En los 80 al rock argentino no le sobraban saxofonistas. La demanda estimulaba a los espíritus audaces y alimentaba carreras transversales. En ese marco Willy Crook se movía a sus anchas y a poco más de doce meses de tener su primer saxo ya era parte de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Esa aventura duró cuatro años y lo marcó para siempre. Le seguiría su participación en los Abuelos de la Nada, Los Toreros Muertos y Lions in Love, y colaboraciones con Charly García, Los Fabulosos Cadillacs, Riff, Man Ray y Memphis, entre otros.

Pero su personalidad musical se forjó y consolidó al comando de los Funky Torinos. Allí más que nunca se asumió como compositor, cantante y guitarrista. Y se transformó en una suerte de embajador apócrifo y comprador del funk y el soul. El proyecto alcanzó una popularidad importante durante la segunda parte de los 90 y Crook se hizo una figura recurrente de los teatros de la avenida Corrientes. Pero de a poco el impulso comenzó a apagarse y los discos se hicieron más esporádicos. Hasta hace días su último disco de estudio era “Fuego amigo” (2004). Tuvieron que pasar doce años para que llegara “X”.

–¿Qué pasó que estuviste tanto tiempo sin grabar ni tocar?

–Hubo un “pequeño” impasse en el que casi me olvidé que me dedicaba a la música. Por suerte la música fue fiel como un perro y cuando pude volver no me dio vuelta la cara. Viví una etapa rustica, digamos. Se me desarmó la banda y me dejé atropellar por los acontecimientos que se precipitaron. Tenía la cabeza muy distraída. Viví un par de bajas en mi vida: se fueron un par de amigos míos… Y parece que yo también me fui porque era muy amigo mío y de repente no hice más nada. Fueron más o menos ochos años de silencio musical. Inventé un servicio de transporte de mascotas entre la costa y Buenos Aires. Iba y volvía con una camioneta. La gente quedaba contenta y los perros también. Me olvidé que me dedicaba al chingui chingui de la guitarra y tal y cual.

–¿La pasaste mal en ese período? 

–Digamos que viví en pronóstico reservado. No se sabe. Quizás estaba contento en las profundidades de mí ser. Ahora sí estoy muy contento. Afortunadamente la música es como un perro: le tirás un palito y te lo trae; estás triste y se te pega; estás cruel, estúpido y sin sentido y te da otra oportunidad.

–¿Hubo algún disparador para este regreso? 

–Se dio solo. Volví a tocar hace más o menos dos años. Pero muy tímidamente. En trío con Nacho Porqueres (bajo) y Timothy Cid (batería). Con ellos fui recordando de poco a qué me dedicaba, Ahora armé unos nuevos Funky Torinos y la idea es no parar más. Somos Leonel Duck (teclados), Esteban Freytes (bajo), Juan Cava (batería), Jimena Collado (coros) y yo.

–¿Por qué “X” es un EP?

–Fue un disco que me costó mucho. Es hijo de un período gris. Me llevó cuatro años terminarlo. Nunca me había pasado nada similar. El primero lo grabé en sólo 20 días. “X” lo terminé gracias a que alguien me instaló un estudio en casa. Antes había pasado por tres estudios y me quedé sin plata y sin jugadores. Por diversas razones se fueron alejando muchos músicos. Estaba muy acostumbrado que las grabaciones fueran un festejo grupal. Solo no la pasaba tan bien. Me faltaba compañía competente. Pero en definitiva lo saqué adelante. Es un EP porque no quise poner temas de relleno. Estoy muy entusiasmado con los nuevos Funky Torinos y ya estamos pensando en una nueva grabación.

–A fines de los 90 los Funky Torinos vivían su mejor momento. ¿Qué pasó que de a poco se hicieron menos visibles?

–Quizás me transformé en mi mejor enemigo. No sé. Yo también noté esa merma en convocatoria. Quizás aquellos fans hoy tienen hijos y salen poco. Deben ser muchos factores. Pero ahora queremos ir por eso y por más.

–Participaste de muchos proyectos. ¿Cuál te marcó más? 

–Los Redondos, indudablemente. Me marcaron a nivel filosófico. Muchas de las cosas que aprendí en aquellos años las sigo aplicando hoy. Lions in Love también fue importante. Ahí Melingo me abrió la jaula para componer y tocar más instrumentos que el saxo. Pero quiero creer que tomé algo de todos los lugares por donde pasé.

–“Oktubre” cumplió 30 años. ¿Qué recordás de aquella grabación? 

–Fue una grabación difícil. En esos años se usaban toneladas de reverb y a mí no me gustaba. Tenía 19 o 20 años y había ensayado como un prusiano. Pero por culpa de esa porquería no se escuchaba bien y desafiné. En su momento estaba furioso. Pero hoy lo escucho y me gusta. Me parece un gran disco de Patricio Rey. Envejeció con elegancia. Después de “Oktubre” necesité irme para buscar mi propio camino. Me fui de un trasatlántico para ser el capitán de mi botecito. Pero nunca me arrepentí. Creo que eso me dio el respeto de ellos.