Fueron 24 horas de turbulencia que les dejaron muy en claro al presidente y su equipo que febrero de 2017 no es lo mismo que febrero de 2016. Después de un año de alta recesión y alta inflación con impacto social negativo, ya no puede hacer lo que quiere; ni todo lo que hace es festejado, ni siquiera por sus aliados. El escándalo por la condonación de la multimillonaria deuda que mantenía su padre con el Estado por el Correo afectó la imagen de Mauricio Macri como ninguno de los –cada vez más pesados– affaires que envuelven a su gobierno de celebrities corporativas. La difusión a través del portal Nuestras Voces, con la firma del periodista Ari Lijalad, del acuerdo firmado en junio que la fiscal del caso calificó de «perjudicial», instalado luego desde su tapa por el diario amigo La Nación, golpeó con fuerza en la mandíbula oficial, porque astilló una de las certezas sobre las que se basaba el sentido común dominante que lo llevó a consagrarse como jefe de Estado: esa que se decía y se escuchaba en el taxi, en el vestuario del club, en la pantalla televisiva y hasta en los trenes conurbanos, que como Macri era rico, no necesitaba robar.

A esta altura, la discusión sobre la pertinencia o no del acuerdo, es importante a nivel administrativo y judicial, pero es políticamente irrelevante, porque el daño ya está hecho. En tan poco tiempo las encuestadoras no pudieron medir el efecto, pero se descontaba entre los consultores una segura merma al apoyo de la gestión. La noticia es una: cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia, como cabeza ejecutiva del Estado, decidió condonarle una deuda a su padre empresario. Este es el dato que anima todas las charlas de sobremesa y está, también, dando la vuelta al mundo. Donde, además, al combo sobre la sinuosa figura presidencial se le agregan los Panamá Papers. Escuchar al ministro de Comunicaciones, Oscar Aguad, decir un día que no había perjuicio al Fisco y, al día siguiente, que sí lo había, exime de mayores comentarios. Que convoque a los espacios opositores para explicar lo ventajoso del eventual desfalco es una grosería. Es irremontable lo que pasó para el gobierno, tanto que hasta el propio radical Julio Cobos salió a pedir que se anule el acuerdo, y buena parte del massismo asociado al modelo intentó despegarse como pudo de lo injustificable, en distintas consultas periodísticas.

En realidad, al macrismo se le hace cada vez más difícil disimular sus apetencias como grupo empresario y de poder tras la pantalla política que prometía renovar los procedimientos y manejos reñidos con la moral promedio durante la batalla electoral pasada. «Cambiemos», hay que admitirlo, fue un eslogan exitoso. «Condonemos» a Franco 70 mil millones de deuda, ya no lo es tanto. Se parece más al principio del fin del romance con ese sector social que lo abrazó por el antikirchnerismo insuflado hasta el hartazgo por los medios hegemónicos. Macri volvió a ser Macri esta semana. Ya no es, ya dejó de ser el apellido de un experimento innovador de la Argentina antiK. Es la pesada herencia política de la Patria Contratista que hizo fortuna a costas del Estado, y ahora atiende ambos lados del mostrador. Y está en su naturaleza, como en la parábola de la rana y el escorpión, hacer negocios con la plata de todos, aunque haya sido mandatado por la voluntad popular para cuidarla.

Está desnudo el presidente, rodeado de un estrecho círculo de pedantes que creen estar refundando el país, y en problemas serios, porque nadie puede despojarse de su pasado si no tiene voluntad de hacerlo. Los Kirchner gobernaron Santa Cruz de una manera, cuando llegaron a la Nación aceptaron que debían ser distintos, que el nivel de representación ya no era el del feudo patagónico, sino la gran sociedad argentina y sus complejidades. Si los Derechos Humanos vistos desde Santa Cruz eran un asunto testimonial, cuando llegaron a la Casa Rosada, con esa histórica plaza inmensa al frente donde todo sucedió, advirtieron y aceptaron que la reconstrucción de la legitimidad institucional tras el desplome de 2001 pasaba por hacer causa común con los pañuelos. Y lo hicieron, y los pañuelos, desde entonces, se lo reconocen. Esos sí que cambiaron, de verdad, porque entendieron el papel que estaban llamados a jugar. No es lo que ocurre con Mauricio Macri, el hijo de un millonario que llegó a la presidencia del país tratando de diferenciarse de su padre para, una vez que tomó al poder, dedicarse a defender los negocios de sus parientes y amistades, al límite del absurdo. Y hasta lo ilegal.

A la memoria hay que ayudarla. Hay que indignarse por el espionaje político y el uso de los aparatos judicial y de inteligencia para dirimir cuestiones de poder. Pero Macri es el presidente que al segundo día de asumir fue sobreseído en la causa de las escuchas ilegales producidas por una verdadera asociación ilícita comandada por su comisario de confianza, el Fino Palacios, que hoy enfrenta un juicio oral por este caso y también por el tema AMIA. Es decir que la operatoria existió y Macri, solamente, zafó de la acusación porque se calzó la banda presidencial, en una suerte de indulto judicial, como es de estilo. El método es el mismo, el beneficiario igual, el sistema es un calco: se denuncia cualquier cosa, un juez amigo pide las intercepciones, las grabaciones salen de ahí y van a parar al escritorio del cerebro de la maniobra, que las administra para herir, perjudicar y anticipar las movidas de sus oponentes, e incluso de la propia familia. Volviendo al párrafo anterior. Una vez que llegó a la presidencia, el líder Cambiemos, no cambió: siguió siendo el mismo y haciendo las mismas cosas detestables. Lo que era problema distrital, resumido a la Capital Federal, hoy es un problema institucional para todos los argentinos. ¿O cómo se supone que ven los diarios extranjeros que la principal líder opositora, además expresidenta, denuncie que la espían y salgan en todos los medios oficialistas escuchas de sus conversaciones privadas con un colaborador, donde no hay delito alguno, sino charlas de estrategias de poder, que es lo que habitualmente hacen los dirigentes políticos? ¿Así piensa llegar a ocupar el cargo de Alejandra Gils Carbó el fiscal Marijuan, avalando estas tropelías?

Marijuan, el fiscal estrella del fuero especial antikirchnerista, pidió la detención de Oscar Parrilli. Lo acusa de encubrir a un presunto narco y homicida, hoy liberado y deportado a los Estados Unidos por otro delito, menor. Curiosamente, Ibar Pérez Corradi, de él se trata, acusado en su momento de ser el autor ideológico del triple crimen de la efedrina, alcanzó a balbucear los nombres de la jueza Sandra Arroyo Salgado, la viuda de Alberto Nisman, y del radical Ernesto Sanz, relacionándolos con supuestos pedidos de coima en el marco de la causa, y se ganó el pasaje gratis a Estados Unidos. Pero el que tiene que dar explicaciones y merece estar detenido, en su opinión, es Parrilli. Como operador macrista en la justicia, Marijuan tiene un problema: se le ven todos los hilos.

No es al único. Un día después de que estallara el escándalo del Correo, otro fiscal del mismo fuero especial, Germán Pollicita, pidió investigar a Julio De Vido, a Zannini y a Parrilli en el marco de las medidas de prueba de la causa que impulsaba Nisman, hoy revivida increíblemente, por encubrimiento a los responsables de la voladura de la AMIA.

Casualmente, ese día un humo denso cubrió la CABA. Dicen que por un incendio en Punta Lara. Sin embargo, los que se animaron a viajar al epicentro juran que las volutas salían de la Rosada. «