La casona de la calle Rodríguez Peña al 300, donde funciona el teatro El Vitral, los recibe todos los martes a la noche. Se juntan a charlar, se ríen, discuten, muestran y comentan las novedades de su mundillo. Hay cartas, monedas, pañuelos y artefactos de todo tipo que cambian de forma y están diseminados por las mesas. Son magos, pero bien podrían ser un grupo (numeroso) de amigos cualquiera. Lo que los une es la convicción de crear la ilusión de que algo imposible es posible. ¿A quién no le gustaría convertir una rosa en beso?, repiten, ¿o tratar de no cumplir con la lógica de las leyes naturales? La mayoría, siendo niño, se fascina con esta idea y ya jamás la abandona: la magia no te suelta.

Esta noche el anecdotario de la reunión de la Entidad Mágica Argentina es lo que se vivió la semana pasada en el congreso de Flasoma (Federacion Latinoamericana de Sociedades Mágicas) que duró cuatro días y contó con la presencia de más de 700 magos de todo el mundo. Buenos Aires fue el epicentro de un terremoto de trucos y embelecos que fueron el deleite de los entusiastas del engaño.

En la vereda, Lorenzo fuma. A los 9 hizo su primer truco. “Es hermoso estudiar los miles de detalles de cada truco, además ver el efecto que causas en otros”. El profano, “el que no es de la magia”, no lo entiende.

“Es como una droga. No podés parar, querés más”. Así, el flagelo de la magia parece propagarse cada vez con más rapidez. Hoy hay seis escuelas (Pase Mágico, Bazar Mágico, Buenos Aires Mágico, Bar Magico, la de Adrián Guerra y la de Henry Evans), cuando hace cinco años años no había más de tres.

“No habrá más de 100 magos profesionales, que viven de esto, en nuestro país, pero con Internet los aficionados han crecido hasta un 200% en los últimos años”, dice Ray Francas, actual presidente de la entidad, quien también afirma que es el tercer hobby más usual a nivel mundial.

“Es algo universal y que permite tener un gran intercambio porque a todos les gusta un buen truco. Los magos somos entusiastas, coleccionistas, y eso nos lleva a juntarnos”. Aclara que la entidad no es un sindicato, sino una manera de mejorar y promover la actividad. Si hay algún conflicto de egos –que los hay– trata de mediar para que no pase a mayores. No mucho más.

La nueva generación

Como en todo, hay modas: hoy el mentalismo y la cartomagia le ganan la pulseada a la magia de salón o las grandes ilusiones, pero gusta mucho closeup (argucias de cerca) y se le presta atención a la inventiva. Se suceden acalorados debates sobre si es lo mismo hacer aparecer un elefante o una paloma, o porque el mercado mágico (de trucos) está demasiado apuntado al aficionado, y si es posible emular tal o cual ardid sin recursos.

Para algunos, la meca es Las Vegas; para otros, no. Mientras tanto, en la otra punta un grupo de jóvenes se retan con las de poker, bromean y se sorprenden en un acto endogámico que parece hacerlos entrar en éxtasis. Los locos nuevos, les dicen. Siempre están desafiándose. Algunos miran, otros siguen en la suya. Cuando Marcelo Insua, Mr. Tango, enciende su modo show en una mesa más allá, se forma «rondita». Las monedas vienen, vienen y se van, vienen, vienen y se van. Se nota porque fue campeón del mundo en 2012 cuando hizo aparecer 30 monedas a 40 cm del jurado.

“Es una bestia, un ídolo”, dice Ibañez, un sonriente policía federal, 15 en la fuerza, cinco de mago, que parece un niño con glucemia alta. Uno de galera pasa sin mirarlo. De hecho, el uniformado pulula entre las mesas, sin que a nadie le llame la atención ni su entusiasmo ni su 9 mm.

En el fondo, rodeado de un atento séquito de escuchas, esta Héctor Carrión, un hombrecillo de 78 años con manos como arañas, que a los 20 fue socio fundador de la entidad (es el único vivo) y hoy es su secretario general. Dice algo del próximo mundial de magia que será en Busan, Corea. “Los asiáticos tienen hasta universidad de magia, preparan a una persona para que sea mago en un futuro desde los 12 años, con seis horas diarias de ensayo. Increíble”. Se nota que fue docente porque da cátedra en cada frase. “Ningún mago te va a hacer creer que tiene dotes sobre naturales. Esto es estudio y práctica, ninguno es superdotado”, afirma.

La magia es, para él, caos arte y ciencia. “No fumes tanto, Lorenzo”, reprocha cuando lo ve entrar desde la vereda. En ese momento a alguien se le escucha decir una frase que escribió Herman Hesse en uno de sus libros: “ No fui yo quien escogió la magia: ella me eligió a mí”. «

«La clave de la magia es conectar»

Todos le reconocen su capacidad todo terreno: Henry Evans domina a las fieras, si es lo que tiene que hacer. Ante sus habilidades, no hay antídoto. Su manejo de la escena es total. “Hay que tener presencia, y seguridad que solo te da el ensayo a puertas cerradas. El publico difícil se maneja con horas de vuelo: ya sabés cómo manejarte frente alguien que te viene a complicar las cosas, y no te modifica” cuenta Henry.

Cuando Adrián Guerra se coronó campeón en el mundial de Yokohama en 1994, Henry Evans salió tercero. En Lisboa, en 2000, le tocó a él. “Me abrió muchas puertas ser campeón del mundo y soy invitado a convenciones, a concursos como jurado, a dar conferencias o shows. Creo que la clave es conectar, eso me di cuenta cuando mi mamá me enseñó mis primeros trucos a los 11. Hoy Tengo 46, imagínate”, dice como si fuera un hipnotizador. Para él, un mago debe pensar 24 horas en magia, tener el deseo de estar en escena todo el tiempo. Solo así se logra el fin último de todo mago: el aplauso.


Un representante de la Vieja Escuela

Su estampa de mago, en la concepción tradicional es insuperable: Richard Massone es elegante y educado, todos sus gestos son ademanes con clase y modos elocuentes. «La magia existe es real, es solo creer en ella», afirma con tono neutro que maneja hace años para hablar. Massone es quien quedó a cargo del Circo Tihany, tras la muerte de su creador, Franz Ceisler –un húngaro de origen judío que escapo del nazismo por ser mago, y quien fuera el que inspiró a Richard a seguir el camino mágico, cuando vio su acto en su Rosario natal, a los diez años, sin saber que después trabajaría bajo su ala durante más de tres décadas–, y es de los magos de la Vieja Escuela: de los que cree en el acto mágico como madre de todas las artes y en que el misterio es algo que tiene que ser parte de la vida cotidiana de los que quieran hacer esto. «La gente –concluye Massone– necesita tener magia en su vida, el público necesita creer. Nosotros somos magos 24 horas al día, no hay medias tintas. Esta es una pasión que requiere vocación por el éxito y trabajo».