No es ninguna novedad: existen pocas figuras en la cultura rock tan singulares como Lou Reed. Nadie logró articular como él historias oscuras en canciones sombrías hasta llegar a una belleza reveladora. Reed se construyó a sí mismo como un cronista de la marginalidad social, sexual y hasta espiritual, le dio visibilidad a los olvidados y marcó para siempre a una música que no se había permitido llegar tan lejos. Rock y los bulevares más sucios, rock y literatura, rock y arte moderno. Desde The Velvet Underground hasta su carrera solista, pasando por las diversas colaboraciones en las que se embarcó. Reed nunca fue un artista de grandes estadios, pero conmovió a la música popular del siglo XX y su influencia está lejos de agotarse. Como todo gran artista, su obra parece contemporánea e inagotable, abierta a miles de interpretaciones y reinterpretaciones.

Reed también es una de las sanas obsesiones del periodista, escritor y docente Walter Lezcano. Con ese fervor natural se lanzó a escribir Por qué escuchamos a Lou Reed (Gourmet Musical), un libro que estimula, sienta bien e invita a volver a disfrutar y pensar la música y el legado del líder de The Velvet Underground. Lezcano elude el formato biográfico para lanzarse a una tesis sobre un creador único. En ese recorrido el periodista alumbra la influencia de Andy Warhol, Delmore Schwartz, Raymond Chandler, Edgar Allan Poe y Allen Ginsberg, entre mucho otros. Pero no para satisfacer un espíritu enciclopédico o estadístico. Lezcano busca reconstruir las piezas de un rompecabezas que fue armado hace décadas y –como todo lo ya dado– en principio parece imposible de deconstruir. Así las cosas, el periodista reflexiona, indaga, propone y finalmente ofrece un libro que camina la misma vereda de la música a la que se refiere.

–¿Por qué elegiste escribir sobre Lou Reed?

–Hay una verdad grande como un templo: las obsesiones no se eligen. Uno cree que mira al abismo, pero en realidad es el abismo el que te mira a vos. Y Lou Reed siempre es una de mis obsesiones que tengo desde la adolescencia. De algún modo, siento que alguien como él –con un phatos tan contundente– definió para mí lo que es el rock en un sentido concreto: Lou Reed tiene una actitud que expresa un absoluto desprecio a cualquier tipo de poder dominante. Sea la familia, los millonarios, los nuevos gurús, la opresión de géneros hegemónicos o la vulgaridad insoportable de la política partidaria. Y en ese sentido, me parecía que en este momento del almanaque y en pleno siglo XXI, donde la idea de rock siempre parece estar muriendo, tenía sentido ensayar algunas ideas sobre su arte, su visión, su sonido y cómo todo eso puede tener un presente increíble y material.    

–¿Desde el principio sabías que el libro iba a ser un ensayo y no una biografía o fuiste encontrando el género a medida que avanzabas?

–Siempre tuve claro que deseaba alejarme de la biografía porque una figura totémica como Lou Reed ya tenía muchas –y buenas– biografías, documentales, entrevistas, etcétera. Esa era una puerta cerrada. Eso me daba cierta libertad para buscar una manera más personal –un resquicio– para aproximarme a su figura. La colección Por qué escuchamos de Gourmet Musical era el lugar ideal para poder generar un texto mutante que pueda poner en juego algunas ideas sobre la obra y las capas de sentido que logró Lou Reed a muchos niveles. Pero también hacerlo desde este suelo y esta época. Mirar a Lou con el prisma de la actualidad y mi propia situación geográfica. Ser un situacionista territorializado. Algo así.     

–¿Qué hizo único a Lou Reed y qué lo mantiene vigente?

–En principio hay algo innegable: la existencia de The Velvet Underground, y sobre todo su primer y canónico disco, le dio a Lou Reed un lugar en los libros de historia porque ahí empezó algo que sigue hasta el día de hoy: una forma alternativa de componer y de vivir. Y eso influenció a todos los que vinieron después: desde Bowie hasta Damon Albarn. Lo más interesante de la música (en términos de exploración, experimentación y ampliación del campo de batalla) reconoce a esa banda como un momento capital en la historia del rock en occidente. Y creo que desde ese origen hasta hoy su intervención no se detuvo porque su carrera también fue prolífica. Hoy mismo tiene más de 4 millones de escuchas mensuales en Spotify. Y esas personas solo acceden al sonido de Lou y su manera personal de componer, tocar la guitarra, cantar, lo que significa que en términos puramente sonoros dejó su huella e interviene estos tiempos. A ese aspecto le sumaría una deriva existencial impresionante que a mí también me atrae muchísimo de su recorrido. 

