La serie Locke & Key es una apuesta a la ciencia ficción, las aventuras y el misterio que se acaba de estrenar en Netflix. Una de sus producciones más promocionadas con la que pretende cautivar a las audiencias juveniles y aficionadas a la fantasía. La garantía de calidad es la producción de Carlton Cuse -una de las cabezas creadoras de la mítica Lost- junto con Aron Eli Coleite y Meredith Averill. Por otra parte, apela a una fórmula que empieza a ponerse de moda en la industria: el recurso en las series de streaming de retomar novelas gráficas, en este caso de un exitoso cómic estadounidense de Joe Hill de 2008 con el mismo título. Expectativa de transposición que ya vimos con reciente éxito en The Witcher y en El oscuro mundo de Sabrina, por citar algunos de los casos más conocidos.
La historia se centra en la familia Locke. Una madre y tres hijos que se mudan a causa del repentino y confuso asesinato de su padre. Keyhouse (La casa llave), como la llaman, es donde su padre vivió durante su infancia y juventud en Massachusetts, un lugar que guarda secretos y que en un primer momento podría parecer una casa encantada más. Desde allí se comienza a tejer una historia de misterio que consagra el componente del realismo mágico, dimensión que abre la posibilidad a una saga interminable.
El misterio se encuentra alrededor de unas extrañas llaves que pueden abrir puertas a lo desconocido. Con el correr de los capítulos se van revelando incógnitas que conducen al origen y el poder de la casa llave. Bode (Jackson Robert Scott) es el menor de los hermanos y es quien encuentra primero las llaves. Puede escuchar los susurros que lo llaman y hallarlas en los lugares más recónditos de la casa. Pronto su hermana Kinsey (Emilia Jones) y su hermano Tyler (Connor Jessup) ven por sus propios ojos la realidad onírica y emprenden juntos la búsqueda, el cuidado y la comprensión del fenómeno de las llaves mágicas. Desde convertirse en fantasmas, encontrar recuerdos en frascos, dar órdenes y que se cumplan y meterse en sus propias mentes para anular sentimientos, el inconmensurable poder de las llaves es abrir la ventana al infinito. Desde allí que las manos en que caigan y sus posibles usos son temas que dinamizan la historia.
Por supuesto que de haber personajes buenos también hay malos, y en este tipo de historias los roles se presentan bien estereotipados. Las fuerzas del mal están encarnadas por los Ecos, una suerte de demonios inteligentes, quienes parecen saber más acerca de las llaves y están dispuestos a dar batalla para conseguirlas junto a sus particulares poderes.
En ocho capítulos se cuenta una historia donde los personajes más jóvenes tienen el protagonismo –ya que los adultos, por condición, no pueden comprender lo que significan las llaves–, aunque a la vez no se estereotipa el relato detrás de desencuentros románticos –a pesar de que se desarrolla un intrincado triángulo amoroso– y problemas de escuela. Lo cierto es que al elenco se suman amigos de la juventud de su padre y otros jóvenes que los hijos de la familia conocen en su nueva escuela. Las complejas metáforas alrededor de la muerte, la violencia y el destino se tratan en medio de la construcción de un universo fantástico. Fuente de las dobles lecturas y explicaciones que los fanáticos más compenetrados elaboran en videos y notas de Internet.
Se trata de una interesante apuesta que, a pesar de que puede no parecer del todo original, trabaja de manera inteligente con lo ya dicho en el género. Diversos guiños, entre explícitos e implícitos, se traducen en intertextos con grandes obras del género maravilloso. Desde Las crónicas de Narnia hasta Alicia en el país de las maravillas son homenajeadas por esta historia propia del siglo XXI y con características transmedia.
La apuesta de Netflix propone tensión dramática constante en capítulos que develan lo justo para verlos de corrido en un in crescendo de emoción. Una historia bien narrada, de puro entretenimiento, que deja la puerta abierta a una asegurada siguiente temporada.