Rodolfo Hamawi es el Decano del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV). Durante el gobierno anterior se desempeñó como Director Nacional de Industrias Culturales y fue el creador del Mercado de Industrias Culturales (MICA) que estimuló el desarrollo de los creadores de todo el país. Daniel Divinsky, por su parte, es uno de los grandes editores argentinos, fundador de Ediciones de la Flor que tuvo éxitos tan rotundos como la publicación de Mafalda y de los libros de Roberto Fontanarrosa. Ambos son los responsables de un proyecto que ya está en marcha y que se desarrollará en la UNDAV, la Tecnicatura Universitaria en Edición que será dirigida por Divinsky y que reunirá a otros prestigiosos editores. 

-¿Cuál es el papel que tiene cada uno ustedes en este proyecto de tecnicatura en edición? 

Rodolfo Hamawi – El papel principal, por supuesto, es el de Daniel, quien va a dirigir la tecnicatura secundado por la editora Constanza Brunet. Es una tecnicatura que parte de la UNDAV luego de haber detectado la necesidad, por lo menos en el circuito metropolitano, de complementar la formación de profesionales dedicados al libro, ya que el país, por lo menos en el área metropolitana, es un productor permanente de ediciones a pesar de la crisis que hoy vive el sector. Los 30.000 libros que aparecen por año requieren profesionales muy aggiornados en las nuevas tecnologías, en las nuevas necesidades de edición en los distintos formatos. Hay que tener claro que el libro viene resistiendo en formato papel y aun cuando pasa al formato digital sigue manteniendo los mismos requerimientos de profesionales de la edición, de la corrección, de la selección del armado del catálogo. Es un honor para nosotros que Daniel haya aceptado este desafío porque todo el mundo editorial acuerda en que es una de las personas que más conoce el sector y queremos que la tecnicatura tenga una impronta de mucha formación conceptual pero también de mucha formación práctica.  

-¿Cuáles son los requisitos para acceder a esta tecnicatura? 

R.H – El título secundario. 

-Es decir que la tecnicatura es un título terciario.

 R.H. -Sí, es lo que se llama un título pregrado. 

Daniel Divinsky: Yo querría precisar dos cosas. La primera es que no es un proyecto, sino que ya es una realidad. Fue un proyecto durante dos años en que estuvo durmiendo en el Ministerio de Educación luego de estar elaborado el plan de estudios en el que cual intervino el ingeniero Igarza, un especialista de la UNESCO en esta materia. Trabajamos, además,  con editoras y editores de mucha experiencia como Julia Saltzman y Nicolás Sticotti. La segunda –y esto no es para devolver flores- es que la iniciativa fue exclusivamente de Hamawi, quien fue director nacional de Industrias Culturales por un largo período durante el que evaluó qué pasaba con las distintas ramas de la industria cultural en la Argentina. Luego, desde el Departamento de Humanidades de la Universidad de Avellaneda creó el Centro Universitario de Industrias Culturales de la Argentina, algo que no tiene, que yo sepa, ninguna otra institución en el país.

 -¿Cuál será su papel específico como director de la tecnicatura? 

D.D.- Seré el de coordinador. No quise asumir ninguna cátedra al comienzo porque cuando se aprobó esto, casi de sorpresa, en el mes de abril, yo ya tenía organizado mi año con varios viajes y entonces no podía asumir una responsabilidad permanente. De común acuerdo con Hamawi, con Brunet y Sticotti ya el plan de estudio está elaborado, el programa de estudios está hecho, las cuatro materias que se van a dictar en el primer cuatrimestre también y dos de los docentes van a ser de la Universidad de Avellaneda, de modo que sólo restaría la designación de los otros docentes y de los docentes para los años sucesivos. 

-¿Cómo se aprende a ser editor? 

D.D.- La práctica debe estar alimentada por una teoría. La formación de un editor tiene que ver con la cultura general, con la práctica editorial en sí misma, con talleres de aplicación de los conocimientos y con una formación que tenga que ver con la gráfica, con la corrección de estilo y de pruebas. El director editorial no es sólo el que elige los títulos, sino que tiene que conocer el proceso de edición desde el comienzo hasta el final, ir a una feria a comprar derechos o a venderlos, intervenir en la distribución,  promover los libros y hasta  escribir una contratapa.

 -¿El dictado de clases comenzará el próximo cuatrimestre? ¿Cuáles serán las primeras materias? 

R.H. -Sí, estamos haciendo todo lo posible para empezar el próximo cuatrimestre. Las primeras materias tienen que ver con aspectos de la cultura argentina y latinoamericana, con la historia del libro y la edición en Argentina. En el primer año vamos a ir introduciendo lo que llamamos Laboratorio de Edición y una materia que tiene que ver con los procesos editoriales. El objetivo es entender y buscar densidad cultural en los futuros profesionales del libro porque tienen que relacionarse con la lectura, la cultura y también tener las herramientas prácticas para trabajar. El primer año tendremos esta combinación y, a medida que avanza la carrera se irán imponiendo más las materias de tipo práctico como Derecho Editorial, un segundo y tercer nivel de Proceso de producción editorial y los laboratorios de edición van a ser tres porque lo que pretendemos es que los alumnos produzcan libros, folletos, es decir, que haya un trabajo concreto sobre la edición. Seguramente haremos algún cruce con la editorial de la universidad. Me parece muy importante remarcar que si bien Argentina tiene una característica muy especial al tener 300 o 400 editoriales independientes, igualmente sigue habiendo un espacio para nuevos proyectos independientes ligados a centros culturales, a clubes, a bibliotecas. Vamos a incentivar esa capacidad de generar proyectos independientes, autogestionados, cooperativos. Muchos alumnos, seguramente, van a terminar trabajando en las editoriales existentes, pero queremos que tengan también capacidad no de “emprendedores”, sino de efectiva profesionalización pensando, sobre todo, en proyectos comunitarios cooperativos. Este es un eje que en la formación general de la edición argentina está faltando. 

