Caída del encendido, poca ficción, fin del fútbol gratuito, escaso presupuesto. El panorama de la televisión abierta argentina parecería ser el peor y algunos de sus protagonistas, en especial los relacionados con la ficción, así lo creen. Un Estado con poca voluntad para intervenir agrava un panorama de por sí difícil. 

La situación es compleja. La caída del encendido es una plaga mundial y la Argentina no queda exenta. En 1990 Telefe promediaba 16,2 puntos de rating diario y el año pasado sólo alcanzó los 8,9 (casi la mitad). El desplazamiento del fútbol hacia el cable y los muy buenos números que vienen consiguiendo los canales de noticias (TN superó los 10 puntos sólo con la transmisión en vivo de la llegada del Irma a Miami) complican aun más el panorama de este año. El horizonte, con las plataformas de streaming en plena expansión, promete más dificultades. 

Las respuestas de los canales a la tendencia a la baja en el rating parecen obedecer más al tanteo que a una estrategia definida. «Hasta ahora los principales canales de TV abierta reaccionan con un repertorio amplio, inmediatista y descoordinado –sostiene el doctor en Ciencias de la Información e investigador independiente en el Conicet, Martín Becerra–. Por un lado, compran ficción extranjera que les baja drásticamente los costos económicos de producción y al mismo tiempo ensayan producciones en nuevos formatos y experiencias como Un gallo para Esculapio. Por el otro, intentan potenciar el vivo de programas de entretenimiento, competencias y concursos. Pero el esquema de exhibición doblemente arancelada del fútbol (hay que tener abono a la TV paga y además pagar por esos contenidos vendidos como premium), la constante segmentación de audiencias que por ejemplo provocó ya hace años la migración del público infantil a canales de la TV paga y la baja general del encendido son malas noticias para la TV abierta».

El autor Sergio Vainman forma parte de la Multisectorial Audiovisual –que reúne a todas las agrupaciones del sector menos CAPIT–. Desde hace tiempo vienen trabajando para construir salidas para una industria en crisis. «Es verdad que han caído los encendidos en relación con otros años y que hay un público que ha ido abandonando la televisión para volcarse hacia otras expresiones». Pero advierte: «¿Cuánta gente puede pagar una banda ancha para tener un streaming de calidad suficiente para ver Netflix; cuánta tiene Internet real; cuánta una computadora o una tablet para verlas? Hay varios países juntos en la Argentina. Uno ve Netflix, pero hay otro que no lo ve, ni siquiera sabe que existe. Ese país no puede comprar con tarjeta de crédito, no compra autos, algunos ni siquiera pueden viajar. Entonces, cuando uno habla de audiencias tiene que ser muy cuidadoso, porque esas audiencias no son números, sino gente concreta, con caras, expectativas, miserias, noblezas».

En el mismo sentido, Pablo Echarri, actor y representante de SAGAI (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) señala: «El éxodo de los espectadores hacia otras formas de ver televisión, acompañado por la ausencia de políticas que la fomenten, hace que la ficción esté pasando por uno de los peores momentos en su historia. La globalización ha hecho que los grandes generadores de contenidos y los que se han animado y fueron fomentados por políticas culturales, pusieron la vara muy alta en lo que es la inversión en la ficción por capítulo. Industrias audiovisuales como la turca, la brasileña, la coreana, la china, la colombiana o mexicana, inclusive, están impulsadas de tal manera que invierten en precio por capítulo mucho más de lo que se puede invertir la Argentina. Nuestro país hace años que viene perdiendo competitividad. Eso lleva a que el programador de un canal prefiera una lata extranjera a una argentina. Acá, para una ficción larga se necesita entre 60 y 70 mil dólares por capítulo, mientras que una ficción equivalente turca –por ejemplo– tiene un costo de aproximadamente 140 mil dólares. Pero como esa inversión la recupera en su país, pueden llegar a vender el capítulo a mil dólares. La única salida que tiene esta y cualquier industria audiovisual es que se dicten leyes que regulen una competencia desigual».

Tanto Vainman como Echarri proponen múltiples ejemplos de fomento y resguardo de la producción local, entre los que se destacan la cuota de pantalla y estímulos de diversa índole. El argumento más contundente en cuanto a la necesaria participación del Estado son los efectos positivos que tuvieron leyes similares en otros ámbitos artísticos. «Desde la ley del cine en los ’90 –recuerda Vainman– hasta la del teatro, pasando por la de la música: todas muestran el mismo camino. Con las dificultades que en todos los casos existe –porque nada es perfecto, pero sí perfectible–, con un marco regulatorio adecuado las actividades culturales no mueren». 

Sin desmerecer ninguna de las cuestiones expuestas, Diego Rossi, docentes investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales, cree que lo que está sucediendo es «una desregulación de hecho». «Con el argumento de que no se puede regular lo nuevo tipo Netflix, que no tienen compromisos ni de cuota de pantalla ni de tributación, entonces habría que desregular lo viejo». Algo que de alguna manera viene sucediendo porque «la cuota de pantalla no se está cumpliendo: no están dando cuenta del artículo 167 de la ley vigente que dice que el 0,5 por ciento de la facturación lo tienen que reinvertir en producción o compras de derechos de películas nacionales. Eso es una desregulación de hecho. Y lo mismo con la programación de películas». Algo que lo hace acordar a los ’90, cuando el Estado «porque no podía controlar algunas áreas de actividad, las dejaba liberadas al mercado».

Becerra también propone reflexionar sobre las respuestas y mutaciones que está dando la TV argentina a un panorama difícil. «No sólo apuestan a los consagrados, también a los programas de entretenimientos y competencias, ciertos híbridos de actualidad y opinión política, los noticieros y la ficción, y una mayor dramatización del segmento de noticias.» Echarri coincide: «No hay ficción, pero hay otra especie de ficción. Una cierta rama informativa, periodística, que hace una búsqueda dentro de lo que es la ficción y cuenta una historia determinada antes que reflejar la realidad. El periodismo históricamente se ha servido de la ficción o del relato. Lo que hoy sucede, a diferencia de esa utilización de siempre de la literatura, es que ni siquiera es importante que la verdad sea parte de esa noticia. Y no generalizo. Es un sector que quiere instalar una realidad sesgada y utiliza la literatura; muchas veces la fantástica». 

Acaso Rossi esté en lo cierto y «no está roto el negocio de la televisión, sino cuestionado su viejo equilibrio, donde mandaba la televisión abierta». Y en ese sentido, las salidas –y sus resultados– siguen siendo las de antaño: o una intervención del Estado consensuada o las reglas del mercado. 

Un largo espiral descendente en rating y encendido

En lo que va del siglo, el encendido de televisión abierta entre el 2004 y 2016 bajó de los 39,1 puntos anuales a los 28,1, siendo los años de los mundiales de fútbol (2006, 2010 y 2014), que durante el anterior gobierno se transmitieron gratuitamente por canales de aire, los de mayor encendido. Sin embargo, donde más clara queda la dispersión de la audiencia es en los ratings. En cuanto a los programas -sin contar las transmisiones deportivas como las de Bonavena vs Ali en 1970, que tuvo 90 puntos, y la final del 86, con 86,4– están los 62 puntos de ¡Grande, Pa! y los 53 de Amigos son los amigos en la década del ’90, hasta los 41,5 de Tinelli ayer nomás, en 2009. Hoy las cosas son muy diferentes. El debut de Showmatch 2017 sólo llegó a los 27,4 y en la actualidad apenas ronda los 22 puntos. «