Guillermo Barros Schelotto tenía razón, Boca no estaba obligado a salir campeón. Ni Boca ni nadie. Ningún periodista o ex deportista devenido en opinador puede afirmar, alegremente, que alguien está obligado a ganar. Ya bastante debe sufrir el fútbol por frases absurdas que se hacen virales y afirman idioteces como “hay que ganar sí o sí” o “hay que ganar de cualquier manera” como para que ahora se agregue la obligación dictatorial. De hecho Boca, al menos este año, no va a salir campeón y Barros Schelotto sigue en su cargo. Como corresponde, claro. 

Boca perdió con Independiente del Valle en La Bombonera. ¿Y? Nada. Perdió. Ahora sus jugadores, cuerpo técnico y dirigentes deberán empezar a pensar en lo que viene. Eso es todo. El sueño de la séptima Copa Libertadores quedará para más adelante. Y los que abonaron con vehemencia aquella obligación de ganar ya deben estar pensando a quién meterle presión, quién será la próxima víctima de ese resultadismo paralizante que sólo sirve para que hablen aquellos que no pueden pensar ni analizar el juego.

Pero hay algo a lo que sí Barros Schelotto, Boca, todos los entrenadores y cualquier club están obligados. Hay algo que es innegociable y lo saben. Se trata de la propuesta. Todos los equipos que salen a la cancha están obligados a intentar jugar bien al fútbol. Después, cuando empieza a rodar la pelota y aparecen los imponderables, cada cual verá hasta dónde le da. Y ahí es donde Boca falla. 

Este equipo que armó Barros Schelotto no intenta jugar bien al fútbol. Quiere ganar, eso sí. Ataca, eso también. Va al frente, eso seguro. Pero no tiene juego. Cada jugador que tiene la pelota en sus pies empieza a correr para adelante o tira un pelotazo o busca llegar lo más rápido posible al área de enfrente. Eso hace que no exista el juego asociado y que nadie ponga la pelota debajo de la suela. Sí, claro, exactamente eso que hacía Riquelme. Están Zuqui, Pablo Pérez, Lodeiro y Tevez merodeando el mediocampo. Talento hay. Lo que falta es una idea que los lleve a asociarse, a buscarse, a tocar corto, a tener paciencia, a generar fútbol para que la pelota llegue bien redondita a la zona de definición. 

El vértigo con el que juega Boca hace que sea infructuosa la tarea de quienes saben gambetear y tocar. Por eso son tan feos los partidos. Por eso, también, se produce semejante vacío cuando pierde. Porque si hubiera perdido jugando bien, con llegadas claras y manejando la pelota, otra hubiera sido la historia. Al menos, el dolor por la derrota no sería tan lacerante.