Los despidos masivos que vienen teniendo lugar en la Argentina forman parte de la instalación de un nuevo modelo de acumulación que, para tener éxito, requiere del disciplinamiento de los trabajadores. Este disciplinamiento tiene como objetivo bajar costos laborales e imponer una de nueva “cultura” del trabajo, una reeducación respecto de los derechos “derechos” adquiridos. Es necesario recordar que hasta ahora la mano de obra Argentina posee los salarios más altos de América Latina así como la tasa más alta de sindicalización del continente.

Este disciplinamiento avanza mediante distintas estrategias, como despidos masivos injustificados, caída del salario real, incumplimiento sistemático de derechos laborales, ataques al fuero laboral, y reforma de la ley de riesgos del trabajo y, por cierto, la reforma laboral, ataques a sindicatos y persecución gremial, precarización de condiciones de empleo y trabajo, represión policial de las protestas, implementación de modalidades de gestión en el trabajo que instrumentalizan la amenaza de despido, la precarización y el acoso a fin de “desestabilizar a los estables”.

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Desde que asumió Cambiemos la desocupación se incremento un promedio de 2 puntos porcentuales dependiendo de la zona, y la tasa de desempleo es la más alta en 10 años (aproximadamente 9% para todo el país, y más del 10% en la Prov. de Buenos Aires). Solo en diciembre hubo 3.346 despidos según un informe del CEPA, el 57% son del sector público. Esta nueva ola de despidos, vuelve a poner énfasis en el sector público, mientras que durante todos los meses previos fue el sector privado el que más despidió empleados registrados, sobre todo la industria.

Diversos estudios realizados en Europa, Canadá y Estados Unidos a raíz de la crisis y el achicamiento del mercado de trabajo muestran el impacto de las políticas neoliberales y los subsecuentes despidos en la salud y la salud mental. Se producen el aumento de prevalencia de trastornos mentales en general y de depresión en particular y el aumento de la tasa de suicidios.

Entre algunas dimensiones de este impacto se identifican el aumento de la intensidad y carga de trabajo, lo que lleva al agotamiento físico y psíquico y el aumento de la presión e intensidad generan precipitación y falta de atención, lo que conduce al abandono de medidas de seguridad y al aumento de accidentes de trabajo.

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Los sobrevivientes de una reestructuración con despidos tienen aún después de 5 años de post-reestructuración niveles de inseguridad más elevados que los que nunca han sido expuestos a una reestructuración.

De hecho, no hay disciplinamiento posible sin procesos de fragilización previos. La estrategia de disciplinamiento laboral necesita fragilizar a los individuos y desestructurar los vínculos y la cooperación en el seno de los colectivos de trabajo para afianzarse.

En este punto es importante recalcar que el disciplinamiento se orienta a desorganizar la cooperación entre los y las trabajadoras.

Se ponen en práctica diversas estrategias de gestión orientadas a redirigir los lazos de cooperación entre trabajadores hacia un investimiento exclusivo al servicio de la empresa, exacerbando la “lucha por los lugares”.

La puesta en práctica de diversas modalidades de flexibilización y recorte de personal operan mediante el mismo mecanismo: apuestan a desestructurar los vínculos y a desorganizar la cooperación. Se trata de que las personas naturalicen el ethos despiadado constitutivo del neoliberalismo. Se trata de los principios éticos y políticos por la vergüenza y la humillación. El objetivo es que las personas renuncien a sus principios y sucumban al “ethos despiadado que está en el núcleo del capitalismo de laissez-faire”.

Aquí es preciso considerar todo un proceso que se inicia antes del despido. El proceso previo al despido suele ser una fase de desgaste y fragilización de individuos y de grupos que se lleva a cabo apelando a estrategias de desestabilización. Estas operan mediante el temor, la incertidumbre y la amenaza de despido. En esta fase hay en las organizaciones de trabajo una fase de “rumores” en la que cada uno siente que la amenaza de despido puede caer sobre sí, en las que hay pasilleos y listas de quienes serán los “elegidos”). Luego de los despidos suele haber cambios tanto en la organización de los procesos de trabajo como en la intensidad: se trabaja más, con menos gente, e incluso se ponen nuevas “reglas” que precarizan a quienes mantienen el empleo. Además, como sabemos por múltiples entrevistados, hay estrategias manageriales que hacen uso del acoso: se deja a las personas sin tareas durante meses, placardisandolas. Es un modo de acoso psicológico específico que pretende hacer que la persona se quiebre y renuncie.

La amenaza de desocupación funciona sobreimplicando al trabajador/a, al modo del “chantaje social”. Para decirlo de otro modo: por temor al despido muchas personas se ponen 2 camisetas en vez de una. Alguien hablo alguna vez del “síndrome de los amenazados por la desocupación” (Malfé) analogando la situación a lo que sucede en una balsa de náufragos. Por lo tanto, la primera cuestión es la amenaza de precarización y de despido.

Los despidos

Además, cuando los despidos se llevan a cabo incumpliendo la legislación – es decir, se despide a las personas sin causa ni preaviso, sin respetar el procedimiento señalado por la legislación – redoblan la violencia que en sí misma constituye un despido.

Y si a lo anterior se le añade la modalidad en que se ejecutan muchos de los despidos que estamos viendo en estos días: personas a las que nadie les aviso nada y que concurren a su trabajo y son detenidos por un policía en la entrada o por una maquina que les “avisa” que están “desvinculados”…. Sin duda todo esto constituye una violencia social primaria.

