Cuando se produjo la contramarcha que sería un punto de inflexión en su vida, quien hoy es María Moreno se llamaba Cristina Forero y cursaba el tercer año del secundario con calificaciones altísimas porque su madre, la encarnación misma de la meritoria niña proletaria que a fuerza de sacrificios logra obtener un doctorado en Química, la hacía estudiar de memoria. Estaba segura de que la escuela y luego la universidad constituían el único modo posible de ascenso social.

Pero los planes de su madre se frustraron el día que, apabullada por encontrarse en la parada del colectivo con su profesora de Castellano, Cristina, la alumna tímida y de altas calificaciones, decidió desertar del plan materno, huyó de la profesora y también del colegio, al que no volvió nunca más. “Después –dice la autora- vino una deriva gozosa entre los caídos del sistema escolar, libertarios de poca monta, buscavidas amistosos que tomaban de la cultura lo que les venía bien, sin disciplina impuesta ni peso de los ideales en tiempos en que la palabra ‘bohemia’ ya no se pronunciaba sin ironía. Eran mis compañeros del nocturno en el que terminé la escuela secundaria.” Al menos, esto es lo que cuenta quien hoy es María Moreno en Contramarcha, un libro de aparición reciente que pertenece a la colección Lector&s de la Editorial Ampersand. El sello distintivo de la colección es que convoca a escritores consagrados para que cuenten cuáles fueron las lecturas de infancia y adolescencia que los formaron. 

Moreno declara que contará la “novela” de sus lecturas y con esta simple palabra parece ubicar su biografía lectora en el campo de la ficción poniendo en cuestión el carácter mismo de la búsqueda del origen, de esos hilos que desde el presente se lanzan hacia el pasado y que hacen aparecer el oficio de escritor como un destino ineludible.

-Vos te corrés del lugar de decir cuáles fueron los libros que te formaron y contás tu “novela” a partir de otras «lecturas» como Los miserables de Víctor Hugo en la versión radial de Abel Santa Cruz, los sobres de las cartas que ayudabas a tu abuela, a repartir en el conventillo donde vivían, y del que era encargada. También hacés una operación literaria al ponerte un nombre falso. ¿Hay en esa actitud un deseo de ampliar el concepto de lectura y romper con la idea de que la formación de un escritor pasa solo por los libros?

–Ja,ja,ja. Me estás haciendo una pregunta que es en realidad una lectura crítica de Contramarcha. Creo que ningún escritor, de cualquier linaje, estaría dispuesto a afirmar que su formación pasó sólo por los libros. Pero en realidad llevo una especie de divisa autobiográfica que parte de una teoría de Sylvia Molloy que en Acto de presencia: la literatura autobiográfica en Hispanoamérica  propone que la autobiografía viene de otras autobiografías modélicas, que no hay experiencia sin esa mediación. Creo que mis relatos “autobiográficos” le deben más a las obras de Colette y Simone de Beauvoir que a mis “recuerdos”. Claro que hubo conversaciones muy lindas con Graciela Batticuore, la directora de la colección, sobre nuestras infancias. No tenía el plan de correrme de lugar en la serie de Ampersand, en realidad rara vez tengo un plan: la escritura inventa. ¡Y lo que inventa! Por ejemplo en Blackout me saltó la figura del padre que terminó ocupando un lugar inopinado en el libro. En Contramarcha se me apareció la figura de un compañero de la secundaria como el primero que me da de leer y es alguien al que no suelo recordar: Marcelo Sambucetti.

El escritor chileno Leonardo Sanhueza dice que “la idea de la vocación literaria es una idea tirada de las mechas, un disparate”, que en determinado momento un escritor se ve obligado a elaborar el mito de su vocación, cosa que no le pasa a un plomero ni a un gasista. ¿Vos sentiste eso que se da en llamar “vocación”?

-Qué impresionante que me cites a Sanhueza. Lo vi una vez durante un congreso en Santiago exponer en una mesa redonda que planteaba con bastante ingenuidad el cómo empezaste a escribir. Y luego de que todos los integrantes de la mesa expusieran como si realmente hubiera existido ese momento “verdadero”, él lanzó su idea de mito  y con mucho de burla. Me encantó. Tengo bien claro que Contramarcha es la novela de mi “vocación”. Y te agradezco que tu pregunta vaya por ese lado sin sobresaltarte. En muchas entrevistas se sobresaltaron con que yo hablara de “novela” en el sentido de ficción como mentira. Hay escritores que cuentan que fueron marxistas a los doce, que leyeron Ulysses ni bien aprendieron inglés. Y está toda esa saga de “recuerdos” donde la lectura exigía una verdadera lucha con los padres que te ordenan que apagues la luz cuando estás en lo mejor de Lezama Lima en tu cuarto de adolescente. Yo no sentí ningún llamado. Dibujaba, sí, y estudié pintura con Carlos Gorriarena. Fue él quien me dijo que lo que hacía era demasiado narrativo, que me dedicara a la literatura o al diseño gráfico. ¡Eso es un maestro: el que te enseña a desistir!