D.D.-Esos pequeños emprendimientos  no son ameteur, que no son bonsái, como dijo una vez un editor español para indicar que son pequeños, decorativos y destinados a no crecer. Es más bien como dijo un editor alemán: los grandes grupos editoriales son como pelotas en una caja, como son redondas dejan pequeños espacios para pelotas chiquitas que pueden fructificar entre ellas y, en tanto no crezcan demasiado, van a subsistir y no van a ser absorbidas por las otras. Aquí y en todo el mundo en la década del 80 hubo un gran proceso de absorción de editoriales por los grandes grupos. Emecé fue absorbida por Planeta, Sudamericana fue absorbida por Random House. Este proceso no sólo no siguió, sino que los grandes grupos regurgitaron algunas editoriales que se habían trabado y les devolvieron su independencia. Sucedió con muchas editoriales francesas que eran propiedad de la Compañía Lionesa de Agua y que ésta comenzó a revender o a soltar. Es decir que, como decía una publicidad de desodorante, siempre hay lugar para uno más. 

-No sé si acuerda con esto, pero creo que en este momento en la Argentina hay una serie de editoriales pequeñas o medianas que tienen un prestigio mayor que las grandes por la conformación de su catálogo. Muchos escritores que recién comienzan pero tienen ya un mundo propio, publican en editoriales que no pertenecen a ninguno de los dos grandes grupos.  

D.D. -Sin duda, Eterna Cadencia, Fiordo, Mansalva, una cantidad de sellos. Siempre me llamó la atención y critiqué en público que escritores de trayectoria progresista que en el momento de decidir la editorial en que publican, lo hacen con los grandes grupos. El escritor mexicano Juan Villoro publica con Anagrama pero también en pequeñas editoriales argentinas como Interzona, o mexicanas como Almadía. Reparte el juego y se siente bien atendido cuando los editores son personas con las que tiene contacto directo y no empresas de gran porte. 

 R.H- Si nuestros alumnos van a aprender algo con Daniel es cómo cuidar autores de una editorial mediana. Por alguna razón grandes escritores y dibujantes argentinos siguieron trabajando con él. Nos va a poder dar la receta y dárselas a los alumnos. 

D.D.- Hoy se transmitió una entrevista que hice en mi programa de la radio de la universidad a Juan Casamayor, el editor español de Páginas de espuma. Dijo que él es hijo único de médicos y que lo que aprendió de sus padres era a tratar a los escritores como pacientes: cuidarlos, mimarlos, atenderlos. Y le dio resultado porque le son fieles. Fontanarrosa siempre dijo que trabajó en la que fue mi editorial porque llamaba por teléfono y hablaba con los dueños y no con la secretaria del secretario del director editorial. Es una forma diferente de relacionarse. 

-Ustedes salen con este proyecto en un momento de crisis general que, por supuesto, afecta también al mundo editorial

D.D.- Como dijo alguien muy famoso, actuamos con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. 

R.H.-Una universidad tiene que formar pensando en el futuro. 

-La gente que no está en el mundo del libro tiene la sensación de que el libro es casi un objeto natural, que un escritor entrega un original en una editorial y como por arte de magia sale convertido en libro y, sin embargo, es el resultado de un largo proceso. 

R.H.-Sí, en realidad la proliferación de los blogs y de la autoedición en Internet creó la fantasía de que un libro se hace solo, cuando en realidad, como dijo Marianne Ponsford, Directora del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), dependiente de UNESCO que patrocina la tecnicatura, la función de editor es enmarcar, limitar, acotar, es decir, hacer que el libro, además de ser valioso, tenga las formas necesarias para ser recibido adecuadamente.

 -¿Daniel, cómo aprendió usted a ser editor? 

D.D.-Aprendí en la Facultad de Derecho, aunque parezca un chiste, porque  edición no es una materia que se curse allí. Pero el Centro de Estudiantes –el progresista, porque había otro que era un centro gorila- en el año 58 comenzó a publicar unos Cuadernos del Centro de Derecho y Ciencias Sociales que en realidad era unos libros de entre 64 y 128 páginas que tenían los chismes de los profesores, esos profesores que todavía no habían escrito un tratado de su materia, pero que tenían un tema que les intrigaba, en el que siempre estaban trabajando y sobre el que siempre preguntaban en los exámenes y que no había dónde estudiarlos. Por eso, un grupo de estudiantes fundaron esa colección con la ayuda económica de la editorial Perrot, una editorial jurídica que tenía una librería dentro de la facultad. La editorial pagaba la colección y el director de la colección se ocupaba del resto. En un momento me llamó para ser el subdirector. Luego, cuando el director se graduó, quedé a cargo de la publicación. La tarea era pedirles a los profesores ese texto que resultaba precioso para aprobar el examen, es decir que tenía una clientela cautiva. Dada la venta enorme que tenían esos libritos, el dueño de la editorial nos permitía cada tanto hacer algún contrabando ideológico: ubicar un libro de Gregorio Bermann sobre la Revolución Cubana o alguna otra cosa que lográbamos introducir dentro del contexto muy rentable que eran los otros libros.

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