Leonardo Padura llegó a Buenos Aires. Pero no llegó solo. Lo acompañaron su esposa Lucía y Mario Conde, el expolicía, vendedor de libros usados y detective de vocación que desde hace casi 30 años lo sigue como su sombra. A su vez, tampoco Conde llegó solo. Lo acompañaron su perro Basura II y una historia desencadenada por el robo de una virgen negra en la que él es protagonista y que Padura ha narrado en La transparencia del tiempo, su última novela.

Quien contestó las preguntas de Tiempo Argentino fue el propio Padura. Conde le pidió que hablara en su nombre mientras él intentaba reponerse de una resaca durmiendo una siesta en el hotel de Recoleta donde se alojaron. En Buenos Aires hace demasiado frío para un perro cubano, por lo que Basura II no dudó en subirse a la cama y arroparse junto a Conde.

Cuba no es sólo un país, es un territorio casi mítico. ¿Eso supone para usted un esfuerzo extra cuando representa a su lugar natal como escritor?

–Sin duda. Cuba es un país que históricamente ha tenido una característica que la ha marcado y es que tiene una cultura que es más grande que el territorio de la isla. Desde el siglo XIX la cultura cubana ha sido muy importante. Su música ha viajado por el mundo. Dos de las grandes voces del modernismo son José Martí y Julián del Casal. A lo largo del siglo XX ha dado figuras como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Alicia Alonso, en fin, todo el Grupo Orígenes. La lista sería interminable. A eso se suma un hecho político, la revolución socialista de 1959 que ha tenido un elemento que ha marcado la vida de la isla: la actitud hostil de Estados Unidos hacia Cuba. Por eso, cuando salgo de mi país yo tengo que hacer dos trabajos: el de escritor cubano y el de cubano (risas). Tengo que hablar de la situación cubana, de la sociedad, de la política aunque prefiero hablar de la cultura cubana y de mi trabajo. Pero asumo la responsabilidad porque soy un escritor cubano. Mira, desde hace siete u ocho años tengo un pasaporte español. Me dieron la ciudadanía española por un procedimiento honorífico que se llama «carta de naturaleza». Soy un escritor cubano con ciudadanía española, pero soy un escritor cubano y, esencialmente, un cubano y lo digo en todos los lugares, lo dije delante del rey de España en la recepción de un premio. No me presento como representante de la cultura cubana porque eso sería una proyección demasiado ambiciosa, pero sí me presento como un miembro de la cultura y de la sociedad cubana porque he vivido toda la vida en Cuba, he pasado allí los momentos buenos y malos que se han vivido en estos años, he tenido todos los beneficios y todas las incomprensiones. Eso me da el orgullo, pero también el derecho de tener mis opiniones, que a veces pueden ser críticas con respecto a la realidad de mi país.

Pero las críticas siempre las ha hecho desde adentro.

–Mira, si no tenemos una perspectiva crítica hacia las cosas que nos pertenecen y que amamos, no les estamos haciendo ningún favor. Criticarlas es la única manera de intentar mejorarlas. Con respecto a Cuba existen a nivel universal dos visiones hegemónicas: el infierno socialista o el paraíso socialista. Y no es ni una cosa ni la otra. Tenemos grandes beneficios y ganancias, pero se han cometido también grandes errores por los cuales hemos pagado un precio. Tengo un gran sentido de pertenencia, trato de tener una vida lo más normal posible y en Cuba a veces la normalidad no es fácil de conseguir. Las dificultades de la vida material nos afectan a todos. Como escritor que publica sus libros fuera de Cuba y viaja, tengo ciertos privilegios, pero se los debo a mi trabajo no a ninguna postura política ni a favor ni en contra.

–La transparencia del tiempo se refiere, sobre todo, a la forma en que el tiempo histórico influye en el tiempo individual. Aparece también el tiempo vital de Mario Conde. En la novela este personaje está por cumplir 60 años y nació el mismo día que usted, el 9 de octubre. ¿Esto fue premeditado o se fue dando en la escritura?

