Muchos veteranos de guerra estadounidenses entraron el cólera cuando se enteraron del tuit de Ivanka Trump, la hija del presidente, que recomendaba recetas de helado con sabor a champaña para conmemorar el Día de los Caídos, la fecha en que se recuerda a los que lucharon en las guerras que ese país lleva a cabo desde su independencia. Para muchos extranjeros que combatieron con la promesa de recibir como premio la ciudadanía de Estados Unidos, en cambio, ese no fue el peor menosprecio que recibieron. Ni qué decir de los cerca de tres mil que han sido deportados en lo que va de este siglo. Así lo reflejó un grupo de mexicanos que plantearon su reclamo en las fronterizas Ciudad Juárez y El Paso.

«Decidimos protestar justo el día del memorial que se festeja en Estados Unidos para honrar a los que sirvieron y perdieron la vida en el Ejército, además para que sepan que estamos peleando porque nos den los beneficios que les corresponden a los veteranos”, le dijo Francisco López a la agencia AFP. López tiene 72 años, combatió en Vietnam y luego de su regreso se fue desmoronando ante la falta de respuesta de una sociedad que rechazaba a los veteranos y finalmente fue procesado por un caso de drogas y expulsado del país. Ahora desde allí lidera un grupo de deportados a un lado y otro de la frontera que casi llega al centenar para reclamar, dice, aquellas viejas deudas pendientes de una nación por la que se jugaron la vida.

«Nos presentamos aquí con la bandera y las botas para también recordar a los compañeros que cayeron prestando su servicio a Estados Unidos, para que la gente sepa que no los olvidamos”, explicó a la misma agencia Iván Ocón, de 39 años, ex soldado en Irak. Ocón ya venía haciendo reclamos desde hace meses y en otra ocasión abundó de un modo mucho más claro cuál es el trasfondo que lo lleva a mantener sus exigencias. “Sentí que me dio la espalda el país por el cual estuve dispuesto a dar la vida», resume.

Hace siete años fue tapa de los diarios mexicanos el caso de Manuel y Valente Valenzuela, dos héroes de guerra bajo bandera estadounidenses que enfrentan la expulsión a México. Están acusados de delitos, es cierto, pero quizás sienten que su principal pecado es haber sobrevivido y por lo tanto, no haberse hecho merecedores de una mención como caídos en el campo de batalla.

“Peleamos por este país y por tener un buen futuro, y ahorita nos encontramos con esta pesadilla. Nos sentimos peor que traicionados. Somos veteranos de guerra, combatimos en Vietnam. Ningún país en el mundo hace esto. Es una tristeza y una vergüenza para este país”, protestaba Valente ante un medio local en 2010.

Los hermanos Valenzuela están en la “fila de la deportación” y desde su página web http://www.valenzuelabrothers.com/ recaudan dinero para poder pagar las costas de los juicios que tanto ellos como otros muchos veteranos necesitan que sostener los procesos judiciales.

Caso testigo

El caso de los Valenzuela es paradigmático: nacieron en México de madre oriunda de Nuevo México, territorio estadounidense. Llegaron a EEUU en 1955, cuando tenían 7 y 3 años respectivamente, y en los 60 se sumaron a las tropas que combatieron en Vietnam, Valente como soldado del ejército –fue reconocido con una estrella de bronce por su audacia para salvar a un compañero herido en una batalla- y Manuel como marine.

Igual que muchos otros que olieron de cerca el acre aroma de la muerte, los Valenzuela presentaron cuadros de stress postraumático, un síndrome que se acentuó desde que en 2009 el Departamento de Seguridad Interior los llamó a comparecer frente a una Corte Migratoria de Denver, Colorado. “Nos consideran indocumentados, a pesar de que fuimos a Vietnam con la promesa de recibir la ciudadanía”, dicen.

El caso es que los reclamos de una pensión como veteranos se diluyeron en el marco de acusaciones por un incidente de resistencia a la autoridad de Valente en 1988 y uno de violencia hogareña contra Manuel en 1998 que se solucionó con una multa y terapias psicológicas para controlar la ira.

