El trumpista sublevado el miércoles pasado, cubierto con una piel de búfalo, y sus correligionarios trepando por las molduras de la muralla de mármol del Capitolio norteamericano, no pueden dejar de evocar a los visigodos de Alarico saqueando Roma en el  año 410.

Lo cierto es que la caída de los imperios occidentales  no se ha producido nunca por el enfrentamiento con otro imperio que haya venido directa e inmediatamente a sustituir al vencido.

Por el contrario, el proceso de desintegración se desata dentro del propio corazón del imperio. Allí aparecen las fisuras por las que se cuelan los “bárbaros”, tanto de adentro y como de fuera.En el caso del “imperio” norteamericano, son la crisis  migratoria (sobre todo en la frontera con México) y el alzamiento del interior profundo, del llamado “cinturón del óxido”, las fuerzas de base demográfica que lo sacuden. No es casual que Trump haya ganado la elección de fines del 2016 cabalgando sobre consignas referidas a estas dos cuestiones cruciales.

El pasado alzamiento, inédito en todo el tiempo de existencia de la “gran democracia del Norte”, amainó ese mismo día  por pedido del propio Trump, dejando como secuela cuatro víctimas fatales y una fractura definitiva de la institucionalidad de los EE UU que hace de Joe “Sleepy” Biden el presidente que asume con mayor deslegitimación en la historia de la “unión”.

Los demócratas y su senil presidente no están ni cerca de poder dar una respuesta real a los dos problemas de la Norteamérica real anteriormente mencionados. Aun más, a diferencia de Trump, ni siquiera tienen intenciones de resolverlos. 

El otrora populismo jeffersoniano,  que llevara a la presidencia a candidatos tan progresistas como Franklin Delano Roosevelt e, incluso, John Fitzgerald Kennedy, hoy no es más que el representante de los grupos financieros globales  más poderosos de Wall Street y cuya estrategia anunciada no es otra que la de emitir  y emitir irracionalmente, para seguir sosteniendo la burbuja financiera más grande de la historia del capitalismo, que pone definitivamente en riesgo seguro de explosión  y caída a todas las economías occidentales , entre ellas, paradójicamente, a la de su propio país.

La invasión de la Ciudad Eterna por los bárbaros  no fue ni el inicio ni el fin del proceso que llevo al Imperio romano a su desintegración, sino solo un episodio, el más gráfico quizás. De manera muy similar, los hechos del miércoles no han hecho más que hacerle reconocer a toda la prensa occidental y a sus lectores que los EE UU   ya no son, ni volverán a ser nunca, la sólida potencia que garantizó durante todo el siglo XX y los primeros años del XXI, la existencia de la “civilización occidental y cristiana”.

 Este debería ser considerado el tercero de una saga de artículos cortos que venimos publicando desde hace tres meses (*). El título, “la decadencia del imperio americano”, lo hemos tomado de la película canadiense de Denys Arcand, una tragicomedia multipremiada de 1986.Ese filme también tuvo su continuidad en el otro del mismo director, «Las invasiones bárbaras», del año 2003, que se revela mucho más adecuado. «

(*) https://www.tiempoar.com.ar/no…

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