En la estancia El Marito, monte pampeano, el refugio bucólico en el que Diego Maradona se preparó para el Mundial 94, no se enganchaban los canales de aire. Apenas llegó al lugar, Diego prendió la tele y en la búsqueda con el control remoto sólo se encontró con imágenes fantasmales, esa deformidad que trae a la pantalla la inconectividad. El único aparato que había en el campo sólo agarraba una señal de Santa Rosa, la capital provincial.

-Hijos de puta, ¿dónde me trajeron? -se enojó Diego.

-A Fiorito -le respondió Fernando Signorini, su preparador físico.

También estaba don Diego, el padre, que observaba la escena en silencio. Era el que cebaría los mates por la mañana, con el primer sol, cuando Diego se levantaba para el entrenamiento matinal. Fueron días de austeridad en los que cuando la abstinencia mordía la piel, lo que se imponía era una práctica más fuerte y más intensa. Había que salir a correr. Hasta conseguir el sosiego, los momentos de descanso, que incluían afeitarse al aire libre, cantando, bajo la sombra de un árbol, frente a un espejo que colgaba de un pino, lo que le hacía recordar a su infancia. Estaba otra vez en Villa Fiorito. Volvía a empezar.

Este domingo por la tarde, cuando salga a la cancha con el outfit oficial de Gimnasia y Esgrima La Plata, también será otra forma de volver a Villa Fiorito, el barrio en el que creció, en el partido de Lomas de Zamora. Su primera práctica al frente del equipo, con las puertas abiertas para que los hinchas llenen las tribunas, será otro volver a empezar. Y será, además, en pendiente. Maradona se hará cargo de un equipo que todavía no ganó partidos en el torneo, que sacó un punto de los quince que jugó, y que se encuentra último no sólo en las posiciones generales sino, y en este caso es lo que importa, en la tabla de los promedios. De no tomar otro camino, Gimnasia se irá al descenso al final de la temporada.

En crisis futbolística, económica y emocional, el futuro en el Bosque aparecía irremediable. La dirigencia pudo haber buscado a un técnico con fama de salvador, entrenadores de logros módicos pero con experiencia en situaciones límites, casi siempre con saldo negativo pero qué importa, la fama es todo. O pudo elegir a alguno de los nombres que siempre figuran en la cartera de clientes de los representantes, técnicos que siempre van y vienen a pesar de acumular empates, derrotas y despidos. Maradona no estaba en ese radar y hacía 40 días que se había operado la rodilla. Fue el empresario Christian Bragarnik, justo el que más hace circular entrenadores y jugadores en el fútbol argentino, quien llevó su nombre improbable a La Plata. Fue Bragarnik también el puente para que lo acompañe Sebastián Méndez.

No hay antecedentes de Diego en ese territorio crucial de la zona de descenso. Sólo sus aventuras en Deportivo Mandiyú y Racing, a principios de la década del ’90, la selección argentina como un hito diez años atrás, casi una excepcionalidad en su trayectoria de técnico, el exilio en Emiratos Árabes Unidos y el año mexicano en Dorados de Sinaloa. Nada se parece a una pelea tan dura como la que enfrentará desde el próximo domingo, frente a Racing, su debut con Gimnasia.

Pero es Maradona, nuestro fabricante de felicidad, nuestra gran contradicción, y este juego se llama fútbol. Requiere muchas veces de menos solemnidad. La confirmación del regreso de Diego sacudió a la Superliga. Y animó a los hinchas de Gimnasia, a quienes ya nada parecía animarlos. Maradona mueve las montañas del marketing: nuevos socios para el club, patrocinadores que no se quieren perder su lugar en el cartel, empresas que ofrecen carritos de golf para ayudar a la complicada movilidad de las rodillas maradonianas y venta de camisetas con su nombre y el 10. Maradona es el único entrenador que además vende camisetas.

Y es que no es sólo un entrenador, Gimnasia acaba de contratar a su propio mito. Una pócima del Mundial 86. Sin garantías para su futuro en Primera, construye un momento, una felicidad que quizá no sea duradera pero puede ser inolvidable. Quizá sean sólo quince minutos, pero qué quince minutos. Ser hincha es también saber generarse esperanzas, sobre todo en este país calesita.

La vida de Maradona está hecha de regresos a Fiorito porque está hecha de reinvenciones. Apuntan sus críticos que al Diego entrenador no lo llamarían los equipos de elites. Que no figura entre los deseos del Barcelona, Bayern Munich o Manchester City. Pero también hay que anotar que, salvo por algún coqueteo con el Olympique de Marsella o Juventus, ni siquiera cuando como jugador estuvo en modo Mundial 86  figuró entre esos deseos. Diego, más que sus años en Barcelona, fue sus años en el Napoli del sur italiano. Y una vuelta a Newell’s. Y a Sevilla, que tampoco es la élite. O La Boca como territorio popular. Sea porque sólo lo llaman de los márgenes o porque él va a los márgenes, su vida se mueve en las orillas. Vuelve a Fiorito. Maradona, pronto a cumplir 59 años, siempre tiene la posibilidad de elegir el living de su casa, la comodidad de mantener los compromisos que se pagan en dólares, una vida con menos barro. No sería Maradona.