Entre la comedia  satírica y la metafísica, con una estructura interesante desde lo narrativo, con poesía y filosofía en partes iguales, uno de los últimos estrenos de la plataforma líder de mercado en cuanto a consumo on demand, apostó esta vez a una historia que pueda discurrir sobre cómo la humanidad enfrenta los distintos bretes de la interacción entre humanos.  Porque si  bien es la historia de dos personas con vidas conflictuadas que se encuentran en un experimento médico,  permite reflexionar cómo y por qué pasa lo que pasa en la llamada realidad. Y cómo ésta depende de la percepción que cada uno le quiera dar. Y si se acciona contra ella o se sigue la corriente.

En esta nueva distopía futurista, anclada en la tecnología informática de los ’80 desde lo estético, pero en un tiempo no especificado, se invita al espectador a las aventuras de Annie Landsberg (Emma Stone, ganadora del Óscar por Lalaland y nominada en Birdman) y Owen Milgrim (encarnado por el adelgazado Jonah Hill, también nominado a dos premios Óscar por Moneyball y El lobo de Wall Street), personas que participan en las etapas finales de un misterioso ensayo farmacéutico diseñado por un médico (en la piel de Justin Theroux, actor de Mulholland Drive y The leftlovers) que detesta a su madre y controlado por una computadora emocionalmente inestable.

Annie siente antipatía y está sin rumbo, obsesionada con la relación fragmentada con su madre y hermana; Owen, el quinto hijo de magnates industriales de Nueva York, ha luchado toda su vida con un diagnóstico controvertido de esquizofrenia. Entonces una nueva droga les abre las puertas de la locura y recorren escenarios que son parte de su inconsciente, con obvias consecuencias en su realidad real. La trama es compleja pero de mucha riqueza y profundidad para el análisis y la reflexión posterior, lo que significa toda una apuesta artística por salir de los cánones comunes de lo efectivista, algo que en los consumos populares no es tan frecuente y permite releer como es que la especie humana se comporta.

Para poner en marcha Maniac, Netflix buscó a la gente que había hecho series con el sello de calidad de acaso su principal competidor global, HBO: reclutó a uno de los escritores de The Leftovers, Patrick Somerville, quien reescribió varias páginas del guión de una serie homónima noruega para dar forma a esta versión norteamericana, con diez episodios dirigidos por Cary Fukunaga, director y productor ejecutivo de los ocho episodios de la primera temporada de True Detective (en 2014).

En capítulos de 60 minutos cada uno, esta historia efectiviza el humor negro, la parodia, y el ridículo como el drama, el dolor y la tensión que una buena historia tiene que manejar en la actualidad. De esta manera pone en foco los misterios de la mente, y cómo la sociedad de consumo puede no dar alternativas más que los fármacos evasivos, abriendo la chance de múltiples realidades, entre la catarsis y los puntos de inflexión para cambiar modelos culturales  y creencias.

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Fukunaga en esta oportunidad incorporó al reparto a Justin Theroux para dar forma a un equipo que tenga fuerza interpretativa, como la que había logrado en su anterior serie, donde la química en pantalla es el gancho principal para embelesar al espectador. Emma Stone, a los 29, siendo una de las principales caras de la industria,  y que también es productora  de esta serie, impulsa la historia con un genial tándem con Hill, con quien ya había trabajado en  la comedia de 2007 Supercool, guion de Seth Rogen.

Son interesantes las referencias de El Quijote, libro que protagoniza más de un cameo y fue tomado como una de sus principales influencias para la serie: «Cervantes fue uno de los primeros autores en escribir sobre la separación de la realidad, cientos de años antes de que la psicología se convirtiera siquiera en materia de estudio», dijo el director en la presentación en Estados unidos, días antes del 21 de septiembre, día en que se subió al catálogo.

En el mundo de Maniac, sin internet y teléfonos móviles, las letras parpadean verdosas en las pantallas;  sobre las aceras, unos desmañados robots se encargan de recoger los excrementos de las mascotas,  mientras hombres y mujeres-anuncio explican sus productos a quienes no se pueden pagar el trayecto en subte. Así, haciendo imaginar cosas que podrían pasar, pensando qué haría cada uno en ese lugar donde todo este permitido, esta serie permite al menos un rato olvidar que la derecha aprieta y los mismos de siempre quieren ser los que ganen, manipulando a la gente para que no se interpongan en el camino mientras son desplazados de un sistema de desigualdad obscena.