Todo fue tan rápido como lo aconsejable. Tabaré Vázquez se enteró el martes 20 de que le habían detectado un nódulo pulmonar maligno. Ese mismo día se lo informó al Gabinete de ministros y a la población. Dijo que podría tratarse de un cáncer. El viernes 23 una biopsia confirmó que lo suyo era, efectivamente, un tumor maligno. Todo fue tan espontáneo y preciso que no dio lugar a las especulaciones de los bichos de mal agüero. «De aquí en más, en este tema, no en los temas políticos, paso a ser un obediente paciente», dijo el mismo martes. El miércoles 21 su médico personal destacó que «tenemos la suerte de que esto ha surgido de un estudio preventivo, por lo que Tabaré seguirá trabajando, no hay ninguna incompatibilidad para que no lo haga».

El jueves 22, antes de que el presidente se internara para que le hicieran la biopsia, el secretario de la Presidencia, Miguel Ángel Toma, terminó de espantar a los cuervos: «Todos los asuntos administrativos –dijo–, incluyendo proyectos de ley, decretos y resoluciones de distinta naturaleza, vienen siendo despachados normalmente por el presidente». Tras los dichos de Toma fue el propio Vázquez el que habló, para anunciar que no interrumpirá su actividad mientras sea tratado. Por ejemplo, horas antes de ser internado le contestó una carta al presidente de Colombia, Iván Duque, quien le había pedido que respaldara la reelección de Luis Almagro como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). Vázquez, que siente un profundo rechazo por Almagro tras la voltereta hacia la extrema derecha dada por el ex canciller uruguayo, le respondió a Duque por escrito, para decirle que el pedido era «excesivamente anticipado» y «extemporáneo», puesto que «corresponderá al próximo presidente tomar la decisión». Le recordó, además, que las elecciones de la OEA serán en mayo de 2020 y el nuevo mandatario uruguayo asumirá el 1 de marzo de 2020.

Ante una consulta del semanario Brecha, el politólogo Óscar Bottinelli destacó la decisión de Vázquez de anunciar las malas nuevas en forma inmediata, «aunque ese no era un anuncio necesario», y destacó que seguramente en otros países, sobre todo de América Latina, se seguiría golpeando a un presidente con problemas de salud, mientras que aquí hay reglas culturales que hacen que quien lo llegue a atacar sea mal visto. Los uruguayos coinciden en que la «sobriedad» con la que reaccionó la oposición política revela que, más allá de sus problemas, la cascoteada democracia uruguaya conserva fortalezas importantes.