En un punto remoto de su memoria, Ricardo Barreda acopia la muerte como ropa usada. Masculla palabras ininteligibles y anda inmerso en una sordidez neurótica. Desde que un juez decidió que su condena penal está extinguida después de que pasaron 24 años del asesinato a escopetazos de su mujer, su suegra y sus dos hijas en su antigua casa de La Plata, el odontólogo, de 80 años, recuperó la libertad, aunque lo amarra un incómodo silencio que señala al pasado.

Así lo confirmó Gastón Rodríguez, periodista de este diario, que en marzo de 2011 entró por primera vez al departamento de Belgrano, donde Barreda convivió con su ex novia, Berta «Pochi» André. «Yo soy rápida y él es lento, él siempre con la cama lisita, sin ninguna arruguita, y yo a lo mejor me enrosco en la sábana y le hago una joda. Él me quiere corregir pero para corregirme me tenés que hacer nacer de nuevo. Yo le digo que se deje de joder y que viva la vida. Igual cambió bastante. Hoy es el primer día que me pidió que suba un poco la música», decía Berta, que murió en 2015 tras sufrir demencia senil.

Siempre alejado de la gestualidad amorosa, Barreda no solía dispensar buena onda a Berta ni a nadie. El escritor y periodista, Rodolfo Palacios, retrató la oscuridad del personaje en su fase criminal en el libro Conchita, publicado en 2012. Al igual que Rodríguez, Palacios recuerda frases de desprecio del malhumorado dentista con sus novias de ocasión. Ni la temperatura del agua del mate, ni la hora de los mandados, el calor del sol, el frío invernal o la lluvia incomodan al hombre que masacró a su familia a balazos. En realidad lo que pareciera que hace de Barreda un ser distorsionado es su vocación por la infelicidad. Los expertos lo han definido como un psicópata y un hábil manipulador de la voluntad ajena.

A última hora del jueves, el juez de  Ejecución Penal, Raúl Dalto, firmó la resolución que favorece a Barreda, que ahora goza de su libertad y vive hospedado en la casa de un amigo en Tigre, en el norte del Gran Buenos Aires.

El cuádruple crimen fue el 15 de noviembre de 1992, cuando mató a su mujer, Gladys McDonald, de 57 años; su suegra Elena Arreche, de 86; y sus hijas Cecilia, de 26, y Adriana, de 24 años.

Dalto recibió el pedido del defensor del odontólogo, Eduardo Gutiérrez, y antes de dictar la resolución, consultó a la fiscalía, que estuvo de acuerdo.

Según el magistrado, la sentencia por la masacre perpetrada el 15 de noviembre de 1992 «adquirió firmeza con fecha 2 de mayo de 2007».

En ese sentido, recordó que en 2011 «la Cámara le concedió la libertad condicional al nombrado», y agregó que «el 17 de diciembre de 2012 dictó pronunciamiento, haciendo cesar la condición de continuar con el tratamiento psiquiátrico-psicológico que venía realizando Barreda».

Resaltó que «el 22 de diciembre de 2014, luego de revisar la relación convivencial entre Barreda y la señora André por entonces su pareja, el juez la verificó como riesgosa y, al entender que representaba cierto peligro, resolvió revocarle la libertad condicional, hasta tanto consiguiera nueva residencia».

Barreda obtuvo casi todo, menos el olvido. «