El rol de primera dama, como aparece en los medios, transporta dos preguntas cruciales: ¿qué es ser mujer y cuál es su relación con el poder? La figura de la primera dama ha sido el centro de una gran cantidad de discursos mediáticos tendientes a reestablecer una representación de la mujer como figura lateral y externa al liderazgo político. Reproduce una tradición simbólica que asigna a lo masculino las funciones del liderazgo y la vida pública mientras que da a lo femenino los atributos del apoyo (sentimental, sobre todo) y la vida privada. En ese sentido, Juliana Awada es la contracara íntima y sensible del gestor racional en el que la discursividad mediática convierte al presidente.

La representación de Awada como una acompañante sentimental del presidente pareciera corresponderse a la lógica de la «vuelta a la normalidad», con la que cierto sector del periodismo y la sociedad, particularmente conservador, celebró la llegada de Cambiemos al poder. ¡Al fin un presidente hombre con una mujer normal, que lo acompaña, que es buena madre, buena esposa, bonita, con vocaciones humanitarias, pero que no se mete en la política! La aparente inocencia de esos discursos alberga una cosmovisión sobre qué es ser mujer y qué tipo de relación con el poder es esperable de esa condición. Y para decirlo sin vueltas complicadas (especialmente hoy día, que podemos ver a la primera gobernadora de la provincia de Buenos Aires, lo cual es totalmente celebrable), atrasa un montón.