“Tengo tres patrias: Cuba, mi lengua y mi trabajo”, dijo Leonardo Padura al recibir el premio Princesa de Asturias en 2015. Desde que nació vive en Mantilla, el mismo barrio de La Habana donde nacieron también su bisabuelo, su abuelo y su padre.  Vive, además, en la misma casa familiar que construyó su padre. En la última página de su novela más reciente, Como polvo en el viento (Tusquets), consigna: “En Mantilla, abril 2018-abril 2020”. A diferencia de él, los personajes de su novela, un grupo de amigos que se ha bautizado a sí mismo como El Clan, marcha al exilio en busca de mejores condiciones de vida, por lo que la novela transcurre en los escenarios más diversos, desde Hialeah, una especie de segunda Cuba instalada en Miami, hasta Tacoma, en el estado de Washington, Madrid, Barcelona, Buenos Aires y Toulouse. La novela abarca desde 1989/1990, cuando comienza el llamado Período Especial, hasta 2016, cuando Obama visita Cuba. En ese dilatado lapso los personajes viven el exilio cada uno a su manera, buscan en otra parte lo que no encuentran en su propia patria. Padura los hace viajar escribiendo desde el país en que nació. Él tiene muy claro que sus patrias son Cuba, su lengua y su trabajo.

Como polvo en el viento habla de la diáspora cubana de la gente de su generación. Es algo que aparece ya en otros libros suyos. ¿Podría decirse que es una obsesión?

-Sí, esta historia me persigue desde hace mucho tiempo. El tema del exilio, del desarraigo, de la pertenencia, de la permanencia es una de mis obsesiones. Por eso lo he trabajado en otras novelas e incluso lo he hecho para el cine en una película que se llama Regreso a Ítaca que dirigió el director francés Laurent Cantet. Pero sentía que no había dicho todo sobre el tema, especialmente desde el punto de vista de mi generación. Entonces decidí escribir esta novela con personajes de historias personales fuertes que me permitieran abordar el tema del exilio desde una perspectiva más abarcadora, desde la perspectiva de la condición humana en cuanto a los elementos que salen a flote en una situación límite, en una condición crítica. 

En Cuba el exilio ha sido un tema que viene desde el siglo XIX. Pero por diversas razones, muchos escritores latinoamericanos de otros países también lo han padecido de otros países. ¿Cuál sería la característica especial del exilio cubano?

-El ámbito latinoamericano ha tenido un desarrollo muy traumático desde los tiempos de la Independencia, es decir, desde que surgen las nuevas naciones latinoamericanas. El tema político ha sido muy complicado y eso ha hecho que muchos intelectuales y gente de todo tipo hayan tenido que salir al exilio por diferentes razones. En el caso de Cuba, esta realidad del exilio, del destierro, de la lejanía también está presente desde los orígenes del país. Como tú sabes, Cuba no obtiene su independencia en el siglo XIX, pero a principios del siglo XX ya se convierte en una nación diferente a la metrópoli, aunque no cesan los conflictos políticos. Esa particularidad se mantiene durante toda la primera mitad del siglo XX y continúa hasta el año 59 con el triunfo de la Revolución. En los primeros años se abre una distancia entre los que se van y los que se quedan que en esos tiempos era una distancia de carácter esencialmente político, aunque también había razones de carácter económico en algunos casos. Pero era el cambio, la ruptura política la que había propiciado ese exilio. Lo que ocurre es que con el tiempo, estos elementos políticos siguen estando presentes, pero cobra mayor fuerza el elemento económico. Y en esto Cuba se acerca a otros países latinoamericanos. Hoy, la mayoría de las personas que emigran, sobre todo los jóvenes, lo hacen buscando un mejor destino económico. No tienen una posición política definida en contra del sistema, pero necesitan espacios de realización que no encuentran dentro de él.

Usted no se fue al exilio. Quedarse es tomar posición.

-El personaje de Clara de mi última novela en algún momento reflexiona sobre el asunto y dice algo que me saqué de la boca y se lo puse en la boca a ella: todas las razones para exiliarse, para buscar un nuevo destino, son válidas. Y también son válidas todas las razones para quedarse y tratar de encontrar en la cercanía un desarrollo para ese destino. Creo que hay que entender a los que se van y también a los que se quedan. Si miras estas actitudes de una manera fundamentalista o con una perspectiva maniquea, empiezas a dejar de entender los matices y las múltiples razones que puede tener cada individuo en un momento determinado para decidir su vida

-¿Y su elección en qué se basó?

– En mi caso, desde que empecé a transitar esta profesión de periodista, de escritor, de ensayista, tuve la percepción de que necesitaba de la realidad cubana para poder hacer mi trabajo. Incluso en épocas en que tuvimos condiciones económicas muy difíciles en el país y en mi familia hice un balance de lo que podía ganar si me iba de Cuba, tal vez mejores condiciones materiales, y lo que podía perder.

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-¿Y qué podía perder?

-La conexión con una realidad, con una cercanía, con una serie de conflictos que en definitiva son los que nutren mi trabajo como escritor y como periodista.

Supongo que esta novela le habrá llevado mucho tiempo de investigación. ¿Fue así?

