Pikachu predijo la victoria de Trump en los Estados Unidos. Casi nadie lo registró, pero el fenómeno global que acompañó el lanzamiento, en agosto de 2016, del primer juego masivo de realidad aumentada, expuso una de las formas preferidas de la población para vincularse con el mundo exterior: a través de una pantalla. Luego solo fue cuestión de administrar mejor lo que ahí se veía. Mientras los fanáticos de los videojuegos cazaban pokemones con el celular puesto de anteojo, otros replicaban el gesto para mantenerse comunicados en todo momento y, casi todos y cada vez más, para informarse. Lo que no sabían es que, como el animé japonés, aquello que leían podía existir solo en ese mundo virtual. De ahí la sorpresa de muchos cuando el candidato que no pensaban ganó las elecciones. Y estalló el debate sobre la «posverdad».

«La posverdad no es una condición de las cosas. Es un término que se acuña para dar sentido a que lo objetivo importa menos», explica Pablo Boczkowski, doctor en Estudios de Ciencia y Tecnología por la Universidad de Cornell (EE UU). «Uno puede decir que Clarín o Tiempo tienen diferencias enormes en la interpretación de los hechos, pero los hechos no son distintos. En las redes sociales, sin embargo, hay tanta información que uno empieza a dudar: ¿es cierto o no?», explica.

Ocho de cada diez estadounidenses adultos tienen un perfil de Facebook y seis de ellos interactúan a través de esa plataforma todos los días. Según el Centro de Investigaciones de Pew, una de las consultoras de medios y política más reconocidas de ese país, en las últimas elecciones presidenciales la red social desarrollada por Mark Zuckerberg se transformó en la tercera fuente de información directa que usaron los votantes para formar su decisión, después de los canales de noticias Fox News y CNN. Por ello también muchos sorprendidos por la victoria de Trump la responsabilizaron por los resultados.

«Las redes sociales lo que hacen es amplificar muy fuertemente y segmentar. Aunque en realidad lo hacemos nosotros eligiendo a nuestros amigos. Porque si además estamos juntos en Facebook y nos la pasamos dando ‘me gusta’, entonces me van a mostrar más cosas del otro. Si nunca le di un ‘me gusta’, desaparece», aclara Boczkowski. Lo que no hacemos conscientemente es reflexionar sobre cuánta de la información que consumimos la obtenemos de ese espacio y cómo nos afecta.

La confusión que se genera, añade, no es casual. «Las mismas armas conceptuales o discursivas que usa un determinado sector del espectro político para deconstruir los mensajes del poder son usadas en su contra por el otro sector. Lo que esto genera sobre la población es una enorme incertidumbre sobre los hechos. Porque además, si no hay hechos, yo me voy al lado de lo que más ‘me gusta’. Todo está tan mediatizado y hay tanta disputa que en realidad la gente elige qué le gusta más».

El fin de la posverdad

«Las sociedades democráticas tienen mecanismos establecidos de elecciones periódicas de sus representantes. Ese es un límite natural a las construcciones narrativas y por eso pueden ser consideradas un límite social a la posverdad», desentraña Boczkowski, también licenciado en Psicología por la UBA. «Lo que pasa en EE UU, como en otras sociedades desarrolladas, es que hay una alienación respecto del otro mayor que nunca. Tras la elección de Trump la sensación fue: no conozco a la gente que tengo al lado».

Pero esa sensación no fue exclusiva del estadounidense demócrata. Poco antes los británicos habían experimentado algo semejante al conocerse el resultado del referéndum que al cabo selló la salida del Reino Unido de la Unión Europea (conocida como Brexit), y luego los colombianos cuando, contra todos los pronósticos, se impuso el rechazo al acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Más golpeados que ellos, probablemente, hayan quedado los medios masivos de comunicación que no pudieron prever ni explicar la situación.

«Hay que ser consciente de cuál es la economía política de los medios hoy. No tenés gran parte de los recursos de antes y, desde lo laboral, se le exige al periodista una productividad (medida en cantidad de notas) mucho mayor. Esto es importante porque la única manera de satisfacer eso es salir menos a la calle y hacer más trabajo de escritorio», razona Boczkowski. «Lo que pasó con la ceguera de los medios tradicionales, como el New York Times, respecto del movimiento político de Trump es que son medios más de editores que de cronistas.

La pregunta es entonces cuál es el límite que la gente está dispuesta a pagar por la información. Porque mientras el New York Times logró apenas mantenerse volcándose hace cinco años a las suscripciones en lugar de la publicidad, Facebook se cuadruplicó en ese tiempo».

Lila Luchessi, directora del Instituto de Investigación de Políticas Públicas y Gobierno de la Universidad Nacional de Río Negro, amplía el panorama. «Los medios están complicados por dos vías: por un lado, ya no son indispensables como superficie de comunicación publicitaria y las audiencias tampoco necesitan a los medios para llegar directamente a la fuentes. Entonces deben reinventarse desde otro lugar que no sea el de tener el saber que otro no tiene».

