Durante los años ’40 y ’50 ese notable historietista y humorista llamado Guillermo Divito creó para su mítica revista Rico Tipo dos personajes que siguen viviendo entre nosotros como vecinos, como familiares, como líderes de opinión, como periodistas, como dirigentes políticos y, por qué negarlo, como nosotros mismos. Falluteli era el que, sin transiciones ni pudores, pasaba de la oferta generosa a la canallada incalificable, de la promesa de lealtad a la puñalada trapera. Estratega del cuchillo bajo el poncho también era El otro yo del doctor Merengue, representativo de ese deporte nacional que es decir una cosa y hacer otra totalmente opuesta. Estos dos muñecos sobreviven en la memoria colectiva como símbolos de la hipocresía de máxima pureza.

En su libro Detrás de las palabras el estudioso del lenguaje Charly López afirma que «hipócrita» es un vocablo de origen griego que en los tiempos gloriosos en que Atenas todavía no había sido lapidada por el FMI, se aplicaba a aquellos que hacían teatro. O sea que antes, y ahora también, los hipócritas eran actores, especialistas en simular lo que no son. Pero bien distinto es cuando un actor e hipócrita tiene influencia menor y otra cuando con sus decisiones mortifica cotidianamente la existencia de millones de personas.

La hipocresía no es una originalidad de este siglo «problemático y febril». En muchos de los episodios fundacionales de nuestra identidad hubo hipocresía. Lean, si no, esta sextina extraída de los consejos del Viejo Vizcacha: «Hacete amigo del juez / no le des de qué quejarse / y cuando quiera enojarse / vos te debés encoger / pues siempre es güeno tener / palenque ande ir a rascarse».

Personajes de amplísima y actual repercusión se ve que tomaron al pie de la letra estas sentencias, 166 años después que José Hernández escribiera estos versos. Debemos consentir, y lamentar, que el discurso político se volvió hipócrita: demagogia, deliberada falta de memoria, sorprendentes cambios de veredas partidarias y de lugar ideológico, leyes con trampas incorporadas, brutales desconocimientos de la verdad. Ejemplo: de 20 promesas de campaña, el actual presidente sólo cumplió con dos (la extensión de la Asignación Universal por Hijo a los monotributistas y la ley del arrepentido. Fuente: chequeado.com). El «Estamos mal, pero vamos bien» de la década del ’90 tuvo su correlato en estos años recientes en el «Lo peor de la crisis ya pasó». Los mismos que en la década del ’80 se opusieron a la ley del divorcio, 30 años después aparecieron con argumentos de pura hipocresía como encarnizados enemigos de una ley para abortar en modo seguro y gratuito.

Con frecuencia, en clave de humor costumbrista o en estilo película de terror aparece ese lado bestial que nos acerca al Doctor Merengue o a Falluteli. También la formalidad académica es refinadamente hipócrita. El trato dentro de las corporaciones, en los colegios profesionales, en los congresos y en las universidades se tramita desde un doctoreo al palo. Una muestra: «Esto, doctor, se lo digo con todo respeto».

La hipocresía de la política no funcionaría sin la hipocresía judicial y la hipocresía periodística. En franca asociación ilícita, últimamente ese trío arma causas, condena sin juicios, encarcela sin razones, falsea las realidades, encubre intereses espúreos, arma carpetas intimidantes.

Y, por qué no admitirlo, también el colectivo social que integramos es alguien dispuesto a olvidar pasados, a sepultar historias y a disfrazar presentes siempre y cuando le convenga. En una nación como la nuestra, repleta de puertos fluviales y marítimos, y donde millones de sus habitantes bajaron (y aún bajan) de los barcos o aviones, es razonable pensar que la actividad comercial, la compraventa o el trueque hayan determinado que muchos se pusieran ropajes que no les pertenecían. Y necesitaron, por interés, aparecer como simpáticos o serviciales cuando en realidad eran exactamente lo contrario. No necesariamente lo hacían por maldad sino para conservar un lugar, para ser un poco más queridos o para que el pasamanos de los espejitos de colores no les pesara tanto.

En eso consiste la hipocresía: en afectar una virtud, un sentimiento, una creencia, una idea, cuando en la superficie y en el fondo carecemos de tales y ocultamos más de lo que mostramos.

Fue en este país (enojarse porque se utilice esta forma y preferir nuestro país también es hipócrita) en donde en los años recientes se escucharon algunas de estas frases:

«Los argentinos somos derechos y humanos».

«Algo habrán hecho».

«Roban pero hacen».

«Confío en la Justicia».

«Yo no lo voté».

«Disculpe las molestias, estamos trabajando para usted».

«No me arrepiento de nada».

«¡¡¡Argentina, Argentina!!!».

«El que llega a la política económicamente hecho no se va a meter en nada corrupto».

Y esta, de ultimísima generación: «Quiero convertirme en imputado colaborador».

Lectores: identifiquen otras frases hipócritas y hagan crecer el decálogo. Muchas gracias. «