–¿Cuál Lou Reed te gusta más? ¿El solista o el de The Velvet Underground?

–Los veo absolutamente complementarios. Sin The Velvet Underground, Lou Reed no hubiera conocido a Bowie que produjo el clásico Transformer. Sin la existencia de John Cale en la vida de Lou es imposible pensar en el disco vanguardista Metal Machine Music, por ejemplo. Por otra parte, se juntó con Cale para hacer Songs for Drella (sobre la vida de Andy Warhol) y hubo unas reuniones de The Velvet en los ’90. Eran elementos que fluían como el ying y el yang en su interioridad para equilibrarlo. Creo que esto demuestra que Lou Reed nunca dejó nada atrás: el pasado lo llevaba encima todo el tiempo. Y eso lo supo aprovechar a su favor, fagocitarlo. Lou Reed fue un gran vampiro y un gran tirano. 

–Me gustó mucho tu idea de que «casi todo gran artista maneja un grupo pequeño de obsesiones». ¿La gran diferencia, entonces, sería cómo las desarrollan?

–Creo que la diferencia entre un artista y un buen artesano es que el artista sabe que vive encadenado a un látigo al que tiene que buscarle el modo de hacerlo sonar en distintas tonalidad en cada golpe, que sería cada obra, y amplificar esa experiencia. El artista siempre está cavando un pozo cada vez más hondo. En cambio, el buen artesano busca temas, historias sobre las que hablar, ve de qué manera hacerlo mejor en términos capitalistas, etcétera. El artista es una fuerza de la naturaleza, el buen artesano es un peatón con paraguas buscando dónde resguardarse mejor.

–Quién influyó más a Lou Reed: ¿Delmore Schwartz o Andy Warhol?

–Lou Reed agradeció a los dos hasta el último día de su vida. Considero que en ese sentido, Lou sabe elegir de quién rodearse para conquistar un tipo de experiencia única y que eso pueda ser usado a su favor, llevarlo a su propio campo de acción. Delmore Schwartz le dio la visión literaria de la composición (no olvidar que Lou Reed es Licenciado en Letras) y Warhol lo ayudó a constituirse como un artista con una perspectiva colosal, le dio una trinchera, un posicionamiento. El uno sin el otro eran las piezas adentro de una máquina que no hubiera funcionado. Pero también Lou le agradeció al rock, al Tai Chi, a Laurie Anderson y tendría que haberle agradecido muchísimo más a John Cale y a Bowie. Pero estas imperfecciones –los rasgos de humanidad– las arregla el tiempo. 

–El tango tiene una gran relación con la poesía y Lou Reed también. ¿Por qué te parece que esa relación es tan poco frecuente en el rock?

–Es cierto eso. Creo que la posibilidad de llegar a una buena lírica dentro del formato canción de rock siempre es parte del devenir existencial donde se conjugan las lecturas, las influencias, las compañías, los consumos y la suerte. Creo que las letras de Lou Reed practicaban un tipo de letra que iba por una tercera posición respecto de, por ejemplo, Bob Dylan y Leonard Cohen que sí buscaron cierta lírica con maestría, por supuesto, y eso le dejaba a Lou un territorio más áspero, contundente, e incluso minimalista. Es ahí donde Lou pudo conquistar su voz: practicando una suerte de realismo sucio que iba al corazón de la experiencia. Lou no era nada alusivo e iba en contra de la metáfora. Como si dijera: la vida es dura y la verdad nos hará libres.  

–En la parte final del libro, Lou Reed reflexiona sobre envejecer y el rock. Y sostiene que quizás es mejor decir música en lugar de rock. ¿El rock sigue sin aceptar que los seres humanos envejecemos?

–El rock nació como parte de esa generación joven (los Baby Boomers) que hizo avanzar (con creatividad pero también con violencia) la historia en los ’50 y ’60. Cuando esa generación envejeció tuvo que buscar una nueva manera de resignificar ese legado de ser la fuerza de choque parricida necesaria para que el almanaque pase sus páginas. Creo que el rock ya sabe envejecer y aceptar el paso del tiempo sin pasar por necedades, resistencia inútiles y anacronismos. Y me parece que en la actualidad Bob Dylan, Neil Young, Patti Smith, pero también Skay Beilinson, Spinetta, Celeste Carballo, Rosario Bléfari, entre otros, demuestran que la idea y el concepto de rock siempre puede encontrar en cualquier edad un cauce que se emparente con la dignidad.


Por qué escuchamos a Lou Reed. De Walter Lezcano. Gourmet Musical Ediciones.