La escritora entrerriana Selva Almada recorre diversos géneros, de la novela y el cuento a la poesía y la crónica. Es autora de las novelas El viento que arrasa y Ladrilleros y de Chicas muertas, un libro de no ficción que gira en torno a tres femicidios ocurridos en los 80, cuando el asesinato de mujeres no era calificado como “femicidio”, sino que solía ocultarse bajo el rótulo concesivo con el victimario de “crimen pasional”. Tiempo Argentino habló con ella y poniéndose en el lugar del lector, también pidió recomendaciones.

 -Vas a ejercer por un rato un oficio muy noble que las grandes cadenas de librerías ponen en peligro de extinción, la del librero que sabe qué vende porque entiende literatura porque es un lector calificado.

 -Sí, la performance de hoy consiste en ser librera por un rato, vender libros y dar recomendaciones a quien las pida. Yo recomiendo siempre comprar en las librerías chicas, independientes, donde el librero sabe lo que tiene. Por lo general, los chicos que trabajan en las grandes cadenas de librería no tienen muchas nociones de literatura, sino que trabajan de libreros como podrían trabajar de otra cosa. Por eso, cuando busco recomendaciones específicas me gusta ir a librerías chiquitas.

 -¿Trabajaste alguna vez en una librería? 

-No, cuando vine de Entre Ríos a vivir en Buenos Aires quise hacerlo. Una amiga me hizo un contacto para una entrevista en una cadena de librerías. Las preguntas fueron si había trabajado alguna vez en una librería, si había trabajado vendiendo algo, a las que contesté que no. Dije que había estudiado literatura y que escribía, que podía hablar de libros y hacer recomendaciones. Insistieron con si no había vendido nada antes. Nunca me llamaron. Eso indica que en esos lugares se valora más ser un vendedor que un conocedor de lo que se vende. De todos modos, yo también compro a veces en librerías de cadena porque en mi barrio tengo una cerca y hay libreros que trabajan allí que sí saben de libros, pero el oficio más artesanal del librero lo vas encontrar más en una librería de barrio quizá que en una cadena. 

 -Hay sobre todo, novedades, pero no cosas muy específicas

-Sí, a mí me gusta estar tanto de lo que se publica en Argentina, de los autores que, por lo general, publican en editoriales chicas, independientes y es más difícil encontrar esos libros en las librerías chica

s. -Si yo fuera tu compradora hoy, ¿qué me recomendarías en materia de autores nuevos de literatura argentina? 

-Te recomendaría una novela que salió hace poquito por Mardulce que se llama La edad del agua y es de Marcelo Carnero. Es la segunda novela de Carnero. Es un autor que me interesa mucho porque es bien particular dentro del panorama de la literatura argentina actual. Es un poco inclasificable. Podríamos decir que son novelas distópicas, pero en el caso de La edad del agua podría decirse que funciona también como una novela de aventuras. Todo eso escrito con un lenguaje muy poético, lo que es raro cuando se trata de escritura de género en la que no hay tanto cuidado por la palabra como por la historia. Marcelo, además, es poeta, por lo que su pluma es muy exquisita y sus historias son muy entretenidas.

 -¿Y qué más me recomendarías? 

– Tenemos muy buenas cuentistas publicadas los últimos dos o tres años: Alejandra Zina que tiene un hermoso libro de cuentos que se llama Hay gente que no sabe lo que hace publicado un sello chico que se llama Paisanita Editora. Vera Giaconi publicó por Eterna Cadencia Carne viva y Seres queridos por Anagrama, dos libros de cuentos que me interesan mucho. Gabriela Cabezón Cámara sacó Aventuras de la China Iron por Random House, una novela que creo que va a marcar un hito en la literatura argentina del siglo XXI. Es una novela muy recomendable, rara, que es exigente con el lector. No es fácil, pero vale la pena la dificultad que tiene a la hora de leerla. 

-¿Y qué me recomendarías en un género como la poesía? 