Un despido de estas características constituye un traumatismo violento que puede poner en peligro la construcción identitaria de una persona y llevar al desmoronamiento subjetivo. No olvidemos que un despido es una especie de muerte simbólica en la medida que perder el empleo no solo implica la pérdida de ingresos – con todo lo que ello supone – sino también la pérdida de reconocimiento y retribución simbólica, elementos centrales para el mantenimiento del equilibrio psicofísico.

A lo anterior, hay que añadir otro tipo de violencia que está en relación con la culpabilización social: la desocupación es una amenaza colectiva, estructural y “desocializada” en el sentido de que estar sin empleo es un fenómeno siendo social suele ser vivido como un problema individual, es decir, despojado de su dimensión social (E Aguiar).

Esta culpabilización relacionada con la pérdida del trabajo es además promovida y “militada” por los medios de comunicación: estos construyen relatos que promueven una suerte de desmentida de la situación. En estos relatos, los son los culpables de su propia circunstancia: son “ñoquis”, carecen de espíritu emprendedor, etc . Lo que está en juego es un proceso de victimización secundaria de quienes son despedidos: “fulanito no tiene trabajo porque…no se capacitó lo suficiente, no tuvo espíritu emprendedor, porque era un harágan, etc,etc etc”.

Es decir, por medio de la construcción de estas narrativas, se implementa una estrategia de humillación que es simultáneamente una estrategia de distorsión comunicativa, necesaria para quebrar la construcción identitaria de los individuos y colectivos.

Como es obvio, hay que sumar al traumatismo que de por sí constituye el despido, la humillación pública que pretenden instalar este tipo de relatos. Si alguien se pensaba a sí mismo como un trabajador integro y honesto, que contribuía mediante su esfuerzo a la producción de algún bien o servicio a la sociedad, resulta que en las narrativas ese trabajador era una suerte de “ladrón”, ya sea porque “vivía a costa del estado” o porque tiene “privilegios” entre comillas, es decir, prerrogativas que no le corresponden.

Hay que estar muy atentos a las frases que se lanzan permanentemente y a mi criterio, de modo muy estudiando en esta batalla cultural. Hace poco un funcionario dijo que muchos trabajadores “deberán dejar privilegios” refiriéndose los convenios colectivos de algunos gremios. La torsión no es ingenua: si en vez de un derecho es un “privilegio”, está claro que son usurpadores de lo que otros no poseen….

Además, es interesante notar el carácter de ejemplaridad pública que poseen muchas de las acciones que se llevan a cabo: se despide con policías en la puerta y cámaras que filman, se reprime a trabajadores con cámaras que filman, etc. En analogía con lo que plantea Naomí Kein en su libro “La estrategia del Shock”, a propósito de las tácticas de las desapariciones y la represión en la Argentina, hay que tener en cuenta el carácter público que tenían los operativos para imponer el terror: arrestos a la vista de todos, operativos en la calle y demás lugares públicos. “Todos los argentinos fueron de alguna forma reclutados como testigos de la erradicación de sus conciudadanos, y aun así la mayoría afirmaba no saber qué sucedía”.

Carácter público del disciplinamiento mediante el terror y obligación de ser testigo aterrorizado

A todo lo anterior es preciso además añadir la indiferencia e incluso el colaboracionismo. En efecto, las personas por miedo a perder el trabajo o no conseguirlo se desentienden de quien cae en desgracia. El disciplinamiento da sus frutos y el “No te metas” vuelve a ser operativo y tal vez necesario para la autoprotección.

En síntesis, los despidos en sí mismos constituyen un acto violento que si además se ejecutan incumpliendo la ley generan una mayor inermidad tanto individual como social en la medida en que rompen tanto el contrato psicológico con el trabajador como el contrato social establecido en el seno de la sociedad.

Un asunto que creo que es central es el de qué hacer con una situación de probable emergencia epidemiológica que sabemos que se está instalando, y sobre todo porque a las personas despedidas no las contiene ni atiende nadie, se los deja solos, quedan por fuera de los sindicatos y del sistema de salud. Por eso el despido es casi como una muerte anunciada.

En síntesis, creo que operan mediante una estrategia que apunta al centro del miedo. Sin pánico no funcionaria. Es como decía el torturador en la obra de teatro El Sr Galidez de Tato Pavlovky: “Por cada uno que tocamos, mil paralizados de miedo. Nosotros actuamos por irradiación».

*Miriam Wlosko, lic. En Psicologia, doctoranda UBA. Docente Investigador Titular Regula UNLA.

– En el marco del Programa de Salud, subjetividad y Trabajo de la Universidad Nacional de Lanús – que coordino junto a Cecilia Ros – realiza   la investigación “Salud mental y subjetividad en despedidos y sobrevivientes. Un estudio cuanti-cualitativo sobre el impacto psicosocial de las reestructuraciones laborales en Argentina”. En un estudio anterior – realizado junto a colegas investigadores de CITRA y del CEPA, llevó a cabo una primera fase de estudio cuantitativo mediante una Encuesta Psicosocial a Trabajadores Despedidos (EPSTD) y la aplicación de un cuestionario para evaluar sintomatología el SRQ-20 (Self Reporting Questionnaire, OMS) personas despedidos/as.