El Súper Chino no es un superhéroe chino con calzoncillos arriba de las calzas y capa colorida, sino más bien el chino de la otra cuadra. Con lo cual el supermercado próximo devino el chino. Y debe advertirse que el chino dueño del supermercado algo de superhéroe tiene, porque ¿quién un feriado rabioso, un domingo muerto o cuando ya todo cerró, en la intimidad no siente, como si rezara, “el chino me salva”? Y el chino salva, a la chica que recién llega de trabajar o al marido que se olvidó de comprar la bendita comida para el gato.

Los chinos han salvado a los vecinos desde la época en que Buenos Aires amagó con transformarse en una ciudad de hipermercados, lejanos, crueles, impersonales. Los chinos llegaron de a miles en aquel momento a reponer los almacenes en formato de autoservicios.

Y los chinos salvan a los vecinos porque trabajan como chinos, que es igual a como trabajaron los abuelos y bisabuelos inmigrantes de casi todos los argentinos. El chino trabaja él, su esposa, su cuñada, un primo suyo, un sobrino de un vecino de Fuzhou, todos 10, 12, 14 horas por día, los días laborales, que para ellos son los 365 del año. Su negocio es que los argentinos tengan todo a mano, y algún economista se ha animado a decir que con su política de precios han sido un factor de control de la inflación.

Esta semana habló de los chinos el presidente de los vecinos salvados. Consultado por la situación de la cadena Carrefour, que declaró estar en una situación calamitosa que la obligaría a despedir una cantidad importante de trabajadores e inclusive abandonar el país, el presidente dijo que el problema es “la evasión de cadenas, ligadas a supermercados chinos, que son una competencia desleal y atentan contra el Estado». 

Quién le hizo la consulta al presidente fue un periodista de un diario español, del mismo continente al que pertenece Carrefour, del mismo mundo, entendiéndose mundo como el escenario del que estuvimos aislados desde que salimos de la crisis del 2001. 

Cuando el presidente dice nosotros está hablando con representantes de el mundo. Los chinos son ellos. En las horas siguientes a que mencionara a los chinos, el presidente no intentaba disimular su sonrisa feliz por caminar junto a su par español, Mariano Rajoy, por Buenos Aires. 

Aseguró, sin dejar de sonreír, que España es el primer inversor en Argentina. Ciertamente, por la época en cerraban los almacenes Repsol compró YPF e Iberia se hizo cargo de Aerolíneas Argentinas. Es cierto que últimamente China sólo ha sido una inversora proactiva en Argentina para la recuperación de ferrocarriles, el tendido de gasoductos troncales y acueductos, el establecimiento de parques de energía solar y la construcción dos gigantescas centrales hidroeléctricas en Santa Cruz, pero hay un detalle: nosotros no somos chinos. 

Los acuerdos para todas esas obras fueron iniciados, la mayoría concretados, durante gobiernos populistas, o sea, que tampoco éramos nosotros. Desde que asumió el Gobierno actual no se han establecido nuevos acuerdos relevantes con China ni empresas chinas han ganando licitaciones importantes.
Antes estábamos aislados del mundo. Todos sabemos que China está fuera del mundo. El hecho de que cada día que pasa China se está volviendo la principal economía mundial y de que acaso marque el ritmo de la globalización es una amenaza para nosotros.

Si teníamos alguna duda de que los chinos son parte de eso que está ahí, los pobres, los villeros, los negros, esa gente que anda en colectivo y usa siempre la misma ropa, el presidente nos lo ha confirmado. 

No sabemos qué es la posverdad, pero los chinos en sus supermercados de dudosa higiene, cuyas heladeras son apagadas de noche, alimentan con mercadería de mala calidad a esa masa a la que nosotros odiamos y queremos quitar de nuestra vista. 

Carrefour tiene problemas porque las cadenas de supermercados chinos evaden. Ya lo sabemos, ¿para qué sirve identificar esas cadenas? ¿quién necesita saber cuáles son las cifras de la evasión? 

Queremos empresas europeas, y lamentablemente hemos heredado a estos chinos, como heredamos a los bolivianos que nos usan los hospitales.
Si algún tono irónico se me escapó en esta nota, debería detenerse ante el hecho de que el presidente es sólidamente representativo. Hay un componente inexorable de la aspiración a su nosotros en el gen argentino.

Clavándole la mirada a los chinos, sonriendo con Rajoy, viendo a los granaderos pasear la bandera de España, el presidente de los argentinos encarnó, alentó el extendido deseo mayoritario de pertenecer a un mundo al que no pertenecemos. 

Un mundo que, además, está quedando atrás.

Gustavo Ng. Periodista, coautor de “Todo lo que necesitás saber sobre China” (Ed. Paidós, 2015), autor de “Mariposa de Otoño” (Ed. Del Sauce, 2017), coeditor de la Revista Dang Dai, miembro de la Chinese Culture Translation and Studies Support.