-Es un género que pasa más inadvertido porque por lo general se publica en editoriales pequeñas, que muchas veces no llegan a la Feria del Libro y que es difícil encontrar en las librerías. Una poeta santafesina que me gusta muchísimo y que creo que es una de las grandes poetas vivas en este momento es Estela Figueroa. El año pasado Bajo la luna sacó su obra completa que se llama El hada que no invitaron. Es un libro que recomiendo muchísimo para quien esté buscando poesía. Estela es una gran poeta, pero no circula mucho en Buenos Aires. Es casi un secreto fuera de Santa Fe. Luego, hay muchos poetas jóvenes como Verónica Yattah y Patricio Foglia que han publicado recientemente. Junto a dos amigos escritores coordino el ciclo Carne Argentina y estamos trayendo algunos escritores de las provincias a leer. Hay un escritor que no es correntino pero vive desde hace 20 años en esa provincia , donde dice que se “halla”, por lo que se siente correntino, que se llama Fabián Yausaz. Sus libros están en el stand de Corrientes en la Feria. Seguramente también van a encontrar libros de Franco Rivero que en este momento está leyendo aquí, en una lectura organizada por el Fondo Nacional de las Artes. El año pasado vinieron dos poetas de Bahía Blanca, Sergio Raimondi que es muy conocido, uno de los grandes poetas de la década del 90 pero que no suele leer en Buenos Aires, y Helen Turpaud Barnes, una poeta más nueva que el año pasado publicó su primer libro de poesía. Recomiendo que la busquen. 

En un país con una gran tradición cuentística, de Quiroga a Borges, se dice que el cuento no vende. Tenés alguna teoría al respecto.

-Eso es algo que dicen los editores y que es raro porque el mayor escritor argentino, como decís, nunca escribió una novela. Creo que el hecho de que aparezcan cuentistas como Vera Giaconi, Alejandra Zina, Mariana Enríquez, como Samanta Schweblin echa por tierra  una teoría que no sé de dónde salió, porque sus libros funcionan. No son libros que salen y nadie los lee. El libro de Alejandra que se publicó en una editorial muy chiquita, el año pasado se agotó en la Feria. Por eso, no puedo explicar esa teoría que vengo escuchando desde hace años. 

 -Paralelamente se venden novelas larguísimas, de más de 600 páginas. 

-Sí, de hecho los bestseller suelen ser muy largos. Yo soy una lectora de corto aliento. Prefiero leer varias novelas cortas que una tan larga. Sí creo que el cuento en este sentido es mucho más exigente, cuando lo lees tenés que estar muy presente porque se termina rápido y cada cuento, aun del mismo autor, propone distintos universos. Quizá requieren un lector un poco más concentrado que una novela. 

 -Qué escritor te marcó en tu formación como escritora. 

-Comencé a escribir leyendo a Onetti y durante muchos años fue como mi escritor de cabecera. Quería ser como él cuando fuera grande (risas). Recuerdo con mucha claridad El astillero y Juntacadáveres. Onetti está siempre en la memoria emocional de cuando comencé a escribir. Luego, un poco más cerca en el tiempo, me gustó Flannery O´Connor. Cada vez que releo un relato de ella siento que estoy aprendiendo. A veces lees sólo por placer y otras veces también para saber cómo lo hizo y eso me pasa con Flannery O´Connor. Otro autor que me gusta mucho y que leí hace unos años es Erskine Caldwell. El camino del tabaco fue para mí como una revelación. Luego, hay autores que siempre tengo presentes como Daniel Moyano, Horacio Quiroga que releí de grande. En agosto se cumplen 100 años de Cuentos de la selva y me invitaron a dar una charla en San Ignacio, lo cual es una excusa perfecta para volver a leerlo. 

Antes de ser escritora, fuiste y seguís siendo, una lectura. ¿Qué te impulsó a leer? Creo que no se puede leer sin una motivación, que no sirve que alguien que no lee les diga a sus hijos que “tienen que leer”. 

-En mi casa se fomentaba el tema de la lectura, pero tengo dos hermanos, nos criamos los tres juntos y de la misma manera y ellos no son lectores. 

-¿Y de qué forma se estimulaba la lectura en tu casa? 

-Mis padres leían. No leían grandes autores, sino novelitas, historietas de la editorial Columba, fotonovelas. Siempre estaban con un libro o una revista en la mano. Crecí en los 70 y 80 en que la televisión no tenía tanta gravitación. Siempre había libros en mi casa y nos regalaban libros aun cuando todavía no sabíamos leer. Mi mamá y mi hermano más grande me leían cuando todavía yo no sabía hacerlo. Yo era muy tímida y me costaba mucho socializar, por lo que se ve que en la lectura encontré un mundo, un refugio donde meterme y no tener que hablar con nadie.