El «mejor equipo en 50 años» erró más de lo que metió, luce fatigado y exhibe sin pudores sus diferencias internas. 

En los palcos -los atriles de CAME y la UIA-, los simpatizantes VIP de Cambiemos muestran su impaciencia y de las tribunas empieza a bajar un rumor de fastidio que esta semana tomó forma de Marcha Federal. Hombre de fútbol, Mauricio Macri no desconoce lo que implican esas señales. Ni sus consecuencias.

Cuando los resultados son magros, abundan los pases de factura. El ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, protagonizan la batalla más ruidosa. Aunque es, si se quiere, una disputa de matices: los dos coinciden en aspectos esenciales del programa económico – transferencia regresiva de ingresos; disminución de salarios y otros «costos laborales»; hiperendeudamiento público y liberación parcial de mercados-, pero disienten en los métodos y los plazos de ejecución.

Otros contendientes, en cambio, batallan por temas de fondo. Es el caso del Jefe de Gabinete, Marcos Peña, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. «Si seguimos así, en vez de timbreo vamos a hacer ring raje», dicen que dijo esta semana el tercero en la línea sucesoria, según la agencia DyN -propiedad de los periódicos oficialistas Clarín y La Nación-. Monzó suele criticar a Peña por su apego al marketing y su aparente desdén al desarrollo político en el territorio. La diferencia de visiones viene de origen: nacido y criado en el peronismo bonaerense, el diputado sabe que, con los bolsillos flacos, la provincia se vuelve un terreno electoral escarpado que no se ablanda con golpes de efecto en Twitter. Hijo de estos tiempos, Peña cree que red social mata puntero. Tiene un argumento fuerte a favor: con esa fórmula llevó a Macri a la Rosada.

Por razones similares, pero con mejores modales, Rogelio Frigerio mantiene tensiones con el «club de Ceos» que rodea a Peña. Devenido en exégeta de los gobernadores, Frigerio reprocha al trío Lopetegui-Cabrera-Quintana por el «costo social» de su obsesión por el «gasto público». Su ladero Ricardo Delgado lo acompaña en el sentimiento.

Fiel a su historia, Elisa Carrió libra guerras simultáneas. Como contó este diario, la más cruenta es con el trajinado Rasputín de la UCR, Enrique Nosiglia, a quien esta semana acusó de propiciar una supuesta operación de inteligencia contra el suspendido director de Aduanas, José Gómez Centurión. En el radicalismo creen que Carrió utiliza el caso –y a Nosiglia- para castigar a Ernesto Sanz, postulante a varios ministerios en caso de un eventual recambio del elenco macrista. A propósito: las versiones sobre modificaciones inminentes en el gabinete crecen junto al malestar social por los sucesivos yerros del equipo presidencial. La especulación tiene lógica: Macri sabe, como cualquier futbolero, que meter cambios a tiempo puede dar vuelta un mal resultado. O al menos impedir que se pierda por goleada. «