Los tiempos de la pandemia pararon los rodajes, pero no frenaron las ganas de narrar lo que sucede y muy pocos pueden ver. Una mirada distinta, un lenguaje novedoso, hechos pasados por alto y/o las voces de los sin voz son el material del que se alimentan los documentales. La Argentina posee una gran tradición en el rubro que con los años se fue multiplicando gracias a la necesidad de contar y la baja en los costos de producción fílmicos. Hoy los documentalistas resisten la crisis impuesta con el Covid-19 y pelean para retomar la actividad.

La situación tampoco fue sencilla durante al anterior gestión del Incaa. Los recortes y el mal manejo de los fondos de subvención condicionaron la pujanza de los documentalistas y esto tiene un impacto enorme porque es una forma de achicar nuestra historia. “Lo que cuenta un documental es parte de la cultura nacional y parte de nuestro elemento básico como país, por eso es importante dar a conocer lo que nos pasa como pueblo”, comenta Ana Zenotti, desde la Red Argentina de Documentalistas.

En nuestro país este género cuenta con una gran producción y mucha diversidad. Esto lo vuelve atractivo a los ojos del público local e internacional.  Sin embargo, nada de eso podría suceder sin políticas de Estado que lo respalden. “El apoyo estatal democratiza la realización de documentales. Hoy la industria está parada en términos de rodajes, pero el desarrollo de ideas continúa. Somos un sector golpeado, pero el documental permite equipos más chicos y podría ser uno de los primeros en volver, con  protocolos más manejables para salir a filmar en las calles.  Creo que es algo que demuestra que una de las características del documental nacional es lo comprometido que está desde lo social y político. Por eso gusta tanto y trasciende fronteras. Hay más cineastas que nos volcamos a esto, muchas mujeres pudimos acceder por la vía digital, sin muchos requisitos, para contarnos, y dar nuestra mirada del mundo y de lo que nos está atravesando. Sin quedarnos con el ojo  de los poderes hegemónicos, esa diversidad es lo que enriquece”, comenta Marina Zeising, de la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina.

Emiliano Serra, de la Asociación de Directores Independientes de Cine, opina que “con la cantidad de documentales que se hacen se pude entender porque en todas las competencias internacionales siempre hay un finalista argentino. Soy montajista también y me  doy cuenta que la calidad alcanzada tiene que ver con la proliferación de proyectos de tinte documental que aparecen con imágenes junto a formas narrativas y creativas. El documental tiene una verdad que lo transforma en algo hermoso, y los que registran material histórico que luego puede ser parte de un documental son personas que tienen ojos entrenados. En esta época de pandemia, siento que la gente está ávida de ver este tipo de films”.

Las palabras de Serra parecen refrendarse en la repercusión que tienen este tipo de films en Cine.Ar, Contar.ar y la TV Pública, entre otras. La ficción y los documentales convocan a los espectadores audiovisuales casi por igual.

De la misma forma, Serra ofrece otras opiniones con respecto al mundo del cine ficcional y documental. Así lo expresa: “La ficción y el documental son cercanos, uno se acerca a otro y usan recursos que los iguala, así que no son propuestas opuestas porque se puede construir de ambos lados.  No es que uno le quita al otro porque todo es maleable y eso es lo lindo de la búsqueda. La isla de edición es un lugar clave en los documentales, y siento que lo creativo no tiene límites si querés contar algo que fuiste a buscar. A eso el público lo reconoce, y a eso sólo le falta difusión.  Existe un abanico fuerte en ese contexto, pero también muchas ganas  de  representar la realidad en este lenguaje que nos apasiona”.

Se aprobó el Protocolo del Sector Audiovisual