–Conde nació el mismo día pero es un año más viejo (risas). Sí, desde el principio quise que el presente de la historia se viera iluminado por el pasado histórico. La Historia es un proceso en que los hombres participamos y a veces podemos tomar determinadas decisiones, pero otras veces la Historia toma las decisiones por nosotros y nos coloca en caminos que nunca habíamos pensado. Cuando estamos viviendo no tenemos conciencia de que estamos viviendo en la Historia. La mezcla de la conciencia histórica y de la falta de esa conciencia produce un encuentro entre dos momentos y la clarificación de hasta qué punto somos objeto de la Historia. Conde, con el que he convivido desde hace casi 30 años, está por cumplir 60 y tiene la tremenda noción de que ha vivido más tiempo del que le resta por vivir. Cuando sentimos que el tiempo se nos acaba, nos preguntamos si hemos sido capaces de hacer todo lo que nos hemos propuesto, si la propia Historia nos lo ha permitido y si nos lo han permitido nuestras capacidades y esfuerzos.

¿Cuál es su propio balance respecto de este tema?

–Soy una persona que sigue soñando porque me han pasado cosas que nunca pensé que me ocurrieran. He tenido satisfacciones muy importantes gracias a mi trabajo. Pero mi generación en mi país ha sido muy golpeada, porque en su momento de madurez comienza la crisis tremenda de los ’90, desaparece la Unión Soviética, Cuba entra en una crisis profundísima y todo lo que esa generación había soñado en términos de futuro comienza a desmoronarse. Vivimos en ese desmoronamiento. Como dice un personaje de la novela, «somos demasiado jóvenes para morirnos, pero demasiado viejos para empezar de nuevo». Somos una generación que ha quedado entrampada entre un pasado en el que soñamos, trabajamos y creímos, y un futuro que nunca llegó. Esta reflexión, que tiene que ver con lo biológico, pero también con lo existencial y con lo histórico a través de las vidas individuales, ocupa un lugar muy importante en esta novela.

Hasta el perro de Conde, Basura II, está viejo y su vejez también habla de la finitud de la vida. Pero hay algo que permanece y son los objetos, como la talla de la virgen, punto nodal de la novela.

–Claro, estamos hablando de la cultura que es no sólo la capacidad de crear obras con un sentido espiritual que puede ser muy diverso, sino también la huella que deja el hombre de su paso por el tiempo. Todos somos producto de la cultura. Hoy podemos ver en el teatro una obra de un clásico griego y lo hacemos porque esos escritores hablaban de algo que es común al hombre civilizado que es la condición humana en la que se manifiestan el dolor, el miedo, la envidia, el odio, la bondad, la ternura. La condición humana es una mezcla de componentes diabólicos y de componentes angelicales. El hecho de que podamos conmovernos con una tragedia griega que tiene 25 siglos o con una escultura románica que tiene 15 siglos demuestra que la capacidad de creación y comprensión del hombre es permanente.

–¿Tiene algún futuro previsto para Mario Conde?

–No, porque siempre dejo un espacio para sorprenderme. Mira, te digo con sinceridad que todos los años podría escribir una novela de Conde de 200 páginas que podría funcionar bien y venderse. Pero no me interesa hacerlo porque quiero que cada libro sea un reto, un desafío. Conde es un testigo de la realidad cubana y trataré de que lo siga siendo. ¿Hasta cuándo? Eso no lo sé.

–¿Conde tiene vida propia. ¿Cómo lo vive?

–Es muy satisfactorio para mí que los lectores humanicen a Conde al punto de preguntarme por su vida. En Cuba hay gente que me pregunta si Basura II estará vivo en la próxima novela. Conociendo a Conde, es probable que tenga un Basura III porque él necesita tener un compañero con el que dialogar determinadas cosas que son filosóficamente muy importantes, como cuando le dice: «Basura, ¿verdad que ser viejo es una mierda?». Estas preguntas son de una profundidad filosófica absoluta. Sobre todo en Cuba, donde mis libros circulan menos de lo que deberían circular, la gente ha convertido a Conde en una persona real. Me preguntan si se va casar, si va a seguir vendiendo libros.

Usted dijo que cuando se dio cuenta de que no iba a ser un gran jugador de baseball eligió competir en el terreno de la literatura. Resulta difícil imaginarlo competitivo. ¿Lo es?

–Sí, lo soy. Los deportes te obligan a serlo. La pelota de baseball es un símbolo de la espiritualidad cubana y de mi relación con Cuba. Los símbolos de la nacionalidad pueden ser evidentes y elementales. Ponerme una banderita cubana en la solapa no me parecía adecuado. Para mí la patria empieza en una casa y en un barrio de La Habana. La casa en la que nací y el barrio donde he vivido toda mi vida son mi patria verdadera. En la literatura no estás en competencia con otro, pero estás en competencia contigo mismo. «