Si hay algo persistente en los casi 30 años de carrera del Chango Spasiuk es el compromiso por seguir su propia voluntad artística. El acordeonista y compositor de Apóstoles (Misiones) supo eludir con igual convicción tanto los estereotipos como las extravagancias. Su mirada del chamamé y afines siempre persiguió una estética personal y un pulso emotivo. Aunque él mismo no quedara del todo conforme con los resultados de algunas búsquedas. La salida de esos laberintos, en su caso, siempre fue hacia adelante. No tanto para perseguir certezas sino para construir caminos en base a preguntas que se renuevan día a día. Uno de los aspectos menos conocidos de su obra es su trabajo como compositor para películas y documentales. Su flamante último disco, Otras músicas, reúne buena parte de ese material y lo pone en el centro de su nuevo repertorio.

Otras músicas funciona como un recorrido por una galería de composiciones para películas, documentales, cortos, TV y teatro que Spasiuk supo construir en 15 años. Algunas de ellas fueron grabadas para Carancho (Pablo Trapero), La soledad (Maximiliano González), El agua del fin del mundo (Paula Siero) y Los Marziano (Ana Katz), entre otros films. El trabajo da lugar a invitados como Bob Telson, Popi Spatocco, Lorena Astudillo, Sebastián Escofet y Diego Schissi. Pero lo más determinante del disco es la centralidad del piano –instrumento con el que Spasiuk compone, pero que en las grabaciones delega– y que puede pasar por ritmos como el foxtrot, el jazz, la balada, el chamamé y el universo camarístico –casi siempre en un clima melancólico– sin nunca abandonar del todo el olor a tierra. La mayor curiosidad de Otras músicas pasa por el bonus track “Seguir viviendo sin tu amor” (Luis Alberto Spinetta), el cual fue grabado para un tributo al Flaco y finalmente no fue incluido porque la versión resultó “poco folklórica”.

–Las grabaciones ya estaban hechas y correspondían a diferentes proyectos y momentos. ¿Cómo trabajaste para darle la dirección y el desarrollo de un disco?

–De diversas maneras. En principio fue muy importante trabajar en el orden de las canciones. Favorecer una escucha conceptual. Una especie de viaje armonioso y coherente. Por eso las composiciones no están ubicadas en orden cronológico: privilegiamos un recorrido por diferentes paisajes. También trabajamos mucho el sonido para darle un equilibrio a materiales registrados en situaciones y oportunidades muy diversas. Y por último, aunque no menos importante, sumamos el brillante arte de tapa de Alejandro Leonelli. Creo que por todo eso uno escucha Otras músicas y suena como un disco que se sostiene por sí mismo. No se trata de un rejunte.

–¿Componer para películas te da más libertad o te condiciona porque tenés que acompañar determinadas escenas?

–El proceso de componer es más o menos similar en todos los casos. Hacer música es una construcción estética y en ese proceso persigo mi idea de belleza. Es imposible que me abstraiga de mis búsquedas estéticas aunque trabaje en música para una película. No puedo hacer algo que considere que suena horrible aunque le quede bien a tal o cual escena. Me permito correrme más del chamamé, incluso a veces de lo folklórico, postergo un poco el acordeón y juego más con el piano. Pero siempre soy yo. No me considero un compositor de música para cine. Pero siento que voy aprendiendo y cada vez disfruto más.

–¿Trabajar para películas te hizo escuchar más bandas de sonido?

–Presto más atención cuando voy al cine. Y sigo a gente como John Williams, que labura mucho con Steven Spielberg y es un orquestador increíble; y a Ennio Morricone, que tiene melodías buenísimas y es otro tipo ineludible. Pero también me conmuevo con propuestas mucho más sencillas pero de gran profundidad, como el trabajo de Gustavo Santaolalla en Babel. Más allá de estos ejemplos, a la hora de componer no pienso en ellos. Busco qué tengo para decir adentro mío.

