Los protocolos sanitarios y las pasiones populares no se llevan bien. Hay un grupo de jóvenes en Avenida de Mayo y Carlos Pellegrini, junto al restaurant Ronas. Son las 11:45 del sábado 17 de Octubre de 2020, 75º aniversario del Día de la Lealtad Peronista. Todos tienen algo verde: la remera, o la gorra, o el pañuelo, o el atuendo que la pandemia de Covid-19 puso de moda, el barbijo. El color no es porque sea una marcha por la legalización del aborto. Son camioneros. Es un gremio como el vestuario después del partido, 90 por cieno masculino. Al menos la mitad de los jóvenes tiene un instrumento: bombos, redoblantes, trompetas. El clima carnavalero contagia, el coronavirus también, diría el doctor Cahn.

Uno de los jóvenes toca el bombo y salta. El barbijo verde cae debajo de la boca y se lo tiene que acomodar a cada rato. Maldita vacuna que no termina de nacer.

Al mirar por encima del hombro el contraste impacta. Todo el centro está igual a esta hora. Miles de autos, camiones, taxis, tocando bocina, algunos grupos de a pie concentrados al estilo clásico. Y de tanto en tanto calles vacías. Así se ve ahora Avenida de Mayo entre 9 de Julio y el Congreso. Parece que podría escucharse el viento viajando por las veredas, bordeando las mesas que los bares pusieron afuera, rodeando los puestos de diarios. Por suerte, lo que se escucha son las trompetas, redoblantes y el grito: “Vamos, camione…”.

Al caminar hacia la Casa Rosada, la Avenida de Mayo está llena. Camiones recolectores de residuos, Scanias sin el acoplado, autos particulares con la gente sacando las banderas por la ventana. Los camiones resultan más potentes que las camionetas 4×4 de las marchas opositoras, si quisiera practicarse la competencia futbolera que tan seguido se le pone a la política en la Argentina. Serían los Scania contra las Range Rover.

Más allá aparece un camión con un gran globo en el techo con forma de bombo. “Comercio”, dice en lo que sería el parche para identificar el sindicato. En el contorno del bombo hay fotos de Evita. A unos pasos hay una parrilla de metal en la vereda y un hombre de pelo blanco dando vuelta los chorizos con un tenedor. El olor al carbón y al chorizo se perciben de inmediato. Enfrente está el bar Tortoni, con sus puertas de madera tallada y vidrio. La estatua de Horacio Ferrer parece querer cruzar.

Sobre la calle Bolívar, justo antes de cruzar para llegar a la Plaza de Mayo, hay un grupo de la UTA. Están subidos a los techos de dos colectivos de la línea 150, agitan banderas y cantan la marcha peronista. Tratan, con mayor o menor éxito, de conservar la distancia entre ellos. Es que la pandemia es enemiga de la pasión y parece que hay pasiones difíciles de contener.

Diagonal Norte y Bolívar, en diagonal a la Catedral con sus columnas romanas y dos filas de taxis estacionadas junto a la vereda. Una mujer está junto a tres sacos en los que guarda cartones. Está levantando basura de la calle y barriendo. Hay dos nenas, pelo largo y sucio, sentadas en el cordón de la vereda a pocos pasos de la mujer, que sigue barriendo y mueve la cadera al ritmo de los redoblantes y las trompetas que vienen desde Avenida de Mayo. Es como si bailara. Un hombre con una remera que dice UTA en medio de la panza pasa por la vereda y le grita:

–Feliz Día de la Lealtad, vecina.

La mujer deja de barrer y levanta la cabeza.

–Feliz día.

No es posible evitar que emerja la pregunta: por qué una mujer que claramente está pasando necesidades, ella y sus hijas, respalda al gobierno. Una respuesta rápida, aunque existe, sería: la pasión. La más prejuiciosa diría: la engañan, la manipulan. Y una tercera opción: la confianza. Esa percepción íntima de que ser tenido en cuenta, más allá de la discusión que esta afirmación puede habilitar. Confianza de los postergados, desconfianza de ese eufemismo llamado “los mercados”.

Llueve. El día había empezado con sol, calor y pesadez. Ahora, alrededor de las 12, el cielo se cubrió de nubes grises y llueve. Debajo del techo de un puesto de diarios, un joven con un carrito con cervezas le dice a un hombre de pelo blanco que pasa a su lado:

–¿Dios es macrista? Se largó.

El anciano se detiene.

–El Papa es peronista.

Ambos se ríen.

Sigue lloviendo. Bolívar y Belgrano. El semáforo se pone rojo y un auto gris, viejo, frena. Adentro está a todo volumen la marcha peronista como si se tratara de un disco de los Redondos. El joven que maneja abre la puerta del conductor y baja del auto. Moviendo los brazos adelante y atrás se pone a cantar mirando a los otros autos estacionados delante del semáforo. La lluvia le cae y le moja la cabeza, la cara, el barbijo con el escudo del PJ.

Unas rato después, luego de que la plataforma 75 Octubres colapsara, según los organizadores por un ataque virtual masivo, las caravanas de autos se multiplicarían. Saldrán a construir una imagen que quedará grabada como la que cambió el rumbo de la Argentina hace 75 años. Es la pasión a pesar de la pandemia.