-Sí, la investigación de terreno fue lo que más tiempo me llevó. Mucho más que la investigación bibliográfica que hice para El hombre que amaba los perros y Herejes, que son novelas que tienen un componente histórico importante y que, por lo tanto, necesitaron de una investigación libresca muy detenida y muy prolongada. En el caso de Como polvo en el viento hubo que hacer investigación de terreno, ir a lugares, entender cómo se podía instalar o cómo se podía integrar un emigrante cubano en espacios que van del estado de Washington en la punta noroeste de los Estados Unidos, en la frontera con Canadá hasta Toulouse, Francia, por el Este y por el Sur hasta Buenos Aires. Hay una cantidad de escenarios y de situaciones que pueden desarrollar los personajes en cada uno de estos lugares a los que llegan para vivir o pasan en una época determinada de su desarrollo. Esta vez fue muy importante la cooperación de muchos amigos que me fueron diciendo detalles que son muy difíciles de encontrar en una bibliografía, detalles que tienen que ver con realidades migratorias, con la manera de ejecutar una determinada acción en un sitio específico. Sin duda, la mayor investigación fue la de la ciudad del condado de Miami, Hialeah, que prácticamente es un territorio tomado por los cubanos dentro del espacio del Imperio. Fue difícil entender el entramado físico de la ciudad y el entramado psicológico de los cubanos que viven en ese lugar.

Marcos, uno de sus personajes, elige vivir allí porque es como tener a Cuba, pero en otro lugar. Eso habla de las dificultades del exilio.

-Esta es una actitud muy visible en muchos emigrantes. Durante siglos los chinos que han llegado a otras partes de mundo han fundado su barrio chino.  Los emigrantes tratan de buscar un punto de apoyo cuando se van del lugar que les pertenece. Es una manera de reconocerse a sí mismos como personas y que el desarraigo no los afecte tanto. En el caso de los cubanos que viven en el sur de La Florida ha ocurrido algo muy interesante y es que allí se han preservado algunas tradiciones, por ejemplo tradiciones culinarias, que en Cuba se han perdido. El emigrante suele ser mucho más conservador que el que vive en su propio país.

-¿El aislamiento debido a la pandemia favoreció o perjudicó la escritura de esta novela?

-Cada persona puede contar una historia sobre cómo le ha ido en esta situación tan peculiar que hemos estado viviendo a lo largo de este extraño 2020. En mi caso, en los primeros meses estuve haciendo la revisión final de la novela y el aislamiento resultó muy productivo. En los últimos meses he estado buscando información para una nueva novela y haciendo este trabajo de promoción de los libros que es tan importante. Tenía programado ir a España a hacer las primeras presentaciones y luego un viaje por Chile, Uruguay y Argentina y, en noviembre iba a la Feria de Guadalajara y posiblemente a Panamá y a Puerto Rico y, en enero, a Colombia. Pero todo se ha quedado en el teléfono, en el WhatsApp, el Zoom. Lo que más extraño de mi otra vida, que ya no sé si será igual cuando haya otras condiciones, es viajar y estar con las personas que conozco en los distintos lugares. Aquí, en Cuba, extraño reunirme con mis amigos. En La Habana estamos en una fase de confinamiento bastante estricto. A las 7 de la tarde ya no se puede salir de la casa hasta las 5 de la mañana del día siguiente. Hay medidas muy fuertes y hay que aceptarlas porque es la manera de intentar controlar este enfermedad tan terrible que está azotando al mundo. Me ha chocado que se cerraran las fronteras, que la gente no pueda circular libremente, algo que ha reclamado durante tanto tiempo. Pero deberemos recobrar nuestros derechos cuando pase todo esto. El tema es sanitario, no político y creo que Cuba ha actuado muy bien en esta circunstancia.

-¿Cree que con Como polvo en el viento agotó el tema del exilio?

-No puedo hacer predicciones, pero el exilio es algo muy candente en la realidad y la historia de Cuba y puede ser que en algún momento el tema vuelva a aparecer en algún personaje, alguna historia, algún episodio relacionado con el exilio. Mira, Mónica, nunca digas nunca.

Una mirada sobre América Latina

En agosto de 2018, Leonardo Padura viajó a Buenos Aires para presentar la que entonces era su última novela, La transparencia del tiempo. “Cuando salgo de mi país –le dijo entonces a Tiempo Argentino– yo tengo que hacer dos trabajos: el de escritor cubano y el de cubano. Tengo que hablar de la situación cubana, de la sociedad, de la política, aunque prefiero hablar de la cultura cubana y de mi trabajo». Pero sus palabras de entonces no impidieron esta vez la pregunta acerca de su visión de la realidad política latinoamericana. “Es muy difícil hacer una valoración de un tema tan complejo y tan difícil en una conversación –contestó acostumbrado a hacer siempre doble trabajo–, pero creo que ha habido un retroceso en las políticas de la izquierda latinoamericana que ha sido muy bien organizado y llevado con mecanismos muy cercanos a la violencia por la derecha. Es lo que pasó con la destitución de Dilma Rousseff, el golpe de Estado a Evo Morales, con el cambio político en Ecuador. Hay toda una serie de signos de un retroceso. Creo que el peor de los ejemplos lo tenemos en el caso de Brasil, un país que había conseguido una estabilidad tanto política como económica, que había sacado de la pobreza a varios millones de personas y que ahora ha dado un giro radical en su política. Y el pueblo está pagando las consecuencias de un gobierno como el que tiene con el tema de la pandemia. Hay una enorme cantidad de gente contaminada y de muertos. Creo que en un futuro la condena histórica y política a Bolsonaro será segura».