Surgido como muchos actores de su generación en la televisión, Leonardo Sbaraglia venció los prejuicios que hacia fines de los 80 y principios de los 90 se tenía sobre lo que aún se llamaba La caja Boba. Y se convirtió, a fuerza de trabajos de un alto umbral, en un actor fundamental (en el término artístico y en el de formar parte) en la cinematografía actual e histórica argentina.

Carilindo y convocante en la tele (Clave de sol), pasó al cine tímidamente con La noche de los lápices, para saltar al éxito, aunque en un leve segundo plano, en Tango Feroz, película que sorprendió a la crítica especializada: no era un producto de calidad llamativa, no era un producto pretendidamente “de arte”, y sin embargo convocaba multitudes de jóvenes. Las primeras -y el tiempo mostró que erróneas- lecturas atribuían su consagración en taquilla a esa camada de jóvenes (entre los que también se contaban Fernán Mirás y Cecilia Dopazo) venidos de la tele que le garantizaban su consagración. La tapa de la revista Gente con Mirás y Dopazo en una moto de alta cilindrada parecía corroborar la impresión.

Fue Caballos salvajes, de Marcelo Piñeyro, como las anteriores, la película que llevaría a empezar a tomar en serio a Sbaraglia y también a esa necesidad de cambio en el cine argentino que Piñeyro parecía olfatear aunque no definir del todo: la aventura, la acción “como en Hollywood” con actores que hablan el mismo idioma -y de la misma manera ese idioma- y además jóvenes. Que Héctor Alterio fuera su coequiper cinematográfico fue un gran respaldo para Sbaraglia: el pibe podía compartir escenas con un consagrado de igual a igual.

Luego vendría el período de afianzamiento en medio de una descomunal crisis de producción cinematográfica de tipo comercial: el avispero que avizoró Piñeyro se empezaba a mover hasta el estallido a partir de decenas de jóvenes ávidos de dar a conocer su visión del mundo y una política de promoción del Incaa que favoreció su surgimiento. En ese período Sbaraglia amplía sus dotes cinematográficas, en especial la que lo aleja de ser considerado sólo una cara bonita: Besos en la frente, con la fantástica China Zorrilla, es una claro ejemplo. El pibe absorbía cual esponja en la bañera toda lo que una experiencia cinematográfica con Zorrilla podía ofrecerle. Y crecía.

Cenizas del Paraíso y Plata quemada serían su ingreso triunfal en el cine grande en producción y en envergadura cinematográfica. También de alguna manera a las películas de drama y suspenso. Alquimia reservada para pocos, fue el punto culminante de su relación con Piñeyro, y también el paso a la categoría de actor internacional. En un país que se iba a la mierda, como un año después Ricardo Darín diría en la inolvidable Nueve Reinas, Sbaraglia empezó a probar suerte en España, convirtiéndose en una especie de cabeza de playa de una camada de actores y gentes relacionada con distintos rubros del cine que desembarcaba por esos años en en España, económicamente expulsados de Argentina. Junto con los que ya habían echado raíces allá, como Alterio y Federico Luppi, de alguna manera comandó la legión argentina. 

El inicio del siglo tal vez sea el menos parejo de su carrera cinematográfica. En especial los del final de la primera década e inicio de la segunda, donde la proliferación de proyectos a participar, más las propias inquietudes por incursionar en otras áreas y en otro tipo de proyectos lo llevan por una nueva etapa experimental, si se quiere, no relacionada con el primer aprendizaje, como aquella de los 90, sino con una que tiene que ver con nuevas búsquedas ya en la madurez de la profesión. El resultado fue desparejo, pero su presencia siempre una garantía. 

Así lo demuestran las recientes producciones -se puede decir desde Relatos Salvajes para acá- que lo tienen en roles a los que el espectador no estaba acostumbrado a verlo. Entre ellos sin dudas se destaca El otro hermano, en un tono totalmente novedoso que amplía su registro actoral. Sin llegar a tanto, No te olvides de mí, componiendo un personaje repleto de grises, está en la misma sintonía. 

El futuro augura Sbaraglia para rato. El cine -ya no sólo el argentino- agradecido.