Ivan Ocón nació en 1978 y a los siete años fue con su familia a El Paso. A los 19 se enroló en el ejército. «Me enlisté porque me crié allá, yo quería defender al que en ese momento era mi país», declaró hace un par de meses. Como tantos, creyó que era el camino más rápido para obtener la ciudadanía. «Les comenté que era de origen mexicano y me dijeron que no había problema, que una vez dentro podrían ayudarme para ser ciudadano, pero eso no fue mi principal motor, yo realmente me sentía estadounidense”, destacó en un artículo que publicó el portal Cubadebate.

Al volver a El Paso, sin embargo, las cosas no fueron nada fáciles y por eso de que a veces un tropezón lleva a una caída, terminó envuelto en un secuestro extorsivo y condenado a 10 años de prisión. En febrero de año pasado cumplió su sentencia y sin nacionalidad estadounidense, fue obligado a irse del país donde tenía mujer e hijos. «Cometí un error», reconoce, «pero no les importaron ni mis medallas ni mis reconocimientos» para expulsarme del país. «Me sentí traicionado», admitió en una entrevista con el diario El Financiero, de México.

El de Francisco Panchito López es otro caso para resaltar.  De 1967 a 1968 estuvo destacado en la base estadounidense de Gia Nghia, en Vietnam, donde custodiaba los contenedores de combustible. Lo habían reclutado a la fuerza en el servicio militar, que entonces obligatorio, a pesar de que no sabía una palabra en inglés, asegura.

«Me prometieron arreglar la ciudadanía al regresar», recuerda, para volver a Vietnam en su memoria: «Estuve muy cerca de morir, los vietnamitas pusieron explosivos debajo de los contenedores de gasolina y los detonaron».

El episodio y el contexto de la guerra, dejaron mella. «Yo no venía bien de mi cabeza y me calmaba con cocaína», reconoce. Fue así que el FBI le “hizo una cama”, y cayó preso cuando iba a comprar droga a un agente encubierto .Terminó deportado. «No podía creer lo que me estaban haciendo, pensaba que era una pesadilla».

Establecido en Juárez desde 2004, Panchito López ofrece junto a su familia comida, ropa, artículos de aseo e incluso alojamiento temporal.

Reclutamiento externo

Como los viejos imperios, Estados Unidos permite a nativos de otras naciones alistarse en las Fuerzas Armadas a cambio de una paga o con la promesa de obtener la ciudadanía. Actualmente hay casi 30 mil soldados no estadounidenses cumpliendo servicios en el Ejército.

Desde el 2001, tras los atentados a las Torres Gemelas, los requisitos para aspirar al uniforme o a convertirse en ciudadanos es menor. Incluso desde 2009 los trámites de la Oficina de Migraciones y Aduanas se aceleraron en busca de más tropa de donde sea para el puñado de guerras que lleva adelante en Pentágono en todo el mundo y que impacta dentro de Estados Unidos cada vez que el cadáver de un nativo vuelve envuelto en una bandera.

Pero aún bajo estas circunstancias, los foráneos pueden ser deportados antes de culminar ese tramiterío si aparecen en ese período implicados en cargos de cualquier índole. Por otro lado, muchos veteranos desconocen que podrían reclamar la ciudadanía y cuando lo hacen ya están salpicados por procesos judiciales que les impiden concretar su deseo.

Los activistas de ONGs que atienden estos casos estiman que las expulsiones se multiplicaron durante las guerras de Irak y Afganistán. Los traumas derivados de las guerras dejan secuelas que muchas veces derivan en problemas con la ley no atendidos ni aún en el caso de quienes estuvieron en el frente de batalla bajo la enseña de las barras y las estrellas.

Esto viene ocurriendo desde hace décadas, creció durante el período de Barack Obama y nada hace pensar que disminuirá con Donald Trump, un paladín de las deportaciones, según se presentó en la campaña electoral.