Duele el punteo robusto de la guitarra y desde las entrañas surge la voz quebrada, implacable, de Gerardo Dorado, el Alemán oriental: «Siempre se habla de los pobres, pero de los ricos no, no del realmente culpable, no del que lo generó, nunca del capitalista, nunca del acumulador, de los mercaderes ni de la especulación…».

El tema es la pobreza, es la vergüenza que debe provocarnos tanta, pero tanta pobreza.

¿Por qué nos pasó Macri? Pregúnteselo siempre. Va a llegar a respuestas que ayudarán a que no vuelva. Al menos por un tiempo. Se reordena el país, son ocho, 12 años de gobiernos que incluyen a la gente, que miran al pobre. Y después vuelven ellos para destruirlo todo, otra vez. Cobijados por los medios hegemónicos: ¿acaso, vieron la tapa de Clarín del día en que se conocían las cifras de pobreza, titulando bochornosamente en portada que Perú tenía dos presidentes? La pobreza da mucha vergüenza. Rompe el corazón hablar de lo que le pasa a la Argentina, lo que significa tener al 52% de los pibes bajo la línea de la pobreza, tener millones de indigentes, de personas que no comen. Sigue siendo la pobreza el tema que nos abochorna.

La UCA lo adelantó: a fin de año va a llegar al 40% y explicó que hay una gran diferencia respecto de 2001, que esa crisis dejó condiciones de reactivación rápida y que en este caso son «inexistentes». Es el 40% de pobres a nombre de Magnetto, de Rocca, de Techint, de lo corporativo de la Argentina, de los que negocian con el Estado para sacárselo todo. Y por supuesto a nombre propio: nada menos que la UCA que juega por la derecha, siempre va de ocho o de siete, la que también apuntó que «todos nos empobrecimos». Esa pobreza que avergüenza, que hasta sacudió el debate presidencial uruguayo entre Daniel Martínez (Frente Amplio) y Luis Lacalle Pou (Nacional): el candidato socialista comparó a su adversario con Macri. Es decir, lo pintó de negro. Lo peor que le podés decirle a un candidato es ser un Macri.

Roxana Mazzola, una joven académica de Flacso, asegura que el aumento de pobreza tiene múltiples caras: la más contundente, el incremento de la desocupación que supera al 10%, que se amplifica entre los jóvenes y en la caída del salario real de los trabajadores. Asegura que esto afecta de modo directo al entorno familiar, porque repercutirá para siempre en la vida. «La inversión social en la infancia se ajustó. En términos de pérdida del poder adquisitivo, las mujeres son las primeras en salir a la calle a hacer rendir el dinero y las dietas se modifican, repercutiendo en la nutrición, en la seguridad alimentaria de la niñez», explica. Eso es deterioro social. Eso es infantilización de la pobreza.

¿Cómo nos pasó Macri; cómo nos pasó Sturzenegger; por qué Caputo; pensemos qué cometimos para quedar a cargo de Sandleris; qué desastre hicimos para que Dujovne saltara de un programa de medianoche de Magnetto a la conducción de la economía y nos pusiera de rodillas frente al FMI y ante Lagarde? Enfrentemos al espejo de la realidad y hagamos esos cuestionamientos. ¿Ahora Macri habla de que el Impuesto a las Ganancias es el más justo y solidario? El mismo que hace cuatro años se comprometió, entre muchas otras mentiras, a que no iba a devaluar, que iba a lanzar un millón de créditos hipotecarios a 30 años, que los maestros iban a ser bien remunerados, que nadie sería perseguido por pensar distinto, que garantizaría la libertad de expresión, la salud de calidad, 500 mil nuevos empleos…

Sí, también la pobreza cero. Pero la pobreza está al borde del 40%. Una calamidad que no se revertirá siquiera si la Argentina creciera durante cinco años al 3%, algo extraordinario como en 2011. Otra mentira del presidente: dice que hace años que no crecemos, pero omite lo que se produjo hasta el último año del Estado de bienestar, el 2015, cuando acababa de producirse el crecimiento más acelerado del último medio siglo.

John Berger escribió en Con la esperanza entre los dientes sobre los padecimientos palestinos ante el gobierno de derecha de Israel. Un libro estremecedor. Firmo al pie: «Por vergüenza no me estoy refiriendo a la culpa individual. La vergüenza, tal y como la entiendo, es un sentimiento humano que, a largo paso, corroe la posibilidad de esperanzarnos y evita que miremos más allá. Nos miramos los pies y pensamos solamente en el siguiente pasito. (…) La pregunta es adónde nos llevan, qué hemos perdido, cómo continuar sin una visión plausible del futuro. Por qué perdimos la visión de aquello que va más allá de la vida. Los acomodados expertos responden: globalización, posmodernismo, revolución de las comunicaciones, liberalismo económico, términos que son tautológicos y evasivos. Ante la angustiada pregunta de dónde estamos, los expertos responden: en ningún lado».

Porque no nos olvidemos nunca de que colaboramos, de que esta pobreza no cayó del infierno, nos la ganamos con lo que decidimos por llevarles el apunte a las corporaciones mediáticas que enfermaron nuestra vida. No nos olvidemos de ello.

Porque apenas los cinco millones que cayeron en la pobreza desde la clase media puedan retornar a ella, será más fácil envenenarnos… Esa fuerza de la que habla Berger nos tiraniza, no sólo en términos fiscales sino en todo control político más allá del suyo propio. Su propósito es dislocar el mundo entero.

Tengámoslo en cuenta siempre: la pobreza es una vergüenza. Pero no sólo para Macri, para lo Magnetto del país, no sólo para quienes trajeron esta calamidad. También la vergüenza nos debe increpar. No es que no hemos hecho nada: votar neoliberalismo es una vergüenza en lo intelectual y en lo humano. Lo teníamos más o menos cuidado: decía el Banco Mundial que se había duplicado la clase media; ningún otro país en la región lo había conseguido; nos dábamos gustos que nunca habíamos soñado. Pero eso no debió ser un motivo para permitir que nos envenenaran como lo hicieron. 

Sí, hablamos en plural porque cuando vemos tanta pobreza a través de nuestros ojos y nuestro corazón, todos somos pobres otra vez. «