El futuro ya está en camino

Spasiuk hace rato tenía ganas de editar un trabajo similar a Otras músicas. Pero los discos, como la vida y todo lo demás, exigen cierta articulación de tiempos, circunstancias y, para algunos, astros. “Al final del año pasado tuve un claro en mis actividades. No tenía resuelto cómo iba a ser mi próximo disco de estudio, cuál sería el norte que lo organizaría, entonces me puse a revisar todas las grabaciones para películas y seleccionar las que se transformarían en este disco”, detalla.

–Ya pasó casi un año y se sabe que sos una persona muy analítica. ¿Apareció el concepto para el nuevo disco?

–Sí. Afortunadamente ya está.

–¿Cuál es?

–Aaah… Todavía no se puede decir.

–No se lo vamos a contar a nadie.

–(Risas) Hace poco se estrenó una nueva temporada de Pequeños universos (el programa que Spasiuk conduce en Canal Encuentro). Uno de los capítulos lo grabé en Apóstoles y resultó muy movilizante. Visité mi pueblo después de más de 70 programas. Encontré a un niño que toca el acordeón y va a la escuela que fui yo. ¡Hasta me encontré a una de mis maestras! Ese viaje me permitió repensar un montón de cosas, incluso el lugar de la música en mi vida. Ahí mismo encontré el concepto para el disco: la diversidad. Creo que es un tema que nos conmueve en Apóstoles y en todo el mundo. A partir de esa idea sólo resta trabajar, sumar canciones y ajustar otras.

–¿Te sentís satisfecho con el reconocimiento que conseguiste en tu carrera?

–Ahora me siento bien. En alguna época me dejaba llevar por una perspectiva un poco más romántica y me enganchaba con ciertas cosas que consideraba injustas. Pero aprendí a sacarme de encima ese peso. Las cosas son como son y en ese contexto trato de hacer lo mejor. Tengo mi lectura crítica de la sociedad, del consumo y de los medios. Pero me la guardo. Prefiero escuchar a gente como Liliana Herrero que la expresa con mayor claridad. Puedo decir que disfruto del respeto que me dispensa la gente y lo valoro mucho. Porque lo mío no es comercial ni condescendiente. Pero por sobre todo me siento bien porque me gusta la música que estoy haciendo ahora.

–¿Eso no te pasó siempre?

–¡No! En otro momento quizá defendés con uñas y dientes lo que hacés. Pero por dentro te sentís raro. Me pasó con discos y con presentaciones en vivo. Más allá de la tocada específica, muchas veces sentí que fallaba el rumbo. Y me decía: “Esto no es así”. Aunque la gente aplaudiera a rabiar. Supongo que tiene que ver con una inquietud personal permanente.

–Otros músicos ante el aplauso prefieren no innovar.

–Yo no puedo. Creo que no hay que medirse en función del público. Hay que mirar para adentro e indagar. Yo quiero llegar al corazón de la gente. Pero primero me tengo que conmover yo.

–¿Cómo ves la actualidad de Cosquín y la Fiesta Nacional del Chamamé?

–Cosquín se degradó y perdió mucha diversidad. Lo digo independientemente de si yo fui o no fui. Es algo evidente. Parece que la nueva comisión está tratando de modificar esa dirección y ojalá lo logre. La Fiesta Nacional del Chamamé tiene mucho empuje y da una idea de la dimensión del género. Dura nueve noches y eso es muy elocuente. Después podemos analizar si no sería mejor no exacerbar algunos clichés o estereotipos, como el grito o el agite crónico. Pero es una construcción muy interesante a la que hay que prestarle debida atención. «

Un hombre que practica la fe

Hace algunos años Spasiuk se convirtió al sufismo. El músico siempre transitó ese compromiso fuera de toda estridencia mediática. Spasiuk considera –no sin razón– que es difícil tratar un tema tan amplio y abierto a malas interpretaciones en los acotados espacios del periodismo contemporáneo. Pero, a modo de introducción, explica: “Soy un hombre de fe y soy muy practicante. No se trata tanto de una conversión como de profundizar una búsqueda. Uno se hace preguntas y elige lo que considera que ofrecen las herramientas más idóneas para encontrar las respuestas. No es un ejercicio intelectual. Es un proceso. No se trata de una práctica mecánica que adormece. Todo lo contrario. Hoy el opio de los pueblos es el trabajo, el consumo y lo que se entiende por entretenimiento”.