En la presentación de su libro en La Habana, la vicepresidenta Cristina Fernández afirmó que el Fondo Monetario Internacional violó su propio estatuto cuando le prestó al gobierno de Mauricio Macri un monto descomunal de dinero que se utilizó para sostener la fuga de capitales. Afirmó, además, que habría que investigar el origen y destino del empréstito, y sugirió que debería aplicarse una quita sobre la deuda. Las irregularidades del crédito que el organismo otorgó al país en 2018 habilitarían esta posibilidad. Formalmente, el FMI no puede aceptar una quita en sus créditos porque su estatuto lo prohíbe. Sin embargo, el argumento de la vicepresidenta fue que cuando el organismo prestó plata sin prever que el país tomador financiaría la fuga de capitales con esos recursos, ignoró la prohibición. El vocero del Fondo, Gerry Rice, respondió a las acusaciones de Cristina Fernández y desató un cruce de opiniones con la vicepresidenta.

Cristina no fue la única referente del oficialismo que endureció su discurso con el FMI. En un acto en la localidad bonaerense de Escobar, su hijo Máximo Kirchner agitó: «Háganse cargo de que financiaron la campaña de Macri y vayan a la cola».

Una parte considerable de los grandes medios desplegó sus teorías conspirativas y agigantó una presunta interna que puede contener granos de verdad, pero que fue rabiosamente exagerada. La comandancia de los monopolios mediáticos sigue peleando su guerra anterior y cree encontrar en cada movimiento del adversario la posibilidad de la batalla final.

En una entrevista radial, el presidente Alberto Fernández se refirió al tema con un tono más componedor y moderado. Avaló el planteo de su vice en referencia a las responsabilidades del Fondo en este endeudamiento salvaje. «Siento que no estamos mal con el Fondo. La observación de Cristina es muy pertinente», aseguró Alberto y recordó que «cuando me vinieron a visitar los del Fondo, yo les marqué cómo habían incumplido normas que prohíben prestar plata cubrir corridas cambiarias». Se refería al encuentro que tuvo con la comitiva que integraban los funcionarios del organismo, Alejandro Werner y Roberto Caldarelli, en el mes de agosto del año pasado, antes de ser electo.

Lo que fue presentado como un terrible enfrentamiento, como dos líneas opuestas y contradictorias para lidiar con el Fondo y los acreedores de la deuda, se terminó develando como una puesta en escena y una técnica de negociación utilizada desde que el mundo es mundo. Popularmente se la conoce como de policía bueno/policía malo y dictamina que en un equipo de negociadores debe existir una persona que tiene que mostrarse como razonable y la otra como más dura. Dicen los manuales de negociación que esta táctica contiene un poco de representación teatral: el ala dura adquiere un estilo frío, agresivo y pendenciero, mientras que el sector que hace de bueno se debe mostrar más comprensivo y cooperativo.

No pocos coinciden en que el éxito de esta técnica depende de que la otra parte sea un poco asustadiza. Aquí se presenta el primer problema para la estrategia del gobierno nacional. Del FMI y de los acreedores privados que se encargaron de destruir países por todo el globo con tal de cobrar sus deudas fraudulentas, lo último que se puede decir es que tengan «miedo».

Además, los viejos zorros del Fondo y los bonistas saben diferenciar entre las palabras y las cosas. Son conscientes de que se encuentran frente a un gobierno que observa como los bancos privados ganaron en todo 2019 un 166% más que en 2018 (sumando $ 262.332 millones) y no sufrieron ninguna exigencia. Una administración que hizo de la superación de la retórica confrontativa de kirchnerismo «puro», la clave de su éxito político. Que no se propuso ni la medida mínima de investigar la deuda para evaluar un desconocimiento soberano; que apenas subió las retenciones a los productos agrarios; bajó las regalías a las petroleras y pide moderación en las paritarias. Los experimentados negociadores del capital financiero internacional ponen el ojo en lo que el gobierno hace mucho más que en lo que dicen algunos referentes.

El problema es pretender obtener de la maniobra mucho más de lo que la maniobra puede dar. Como decía un teórico clásico de la guerra: cuando el enemigo echa mano a la espada no es recomendable salirle al cruce con una ceremonia. «