El aumento del encendido producto de la pandemia y las medidas sanitarias que dificultan la producción audiovisual (a las que se suma la baja inversión publicitaria) configuraron un nuevo escenario en la siempre fluctuante televisión argentina. La última novedad de ese juego de ajedrez es la creciente competencia en la noche de los sábados: el retroceso en el rating de Podemos hablar –un resultado directo de la salida del aire de Andy Kusnetzoff cuando contrajo coronavirus– favoreció a La noche de Mirtha y reactivó la competencia entre El Nueve y América. Esta última señal renovó su programación de los sábados para ganar terreno en su lucha con El Nueve, aunque sin salir de formatos y personajes trillados. 

La ley de la no ficción, la información al paso, el chimento y el entretenimiento clase B siguen firmes. En esa línea, América apostó a estrenar tres ciclos. Uno de ellos es El Show de los escandalones (sábados a las 20), a cargo de Rodrigo Lussich. El conductor, que ya había estado al frente de otros programas en América y El Nueve, llevó a un horario cada vez más codiciado su rendidor segmento de las tardes en Intrusos, una mezcla de chimentos, comentarios sardónicos y gusto dudoso. A continuación, Guillermo “El Pelado” López y Soledad Fandiño conducen Santo sábado (21:30), un magazine que refrita polémicas televisivas de la semana y reutiliza posteos en la web de dudosa veracidad. En tercer lugar aparece Confesiones (22:30), un envío de entrevistas “virtuales” a artistas realizadas por Julieta Prandi.

Estas nuevas propuestas de América compiten de modo directo con El Nueve, que  renovó sus noches de sábado a comienzos de la pandemia con Vivo para vos (que también se emite los domingos), un envío que nació siendo de juegos –apostando a Julián Weich, un conductor con trayectoria en el rubro–, pero que ante los malos resultados rápidamente fue reorientado a un ciclo que realiza entrevistas a través de videoconferencias donde alternan preguntas con el visionado de videos de archivo del protagonista en cuestión. También relanzaron el programa Implacables con el regreso de Susana Roccasalvo al estudio (salió desde su casa desde comienzos de la pandemia hasta hace dos semanas) y una renovación en el panel.

Por su parte, la TV Pública mantiene en las noches de los sábados programación que se desmarca de la oferta de los canales privados. A las 20 emite el noticiero –la actual gestión reinstaló el noticiero nocturno todos los días de la semana– y luego emite documentales, conciertos y un film nacional. Si bien se trata de programas grabados, son contenidos que no se encuentran en el resto de las opciones de la TV abierta y estimulan la producción local. Al menos en la programación diaria, la repetición de ficciones como En terapia e Historia de un clan le dieron muy buenos resultados también en el rating, incluso superando a programas periodísticos como el de Viviana Canosa.

Mientras tanto, Podemos hablar (Telefe) y La noche de Mirtha (El Trece) compiten por el rating «grande» milímetro a milímetro. Andy Kusnetzoff, apelando a la buena onda y las confesiones personales de famosos y, del otro lado Juanita Viale, apostando al costado más crudo de la grieta.

Las noches de los sábados supieron ser espacio de grandes shows y programas humorísticos con mucho éxito en la historia de la TV argentina. Sábados circulares, Finalísima, Calabromas y el más que clásico No toca botón (Alberto Olmedo), entre otros, ocuparon las noches de los sábados con altos índices de audiencia entre los ’80 y los primeros ’90. Eran tiempos de una altísima llegada de la TV abierta a la sociedad y poca oferta de entretenimiento doméstico: el cable estaba mucho menos extendido y no existían Internet ni las redes sociales.

Más acá en el tiempo, Nicolás Repetto instaló Sábado bus, un programa centrado en la comida de unos 20 famosos que alternaban su conversación con el conductor. El programa mechaba segmentos preproducidos con los mismos famosos en los que exhibía a actores, actrices, conductoras y conductores de TV con muy poca ropa. Repetto, hoy retirado, fue también pionero en otra tendencia de la farándula argentina: escaparse a Uruguay en nombre de ideales de difícil comprobación.

Hoy la televisión argentina exhibe una verificable vocación de generar contenidos tendientes al encuentro intergeneracional. Con ese objetivo apela a insumos de bajo costo: tendencias en redes sociales, redescubrimiento de figuras del espectáculo sin pantalla, chismes, invitados y poco más. Se trata de herramientas que pueden seducir a televidentes cautivos, pero que parecen augurar un declive inevitable ante la creciente oferta de plataformas de streaming, redes y otras formas de consumo cultural,  informativo o de entretenimiento.

En su primer programa, Rodrigo Lussich comenzó diciendo que su objetivo era que “la familia vuelva a reunirse frente a la TV para reírse de boludeces”. Esa poco edificante declaración de principios podría extenderse a buena parte de la actual industria televisiva vernácula.  «