Las redes sociales también los desafían porque en buena medida los han reemplazado en el rol de proveer argumentos que sustenten ideas políticas. Esos argumentos circulan sin un chequeo básico de veracidad. Procurando recuperar visibilidad, los medios muchas veces equivocan el camino», añade Luchessi. «Una de las adecuaciones que hacen es tomar aquello probadamente consumido, es decir viral, y volverlo noticia aunque no cumpla con ninguno de los criterios tradicionales de noticiabilidad».

De esa manera se entierran aun más. Para Boczkowski, «renunciar a la veracidad significa renunciar al único activo altamente diferencial del periodismo. La gente ya no tiene la pretensión de que el medio no tome posición, pero no se puede confundir eso con el no chequeo de fuentes o con el hecho de publicar información falsa».

Por casa cómo andamos

En la Argentina hay actualmente más de 25 millones de cuentas activas de Facebook. Según Comscore, la principal empresa auditora de visitas en Internet, el 92% de los menores de 34 años que tiene cuenta en esa red social se conecta todos los días. Esas elevadas cifras de conexión pueden cruzarse con los datos que maneja el Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad que dirige Boczkowski junto con Eugenia Mitchelstein. Según una encuesta que realizaron en septiembre del año pasado a 700 usuarios menores de 30 años del Área Metropolitana de Buenos Aires, tres de cada cuatro jóvenes identificaron su consumo informativo con la frase “Me encuentro con noticias online mientras navego por redes sociales”, mientras que apenas uno de cada cinco dijo “Visito sitios de Internet para enterarme de las noticias online”.

Es decir que ese tipo de consumo informativo sobre la actualidad que los investigadores definen como “incidental” ya está muy presente en el país, en particular en la población más joven. Allí se construyen esos mundos segmentados por algoritmos secretos de empresas tecnológicas que incluyen, entre sus criterios, los anuncios patrocinados. Por eso probablemente el Gobierno Nacional destinó 33 millones de pesos en 2016 a ubicar publicidad oficial en Facebook, que fue el doceavo receptor de ingresos en ese rubro.

Alejandro Grimson, doctor en Antropología e investigador de la UNSAM, plantea que las redes sociales no parecen ser un espacio de discusión, sino más bien «de reafirmación de identidades o argumentos». De todas maneras, aclara, «la idea general de posverdad habría que ponerla entre signos de interrogación, porque si no parecería que el periodismo siempre dijo la verdad». Para él, este concepto se usa ahora como «una manera de explicar la frustración que atraviesa el campo nacional progresista que ve que, a pesar de las políticas gubernamentales, el nivel de popularidad de Macri no decrece».

Para Grimson, además, la política argentina siempre tuvo altos niveles de «posverdad bélica». Y lo ejemplifica con el gobierno anterior, que también es víctima de este momento informativo y del éxito comunicacional macrista. Sin embargo, «el kirchnerismo tenía muchas verdades para defender pero había institucionalizada una mentira llamada INDEC que hacía difícil defender lo demás. Eso le quita hoy autoridad moral para hablar de la inflación. Por eso digo que hoy la puja es para que la gente se enoje con Macri, pero eso no se ve reflejado en la gente pidiendo que se vaya en helicóptero. Porque la sociedad no se olvida de los errores cometidos y está esperando que el kirchnerismo hable de esos errores propios».

En esa línea, profundiza Grimson, lo que hoy sucede, al menos en la Argentina, no está escindido del contexto que posibilitó la llegada de Macri al gobierno y no se limita a su campaña publicitaria en las redes. La palabra final, probablemente, se pronuncie en los comicios de este año, cuando las representaciones amplificadas y viralizadas por las redes se choquen con las condiciones materiales de la población y ese contraste se exprese en las urnas. «

Facebook cuida la campaña de Merkel

Tras el triunfo de Trump en EE UU, que se transformó en la tercera gran sorpresa electoral de 2016, los cañones de los cientistas sociales apuntaron a Facebook y su incapacidad para detener el flujo de noticias falsas. Mark Zuckerberg, fundador de la red social más grande del planeta, consideró “bastante loco” el planteo. Pero empezó a tomárselo con seriedad cuando los gobiernos amenazaron con aplicarle severas multas.

Una de las primeras en lanzar munición gruesa fue la canciller alemana Angela Merkel, que va por su cuarto mandato este año y no quiere sorpresas. Hábil para cuidarse de los enemigos, Zuckerberg aplicará en Alemania y por primera vez un sistema para marcar noticias sospechosas y comprobar su veracidad. Lo hará en colaboración con una asociación civil periodística sin fines de lucro llamada Correctiv, que estará a cargo del chequeo de información. Facebook informó que ya está trabajando para ampliar el sistema a EE UU y otros países.