La demora del presidente Donald Trump en condenar el ataque en Charlottesville del sábado pasado y las fuertes críticas que despertó su tibio comunicado en que pone en un mismo nivel a racistas que a  antirracistas, sumado a los enfrentamientos que todavía despierta el enfoque sobre la guerra civil, revela que hay una profunda grieta en Estados Unidos que no se ha cerrado en más un siglo y medio. Y precisamente este año se cumplieron 140 años del fin de un proceso virtuoso en el sur esclavista que había llevado a la igualdad de derechos entre negros y blancos por la que habían muerto cerca de un millón de norteamericanos en la terrible guerra de Secesión.

Como se sabe por cientos de filmes de Hollywood, los estados sureños intentaron hacer rancho aparte de la Unión al negarse a terminar con el sistema de esclavitud, una de las promesas de Abraham Lincoln en su campaña electoral. Es así que en noviembre de 1860, tras el triunfo del candidato republicano (si, aquellos republicanos eran antiesclavistas, mientras que los demócratas eran esclavistas), Carolina del Sur anunció que se separaba de la Unión. Para febrero de 1861 siete distritos habían conformado los Estados Confederados de América.

Lincoln asume el 4 de marzo y el 15 de abril estalla lo que Arturo Jauretche llamó “la guerra de las camisetas”. Es decir, una conflagración en la que se dirimía dónde y cómo se irían a fabricar las prendas con el algodón producido por los esclavos negros del sur; si en el norte industrializado y con obreros asalariados o en Gran Bretaña.

En pocos meses los confederados eran 11 estados (Carolina del Sur, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkanzas, Carolina del Norte y Tennessee).

Tras un infierno de cuatro años, el 9 abril de 1865 el general Robert E. Lee se rinde y comienza otro período en la historia de Estados Unidos. Un período que ya no protagonizará Lincoln, asesinado cinco días después de este acontecimiento, durante una función a la que había asistido en el Teatro Ford de Washington por un actor virginiano supremacista, John Wilkes Booth.

Asumió su vicepresidente, Andrew Johnson, no tan comprometido con la equiparación de derechos entre negros y blancos como Lincoln, y que inició un Plan de Reconstrucción del sur derrotado en mayo de 1865. Para fin de ese año, Johnson anunció el fin de ese proceso y que los estados confederados podían desde entonces regresar a la Unión respetando el fin de la esclavitud.

Pero esto no era todo por lo que se habái luchado y los legisladores republicanos no estaban de acuerdo: solo habría una verdadera reconstrucción del país si los hombres liberados en el sur tuvieran todos los derechos que emanaban de ser ciudadanos estadounidenses. Para ese año, también, nace el Ku Klux Klan, con el objetivo de mantener los privilegios de los blancos, escudados en la supremacía sobre otras razas.

Choque de poderes

Nació entonces un enfrentamiento entre el presidente y el Congreso, que por las suyas aprobó un Acta de Reconstrucción Militar, en 1867, y pasó por sobre el veto del mandatario. El sur fue dividido en cinco distritos militares gobernados cada uno por un general, respaldado en tropas federales, para garantizar que se cumpliera la 14 enmienda constitucional, que daba plenos derechos a negros y blancos.

Avanzó en el Parlamento un impeachment contra Johnson, que se salvó por un voto de ser destituido.

Como fuera, los antiguos esclavos pasaron a reclamar los 40 acres (16 hectáreas) y una mula prometidos por ley. Y a participar activamente en la vida política, no solo como votantes sino como legisladores. De hecho, fueron primordiales para el triunfo de Ulysses Grant en 1868.

Para 1870 las quinta parte de los oficiales sureños eran afroamericanos, tenían 22 representantes en el Capitolio. Los esclavistas no se quedaron de brazos cruzados y desplegaron medidas legales para frenar los avances y cuando no pudieron, comenzaron con actos terroristas.

En 1871 se dictaron las Actas de Ejecución, que convertían en ilegal el soborno, la fuerza o las tácticas de terror para impedir que otra persona vote. Hubo también apoyo para emprendimientos e inversiones industriales en el sur rebelde, cosa de convencer por el bolsillo de las ventajas del capitalismo sobre otros modelos de explotación económica.

Pero la situación se fue enrareciendo y en 1872 se dictó un Acta de Amnistía por la cual los responsables de haber demorado o bloqueado las reformas por métodos reñidos con la civilización quedaron exculpados y entre otras cosas, recuperaran derechos civiles.

Desde entonces y lentamente los demócratas fueron tomando posiciones claves en el control de los estamentos del estado en cada distrito. Hasta que en 1876 se produce el hecho que los supremacistas, como se los llama ahora, estaban esperando.

Los demócratas postularon al gobernador de Nueva York, Samuel Tilden, los republicanos, a Rutheford Hayes. Tilden tuvo más votos populares, pero quedaba a un elector de consagrarse presidente. Hayes decidió ganar a como diera lugar. Y lo hizo con la promesa de retirar al ejército de los estados sureños ni bien asumiera su cargo.

En marzo de 1877 el nuevo presidente retiró todas las tropas federales. Desde ese momento y en muy pocas semanas, los negros fueron perdiendo todos sus derechos y comenzaría una verdadera dictadura blanca que duraría, al menos en los papeles, hasta la década de 1960. Hayes es el mismo personaje que como árbitro de una disputa fronteriza entre el estado argentino y lo que quedaba del país de Francisco Solano López luego de la guerra de la Triple Alianza (otra guerra por el algodón en cierto modo) laudó a favor de Parguay, que en su honor nombró Presidente Hayes al distrito recuperado.

Un siglo debió pasar de aquella guerra contra la esclavitud para que, luego de una lucha que sumó a Rosa Parks (la mujer que en diciembre de 1955 se negó a dejarle su asiento a un blanco en un autobús en Montgomery, Alabama), Martin Luther King, Malcolm X, Stokely Carmichael, W.E.B. Du Bois y tantos otros líderes, lograran que otro vicepresidente asumido en reemplazo de un mandatario asesinado, (Lyndon Jonhson, sucesor de John Kennedy) aprobara una ley de Derechos Civiles, en 1965, que volvía a prohibir la discriminación racial.

La llegada de Barack Obama a la presidencia, en 2009, hizo pensar que finalmente terminaba una era oscura en la historia de esa nación y que se igualaban derechos no solo en los papeles sino en la cultura de los ciudadanos. Pero la seguidilla de casos de violencia policial contra negros durante su mandato reveló que la brecha seguía abierta.

Estos últimos casos, en Charlottesville y ahora en Carolina del Norte, dan cuenta de una divisoria social que no se consigue cerrar. En Virginia, un joven fanático atropelló a una multitud y mató a una mujer e hirió a casi 20 personas en manifestaciones a favor y en contra de destruir una estatua del general que se rindió ante las tropas federales. En Durham un grupo tiró abajo la estatua de un soldado confederado para simbolizar la ruptura con ese pasado que sigue sin embago pesando en el imaginario estadounidense.