Lo primero que miramos en este partido con Colombia fue si estaba Lionel Messi. Y Messi estaba. No sólo porque llegó hasta la frontera del fair play cuando no entregó la pelota en la lesión de Luis Muriel. También cuando nada más leímos la formación. Pero nos pasamos tanto de rosca que la transmisión oficial, incluso, anunció en la formación argentina a un Guido Messi. El error fue la hipérbole de nuestra ansiedad, de la necesidad de que la Argentina se componga por Messis. O de que Messi pueda estar en todos lados. Pero no puede y además la Argentina se compone de Guidos Rodríguez, de jugadores que recién empiezan a hornearse, y entonces vimos lo que vemos, con algunas intermitencias bastante honrosas, desde hace más o menos diez años: que la selección juega a una cosa que no se condice con Messi.

La Argentina jugó su primer partido oficial dentro de lo que se supone es una transición generacional. Una transmutación que va de atrás hacia delante de manera muy clara porque si sacamos la foto del equipo que salió a la cancha, los tres de arriba son las tres espadas de la vieja guardia, Di María, Agüero y Messi. Aunque no lo parezca, porque hay jugadores como Franco Armani o Nicolás Tagliafico que estuvieron en Rusia 2018, otros como Giovani Lo Celso que estuvieron pero no jugaron y otros como Nicolás Otamendi que arrastran procesos previos, el plantel que juega esta Copa América es el máximo intento de recambio que se haya hecho en el último tiempo. Y sin embargo lo que expuso el partido con Colombia fue que a ese recambio se lo deja volar en el viento.

Los primeros 45 minutos de la Argentina en el Brasil de Jair Bolsonaro fueron el espanto mismo. Una desolación cubrió al equipo. Si en un inicio fue corto y manejó el partido, al rato Colombia le armó un desbarajuste. Básicamente le robó el medio, la desactivó. No se supo más a qué jugó la Argentina. Era curioso porque no podía medirse en llegadas: Colombia triangulaba, presionaba, generaba errores como los que cometían entre Otamendi y Armani, pero tampoco imponía peligro. Podía resultar abstracto, pero jugaba mejor.

Hay un dato que podría contextualizar todo: el de ayer fue el primer partido oficial de Lionel Scaloni como entrenador. No su primer partido como entrenador de la selección, sino que como entrenador, a secas. Por eso, cuando ya se visualizaba el final del primer tiempo lo que quedaba era que no había un hombre que cambiara esto. Porque el problema acá es de idea, de sistema, de funcionamiento, de estructura, de saber cuál es el plan de vuelo. No el plan de juego, el de vuelo, más a largo plazo, el que incluye a César Luis Menotti. El qué viene después. Como esto es fútbol, la selección argentina hasta podría ganar la Copa América. Podría quedarse con un título que no tiene desde hace 26 años. Sería un alivio para el Messi apesadumbrado que se volvió a ver ayer cuando el equipo quedaba larguísimo, lejos de él y de Agüero y de Di María. Pero sería solo eso. No es poco, pero lo que hay que evaluar es qué se está haciendo.

El primer gol de Colombia, el de Roger Martínez, llegó en un momento en el que la Argentina comenzó a respirar -buen ingreso de Rodrigo De Paul-, pero el segundo fue una palada a un equipo que ya no tenía aire. Que ya no tenía juego. Todo lo malo que había hecho la Argentina en la primera parte, lo pagó en la segunda. Fue la lógica de Carlos Queiroz, un entrenador que tuvo tan poco tiempo como Scaloni para armar una selección colombiana también en transición. Fue el entrenador de Irán en el Mundial 2014, un partido complicado para la Argentina.

Este equipo consiguió superar durante un partido la horrorosa estadía rusa del año pasado. Y a favor de aquel equipo se trataba de un Mundial. No se trata de la derrota, que ya es un golpe en sí mismo, sino de lo que expuso la derrota, un equipo sin sociedades, sin toques, sin pases. Un equipo en el que ni siquiera puede decirse que apeló al arrebato. No hubo individualidades, salvo alguna de Messi demasiado aislada y algún remate de Paredes desde muy lejos. Ya está demasiado dicho que con Messi no alcanza. Y ya está demasiado dicho que sin Messi no hay nada. Lo que habría que decir es que tampoco alcanza con nuevos jugadores. Parafraseando a un presidente de Estados Unidos, lo que habría que decir es que es la idea, estúpido. «