominado «Electors Trust», ofrece asesoría legal gratuita a los electores presidenciales republicanos que quieran pegar el salto para advertirlos sobre las consecuencias, que según el distrito no pasa de una multa de 1000 dólares.

El objetivo de máxima no es que todos se den vuelta. Para ser ungido presidente se necesitan 270 votos electorales. Con 37 que salten el cerco, a Hillary le alcanza para llegar a la Casa Blanca. Hacia ellos apuntan.