El jueves se estrenó Los sentidos, tercer largometraje de Marcelo Burd, en la que cuenta con la delicadeza del visitante, la vida en el pueblo más alto de la Argentina: Olacapato, Salta. «Tenía una atracción fuerte con la puna y sobre todo con la puna salteña» -dice el realizador Marcelo Burd sobre su primer film en solitario, ya que Habitación disponible (2004) fue codirigida con Eva Poncet y Diego Gachassin, y El tiempo encontrado (2014) con Eva Poncet-. En esa geografía bastante singular encontraba esta cuestión de los paisajes abismales, la soledad, pero también las culturas ancestrales, que vas viendo en pequeños pueblos; esa integración que ellos tienen era lo que siempre me llamó la atención. Y con el deseo de hacer una película en al región emprendí un viaje buscando posibles lugares, viajé por varios pueblos, me contacté con algunos personajes y caí ahí en la Puna un poco por casualidad y otro porque me habían comentado que era el pueblo más alto de la Argentina. Y ni bien llegué al pueblo me dirigí a la escuela!».

La escuela es el sol que da vida a toda la comunidad, alrededor de la que giran, casi literalmente, todos sus pobladores, más allá de que estén o no en edad escolar. Allí Salomón Ordoñez realizó un trabajo fuera de lo común: diseñando un esquema educativo que tiene tanto de Sui Generis como de de sustento teórico y de experiencias de la educación popular, consiguió juntar a alumnos de distintas edades para ofrecerles con el mismo empeño y en igualdad de oportunidades, ciencia, literatura, historia y matemática. «El contraste entre la desolación y la intensidad de la escuela que era notable, un movimiento fantástico. Una escuela en la frontera, en el medio de la nada, con todos los consabidos prejuicios que despiertan las escuelas rurales: ahí se te disuelven todos los prejuicios, se te acaban los estereotipos. Eso no quiere decir que todas las escuelas rurales sean como la que de Olacapato, “de hecho es excepcional», aclara Burd, que en la preproducción de su película visitó muchas. Y agrega con admiración: «Este tipo Salomón tiene un proyecto educativo increíble, siempre está actualizándose. Lo que hacía era integrar ciencias, artes, literatura, una visión más integral de la educción; no es el lugar disciplinario, sino lo contrario, es un algo muy rico, de mucho estímulo».

Precisamente ese espíritu fue el convenció de inmediato a Burd. «Apenas llegué me Salomón me hizo un recorrido por la escuela, y compré de inmediato: ahí había una película. Es que Ordoñez además de la teoría, tiene proyectos científicos de cohetería, en matemáticas de juegos de competencia y en literatura de lectura y escritura». Y como dice Burd, todo integrado: nada del saber y el conocimiento está aislado en el esquema de aprendizaje. De hecho chicos y chicas estaban familiarizados con las creaciones audiovisuales porque ellos mismos tenían las suyas. Eso favoreció mucho el proceso de rodaja. «Me sorprendió lo rápido que se integraron al proyecto. Enseguida se adaptaron a la presencia de la cámara En el pueblo deben haber unas 150 habitantes, y en conjunto con los alrededores unos 300. Son familias desmembradas; los hombres se van por años, los chicos se van a estudiar».

Una historia que se repite en varias provincias argentinas. Y que aquí es una tendencia que, la explotación de una mina, no revierte. Además, esa explotación minera contamina, pero como dice una de las protagonistas, no tienen salida. Aunque ella no piensa dejar de tratar de organizar a los trabajadores, aunque eso le cueste presiones y sanciones.

Como todo proceso creativo, una película también produce modificaciones en quienes la llevan adelante. El de Mord, según define, fue así: «Por un lado que hay algo que tiene que ver con una experiencia. Hay una cuestión que hace a cierta humildad que hace podamos encontrarnos con experiencias que son comunes a todos: familia, vínculos; por el otro, el transcurrir inexorable del tiempo, que hacen que las decisiones que uno pueda llegar a tomar o no para cambiar algunas cosas de la vida. Poder ver esas experiencias compartidas en un ámbito tan vasto, para nosotros tan desolado, te hace encontrar otra dimensión, no sólo del espacio sino también del tiempo. Algo del orden de las experiencias de la condición humana; las experiencias se hacen más intensas, y eso permite tomar conciencia de algo que muchas veces pasa desapercibido, como es la finitud del tiempo, la vida y los vínculos».”