“Si hubiese sabido que algún día yo tendría una historia, la habría elegido, la habría vivido con más cuidado para hacerla bella y auténtica con el propósito de verme bien.” Con esta frase de Marguerite Duras  se abre el libro recientemente publicado por Paidós que compila sus entrevistas periodísticas realizadas entre 1962 y 1991 con un excelente prólogo de Guillermo Saccomanno: El último de los oficios. Lamentablemente, como lo comprobará a lo largo de su propia vida Duras, no es posible vivir en borrador y luego pasar la existencia en limpio para quede más brillante y prolija. Si algo signó su existencia fueron precisamente las dificultades que debió enfrentar desde su pobreza que según Saccomanno “la llevó a una prostitución inducida por una madre amada que se justifica en la desesperación” hasta su alcoholismo que no le impidió, sin embargo, ser una escritora lúcida y productiva. 

Según lo consigna Saccomanno, su fama estalló masivamente en 1984 con la publicación de El amante, el premio Goncourt y la venta de medio millón de ejemplares en pocos meses. Duras tenía entonces 70 años y todos sus dolores vividos seguían intactos. Como le sucede a todo el mundo, también ella llevó su niñez a cuestas durante toda la vida. 

Dice en 1962 “Mi infancia se sitúa en Indochina, hasta los 9 años, con un intermedio de un año en Francia. Y más precisamente, viví hasta los 17 en la espesura, donde mi madre, viuda, enseñaba en una escuela para nativos. Hasta los 14 hablaba el vietnamita tal vez mejor que el francés. Cuando llegué a la edad de cursar los años finales de la escuela secundaria, tuve que separarme de mi madre. Éramos muy pobres, así que uno no podía sentirse completamente a gusto; lo cierto es que había una colonia blanca muy omnipotente y, como mi madre ocupaba un puesto muy inferior en la administración francesa, a nosotras se nos rebajaba más bien al rango de “indígenas”, como se decía entonces.”

 “Comencé a escribir a los 26, 27 años, un poco tarde Pero no creo que no haya una sola persona en el mundo que no crea en su destino, aunque no lo diga. Yo tuve a mi marido, que fue deportado, tuve un hermano que murió, tuve un hijo que murió por culpa de la guerra; mi cuñada que murió en Ravensbrück. Cuando uno sufre desgracias particulares, como la pérdida de un hermano o un hijo pequeño porque no hay gasolina y el médico no pudo venir, por ejemplo; no, cuando a uno le pasan cosas como esa, la desgracia privada se impone evidentemente a todo lo demás, pero…es algo de lo que puedo decir que no me he recuperado, sobre todo el aspecto nazi. Oh, no tengo una vida…muy fácil…, bueno, como todo el mundo…llena de dificultades.” 

A lo largo de 400 páginas, Duras traza en sus entrevistas una suerte de autobiografía repartida en fragmentos que permiten relacionar sus circunstancias vitales con la producción de su obra. Saccomanno dice que en su juventud la escritura de Duras formó parte de su proyecto literario. “El fenómeno Duras –afirma- es un caso único en la cultura del siglo XX. Una mujer jugada en su época, comprometida con el presente perpetuo, conquistadora, paradójicamente, de un fanatismo sectario y, a la vez, en vida, de una popularidad tan envidiada por sus amargados detractores como adorable para sus legiones de lectores.” Para definirla usa, entre otros, los adjetivos “polémica” y “arbitraria” como dos rasgos distintivos de su personalidad. 

Las entrevistas son el producto de una minuciosa investigación de Sophie Bogaert y constituyen un aporte inmenso al conjunto de la obra de una mujer a la que la vida le quitó mucho y su talento perseverante intentó devolverle algo a través de su escritura. Pero hay trueques que son imposibles. No se puede cambiar el dolor por fama merecida y su alcoholismo fue una prueba contundente de esta afirmación. Dijo alguna vez: “Uno bebe porque Dios no existe”.