Dicen que las crisis son oportunidades, una frase remanida como cualquier otra en tiempos de incertidumbre. Y el Covid-19 da para analizar los cambios que se avizoran para cuando la pandemia sea un mal recuerdo de 2020. Porque sin dudas una de las consecuencias del paso del coronavirus serán los cambios a nivel social que se están instaurando en todo el mundo. Desde la popularización del trabajo virtual hasta los sistemas de distribución de mercancías: muchas de las actividades que por tradición se hacían cara a cara quizás ya no vuelvan. Y más allá del debate sobre el rol que les cabe a los estados en el futuro, otro nivel de discusión pasa por el rumbo que tomará la globalización.

Es cierto que desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y la votación del Brexit en el Reino Unido, el proceso de integración mundial estaba herido de muerte. Pero el cierre de fronteras en la abrumadora mayoría de los países del mundo para evitar la transmisión del virus es quizás el clavo que le faltaba al ataúd de ese proceso que en los últimos 30 años fue la utopía del sistema capitalista internacionalizado.

Hoy día, sostiene el politólogo Atilio Borón, “lo único que está circulando frenéticamente son los capitales especulativos”. La circulación de personas, según destaca el investigador del Conicet, cayó a tal nivel que en el aeropuerto londinense de Heathrow, uno de los más transitados del mundo occidental, se mueve apenas el 3% del tráfico habitual. Los aviones están parados en los hangares y las aerolíneas, de acuerdo a datos de IATA, el organismo que regula la navegación aérea, podrán perder hasta 314 mil millones de dólares este año.

Paola Zuban, analista política, señala algo que parece obvio, “la globalización no es buena ni mala per se”. Pero viene a cuento, porque hasta el triunfo de Trump, el mundo avanzaba hacia la firma de tratados comerciales que desde muchos sectores políticos eran vistos con desconfianza porque se entendía que solo beneficiaban a las corporaciones económicas.

Una de cal y otra de arena. Por un lado, la globalización “la que facilitó la velocidad de la propagación del virus en un mundo cada vez más conectado”, según destacó Zuban. Pero al mismo tiempo “permite vincular, compartir y mejorar experiencias que se están realizando en todo el mundo en torno a la prevención, tratamiento y desarrollo de investigaciones científicas para encontrar la cura”.

Sin embargo, esa interconexión mundiales percibida en algunos lugares como un peligro para la soberanía de países que incluso se muestran como “globalizadores”. Es el caso de Alemania, desde donde el doctor en comunicación política argentino Franco Delle Donne cuenta que el gobierno “está pensando en que determinados recursos estratégicos no se deben traer desde China”. Es que, en tiempos de crisis sanitaria, surge el riesgo de no poder contar en tiempo y forma con los insumos o medicamentos necesarios. La dependencia de Asia representa un problema no solo de eficiencia sino en torno a disputas comerciales más duras de las que aparecieron entre Washington y Beijing.

China fue creciendo desde la apertura económica, en 1979, gracias a inversiones y tecnología de empresas occidentales. Se convirtió en el taller del mundo y la potencia de su economía fue clave en 2008 para evitar un colapso total de la economía planetaria. Pero ahora su propia dinámica se ralentizó por el Covid-19, nacido en el corazón industrial del país, y los organismos internacionales calculan que no tendrá un crecimiento mayor al 1% durante 2020. Puede sonar a poco en términos históricos, pero con viento a favor, el PBI del resto de los países caerá entre un 5 y un 9 por ciento.

Para colmo, la guerra comercial desatada por Trump y ahora potenciada por el “descubrimiento” europeo de que depende de la locomotora asiática, hace prever nuevos rumbos estratégicos.

Borón cree que la idea de reglobalizar el mundo es ilusoria. “Vamos hacia economías más cerradas. La actividad se abrirá con criterios muy proteccionistas, tanto en EE UU como en Europa”. Lo que sí podría ocurrir, aventura el autor de América Latina en la geopolítica del Imperialismo, es que en la post pandemia “se produzcan muy severos mecanismos de control a la circulación de los capitales e inclusive que haya una ofensiva sobre los paraísos fiscales”. No porque prosperen mandatarios socialistas, como temen los voceros libertarios, sino más pragmáticamente “porque todos los gobiernos van a necesitar mucho dinero”.

En cuanto a la región, al tiempo que Trump pateó el tablero de los tratados que en la era Obama se venían concretando -como el TTP con los países de la cuenca del Pacífico o el TTIP  con Europa-con la llegada de Mauricio Macri al poder en Argentinacomenzaron a diluirse diversos mecanismos de integración latinoamericana: Mercosur es menos un sistema de salvaguardas de los mercados locales, pero Unasur fue desarticulada, cuando podría haber cumplido un papel sustancial en el combate coordinado del coronavirus.

Della Donne acota otro detalle. La Unión Europea tiene espaldas como para encarar un proceso de sustitución de insumos del Oriente. Poder construir cadenas de producción con mayor soberanía estratégica es un tema crucial para los gobiernos de esta parte del mundo. Pero no solo la falta de capitales y tecnología puede ser un impedimento. También lo es la falta de acuerdos políticos. La integración, que era la manerarazonable de ingresar en un mundo globalizado, quedó con respiradores artificiales mucho antes de la pandemia y de que la globalización misma estuviera al borde de la muerte.


ECONOMÍA

21% de los viajes transpacíficos de contenedores fueron cancelados en mayo, según The Economist.

TRABAJO

39 millones de desocupados habrá en los EE UU luego de que pase el coronavirus. Más del 10% de la población.