Toda lista de películas goza de arbitrariedades varias, entre las que se destacan las vivencias propias al verlas y lo que dejó en el recuerdo, y el sesgo que todo cronista tiene. Y a Dios gracias que así es: si al ver un film todos viéramos “la misma película” no habría cine (como muchísimas otras cosas). En la variedad de miradas está la riqueza de un film, lo que no obsta que despierte mayores o menores consensos en cuanto a cómo se la califica. Y si toda lista goza de arbitrariedades, cuando se trata de actores del talento de Leonardo Sbaraglia lo único que se puede ser es arbitrario. Así que acá cinco films de Sbaraglia que tienen que ver con su descubrimiento, consagración, ratificación en el tiempo y consagración total a partir de mostrar que, en lo suyo, no tiene límites.


La noche de los lápices (1986, de Héctor Olivera)

Película homenaje a los secundarios secuestrados el 16 de septiembre de 1976 durante la dictadura cívico militar 1976-83. Leo hace de Daniel, uno de los estudiantes detenidos y secuestrado ese día y desaparecido posteriormente. La película se estrenó el 16 de septiembre de 1986 y produjo una gran conmoción, en especial entre los estudiantes secundarios que con la vuelta de la democracia ingresaron en la militancia estudiantil y descubrieron, casi como por arte de magia, que muchos años antes en ese país había habido chicos y chicas con sus mismas inquietudes pero que no pudieron contar su historia. Décadas después, en el recuerdo de ese film, Leo dijo de su debut cinematográfico: “Para un pibe que tiene 15 años -cumplí 16 en medio de la película-; para mí me marcó de por vida.”


Caballos salvajes (1995,de Marcelo Piñeyro)

Películas generacionales como pocas -y en algunos sentidos anticipatoria- cuenta la historia del joven empresario Pedro Mendoza (Leonardo Sbaraglia) y José (Héctor Alterio), viejo anarquista al que conoce porque  entra en la financiera en la que trabaja y amenaza con suicidarse si no le devuelven el dinero que le estafaron. Lo que sigue a partir de ahí es un film de iniciación, donde el joven Pedro descubre otro mundo, uno de otro tiempo, con una libertad menos declamada que la de él, que vive alardeando lo libre que es pero no puede desprenderse de su trabajo y de su posición de privilegio. José le enseñará cómo hacerlo. Y Ana (Cecilia Dopazo), le mostrará el resto de lo esencial para vivir. Leo demuestra que está para cosas grandes, que lo suyo recién empieza; y el cine argentino sonríe (de libre acceso en YouTube).


Plata quemada (2000, de Marcelo Piñeyro)

En el medio quedaron Besos en la frente (una película casi imposible desde lo actoral, que sacan adelante con la gran China Zorrilla) y Cenizas del paraíso, donde Sbaraglia, como supone el pensamiento medio por su fisic du rol, es miembro de la parte poderosa de la sociedad. En cambio en esta por primera vez se mete en el bajofondo: es El Nene Brignone, que junto a El Gaucho Dorda (el español Eduardo Noriega), son Los Mellizos que encabezan una famosa banda criminal de la década del 60 (en la que también están Pablo Echarri y Leticia Bredice, para nombrar sólo dos de un gran elenco). Pero además, entre ellos hay una relación sentimental y amorosa. Basada en la bella novela homónima de Ricardo Piglia (a su vez basada en hechos reales), el film muestra los atracos y fugas de la banda, pero más se detiene en las relaciones entre El Nene y El Gaucho -actoralmente se sacan chispas-, y entre ellos dos y el resto de la banda. Policial para deleitarse (de libre acceso en YouTube).


El otro hermano (2017, de Israel Adrián Caetano)

Si algo le faltaba era hacer de una especie de Boggie el Aceitoso (memorable historieta de Roberto Fontanarrosa), retirado en un pueblo chaqueño, al que maneja a su antojo. Ahí llega Daniel Hendler (otro gran duelo actoral), que hace de un joven algo ingenuo y sumiso que sueña con cobrar un seguro de vida luego de una tragedia familiar. En términos futbolísticos, es como si Caetano tuviera en su equipo al mejor diez del mundo (cada uno ponga el nombre que más le guste) para armar un thriller/ western/ drama que pone los pelos de punta y produce palpitaciones. Definitivamente Leo es un actor todo terreno, un indispensable.


Dolor y gloria (2019, de Pedro Almodóvar)

Una que lo pone a Leo en un lugar nuevo: el del tránsito hacia el actor astro que hace girar todo a su alrededor. Claro, en este film ese lugar lo ocupa Antonio Banderas, pero Leo aparece como un sucesor (literal y metafórico). Cualquiera que tenga un intercambio, una escena con él, la tendrá fluida, agradable, sencilla: brillará con su luz. Y eso no habla mal de los otros actores: es lo que a él le pasó con otros grandes con los que le tocó en suerte compartir escena, y de los que tanto aprendió e hizo propio. Ahora Leo enseña, dibuja cual maestro. Y en ese sentido la película de Almodóvar funciona como un caleidoscopio en el que los grandes iluminan al ser iluminados. Un juego para disfrutar sin parar. Y agradecer a quienes lo hacen posible.