A pesar de haber prometido lo contrario durante la campaña, Mauricio Macri tenía decidido desde antes de asumir -incluso desde antes de ser electo- que terminaría con Fútbol para Todos. Le encomendó esa tarea a Fernando Marín, a quien en un principio había imaginado para otro lugar en su gobierno. Marín tendría un año para entregarle la llave de los derechos del fútbol a una empresa privada. Sucederá en breve. La aclamación para que se termine el Fútbol para Todos, como adujo Macri en su última conferencia de prensa, es por lo menos discutible. Si tanto consenso generaba, ¿por qué cuando le preguntaron sobre el tema durante la campaña respondió otra cosa de lo que finalmente hizo? Otra escena en la era de la posverdad.

Pero no es el Fútbol para Todos -cuyas irregularidades en el manejo de los dineros públicos investiga la Justicia- lo que se puso en juego desde hace un año, cuando el gobierno comenzó su ofensiva en el fútbol argentino. Lo que se puso en juego es un modelo de club, el de asociaciones civiles sin fines de lucro. No fue un debate franco y abierto, sino casi subterráneo. Una guerra de guerrillas. Macri puso todo en ese plan: la IGJ frenó elecciones, la Justicia sacó de la cancha dirigentes, la AFIP apuntó contra clubes morosos, sus operadores trabaron el avance de dirigentes con juego propio, una comisión afín intervino la AFA y el Estado retaceó el dinero que debía dar por contrato para terminar de generar un desastre en las cuentas de los clubes.

Es cierto que explotó un sistema diseñado durante tres décadas por Julio Grondona, con clubes endeudados, al borde de la (o en) quiebra, que le sirvió para acumular poder mientras repartía prebendas; un sistema que contó con la complicidad de empresarios, gobiernos, periodistas, medios de comunicación y, sobre todo, de una generación de dirigentes de la que Macri fue parte durante doce años como presidente de Boca. Todos callaron en ese todo pasa.

Pero la pesada herencia no exime lo que hizo el gobierno durante el último año, empujando a los clubes con todo su dispositivo oficial para llevarlos a la orilla que desea: abrirle la puerta al modelo de sociedades anónimas. Defender a las asociaciones civiles y su rol social, para el nuevo relato del macrismo futbolero, es defender una estructura corrompida o, como mínimo, mal gestionada. Pero el gobierno ahoga a los clubes, no a los dirigentes, gobernantes circunstanciales de esos clubes. El fútbol argentino necesita sacarse el lastre grondonista, sin dudas, pero para poner en marcha asociaciones civiles bien administradas, con más y mejores herramientas democráticas para los socios. Nada de eso se discutió en este tiempo.

¿Y por qué tanta pasión empresaria por el fútbol? Hace unos años, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico señaló que el fútbol es el ámbito perfecto para el lavado: flujo masivo de dinero, montos irracionales en pases, sumas infladas con facilidad y comisiones sin techo. Se pueden hacer negocios millonarios desde clubes pequeños. Es posible -aunque quién sabe- que nunca veamos a River o Boca convertidos en sociedades anónimas. No hace falta ir por ellos. Precisamente, los clubes menos poderosos, sobre todo del interior y el Ascenso, fueron los que más sufrieron la ofensiva. Son los huesos más apetecibles.

Esta semana, mientras Macri toreaba a sus excolegas dirigentes desde la Casa Rosada, Atlanta, que también resistió embates privatistas en los noventa, anunciaba que inauguraba su pileta de natación después de 26 años. La noticia era importante para sus socios y, por supuesto, para Villa Crespo. Una pequeña historia que sirve para contar una gran historia. Eso también son los clubes. «