Donald Trump concluye posiblemente su peor semana en la Casa Blanca. Mientras la ofensiva sobre Venezuela pierde vigor (ver aparte) ahora debe enfrentarse con el testimonio de su exabogado, Michael Cohen, que en una audiencia pública en el Congreso hizo mucho por hundirlo. Para colmo, su cumbre con el líder norcoreano terminó diluyéndose y como corolario de su visita a Vietnam, los padres de un estudiante que estuvo detenido en Pyongyang y murió pocos días después de haber sido devuelto al país, ahora le reclaman su pasividad sobre el hecho cuando estuvo frente a Kim Jong un. Mientras Trump estaba por entrar al salón principal del Sofitel Legend Metropole de Hanoi en su cara a cara con Kim, en la Cámara baja de Estados Unidos Cohen no se ahorraba epítetos para describir cómo es el hombre al que representó hasta hace unos meses, cuando el FBI –buscando testimonios sobre la relación de Trump con agentes rusos– puso su mira sobre sus cuentas fiscales. «Es un embaucador, racista y tramposo», fue lo menos que dijo ante las preguntas de los representantes demócratas. Los republicanos, a su turno, le recordaron a Cohen que él tampoco tenía el traste tan pulcro, a lo que él replicó: «Yo hice lo mismo que están haciendo ustedes ahora durante diez años. Protegí al señor Trump durante diez años. Lo único que puedo hacer ahora es advertir a la gente (de quién se trata)». Cohen aportó carradas de material en la comparencia pública, y se supone que mucho más en una sesión a puertas cerradas del jueves en la comisión de Inteligencia del Congreso. Tantos elementos como para que los demócratas, que ahora lideran la Cámara de Representantes, analicen seriamente la posibilidad de encarar un juicio político contra el empresario inmobiliario. Es cierto que Cohen ya fue condenado por fraude y evasión fiscal en torno de maniobras para encubrir el pago a dos mujeres que amenazaban con revelar sus relaciones con Trump, en plena campaña electoral. Y también que hace un año estaba cerrando un contrato para escribir un libro sobre el presidente que, todo indica, era laudatorio. Pero la investigación del FBI lo sentó en el banquillo de los acusados y Trump –para no quedar pegado– le retiró el apoyo. Ahora su lengua y las pruebas que pueda haber acumulado en una década pueden ser más filosas que un puñal sobre la yugular del presidente. De Hanoi, en tanto, Trump vino con las manos vacías y la sensación de que le va a costar desandar el camino que había planteado. Luego de la primera cumbre en Singapur el año pasado, el mandatario se había convencido que un acuerdo para la desnuclearización de Corea del Norte estaba a la vuelta de la esquina. Pero Kim se plantó en que lo primero era levantar las sanciones comerciales. Trump no golpeó arriba de la mesa, más bien dijo que «a veces hay que retirarse» de una negociación, y dijo que seguirían viendo como continuar. Al volver a Washington, le exigió a Cohen que mostrara los textos que ya tenía listos para un libro, que según dijo, «eran una carta de amor a Trump», repentinamente abortado por el proceso judicial en su contra. Los padres de Otto Warmbier, por otro lado, mostraron su desagrado porque Trump aceptó en Hanoi la versión de Kim de que no sabía lo que ocurrió con el chico, de 22 años, detenido por uniformados norcoreanos cuando visitaba ese país, que entró en coma y murió a su regreso a EE UU. «Hemos sido respetuosos durante la cumbre. Ahora debemos hablar», declararon los Warmbier. «Kim y su malvado régimen son responsables de la muerte de nuestro hijo Otto», concluyeron.