Mucha gente piensa que los recuerdos son como instantáneas fotográficas que se fijan de una vez y para siempre. ¿Qué son para vos? ¿Entran en el terreno de la ficción?

-Siempre insisto en que se recuerda según deseos actuales. Ahora mismo te puedo hacer otra novela de mis lecturas primeras. Cuando era adolescente leía los cuentos de Dalmiro Sáenz buscando las partes “verdes”. Tanto lo hice que, sin darme cuenta, iba leyendo el resto de cada cuento. Leí Bonjour tristesse y recuerdo la parte en que la joven chapa con el adulto y él le desliza una pierna entre los muslos (ella está en pijama). Es una gran frase filosófica la de Pepe Mujica cuando dijo

«así como te digo una cosa, te digo la otra».   

¿Quién te imaginás que hubieras sido de no haber dado la contramarcha que te llevó a dejar la escuela?

-Imagino que hubiera sido artista plástica. Soy una Martha Minujin frustrada.

-De qué forma crees que se metabolizó en vos el gusto por el melodrama del teleteatro de Abel Santa Cruz. Me refiero a lo literario y a lo no literario.

-No tengo un interés especial por el melodrama. Lo que yo escuchaba no eran melodramas en el sentido radioteatral, eran adaptaciones de obras literarias. Asocio a Santa Cruz a la comedia, pero la radio sucumbió para mí cuando mi padre trajo a mi casa un televisor Noblex , entonces fui la típica adolescente adicta a la tele. En la vida soy melodramática pero en un sentido buffo. Recuerdo una vez en que, en medio de una pelea amorosa, conmigo bañada en lágrimas, tuve un súbito sentido del ridículo y empecé a recoger mi llanto en un vaso. Por supuesto: corté la escena. 

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En el libro hablás mucho de tu madre y de su condición de “niña proletaria” que hizo todo tipo de esfuerzo para llegar a ser doctora en Química. Y si bien mencionás mucho a tu padre, casi no hablas de tu relación con él. ¿Cómo era? ¿De qué forma creés que influyó en vos su oficio de fotógrafo?

-Hablo mucho de mi padre en Blackout. Creo que influyó negativamente ya que carezco de toda memoria en imágenes. Es como si me hubiera dicho “al padre lo que es del padre”. Se puede decir que sólo recuerdo conversaciones y que suelo no mirar a mi alrededor. Una vez Jorge Gumier Maier, el artista, me alquiló una cabaña en el Tigre. Le fui a reclamar que plantara calas alrededor de la casa. Y justamente la entrada estaba llena de plantas con calas bien florecidas. Mi padre, mi abuelo y mi tío abuelo fueron los fotógrafos de Sur,  pero de eso me enteré tarde. Pudo haber existido una influencia literaria a través de la fotografía. 

En Contramarcha decís: “Encarnar el proyecto de otro lleva a un estado sin desdicha ni felicidad”. Decís también que eras el proyecto de tu madre, el Pinocho de tu madre. ¿Qué costo creés que tuvo para vos esa suerte de anestesia afectiva de la infancia?

-Ninguno. Estuve mucho tiempo en una cómoda crisálida, bien protegida para lo que vendría después. La crisálida no era un clóset, más bien un Aleph. Si eso fue malo, preguntale a mis infinitos psicoanalistas. 

La autora que más citás es Simone de Beauvoir, a quien solías ponerla bajo sospecha y reivindicarla alternativamente. ¿Qué creés que le debe el feminismo?

-Todo. Como dijo la historiadora Michele Perrot en su entierro. Y no sólo el feminismo, también el antifeminismo de ciertas mujeres que siguen peleando con su fantasma.

-¿Sigue sin convencerte la literatura de Julio Cortázar?

-No lo leo. Lo leí fuera de las presiones de la moda, me gustó y lo olvidé. Mi amigo Germán García se burlaba de mí diciendo “no te gustan los incastrables”.

¿Qué otras contramarchas hubo a lo largo de tu vida, además de la que te sacó del colegio secundario en el que estabas y te llevó a un colegio nocturno?

-Cuando me animé a escribir mi primer micro ensayo sobre Norah Lange en una revista que se llamaba Pluma y pincel. Dejar la heterosexualidad por los heterónimos. Mi trabajo en el Museo del Libro y de la Lengua a la edad de jubilarme. Pero estas son contramarchas incompletas, llenas de fugas y yuxtaposiciones, ninguna con la fuerza de aquella donde me bajé del ómnibus y no volví al colegio. Como bien sabe Sanhueza, este es un mito como cualquier otro.  


Dirigir el Museo del Libro y de la Lengua

Durante cuatro años el gobierno de Cambiemos no sólo se dedicó a desmantelar la industria, sino también a destruir el campo cultural. Por eso, María Moreno asumió la dirección de una institución jaqueada de manera conjunta por las políticas neoliberales y la desidia programada de los dirigentes de turno. «El Museo -cuenta- seguía funcionando pero con un grave deterioro edilicio, se había destruido la exposición permanente sobre la lengua americana , quitado el cargo de director y era una sala más de la Biblioteca Nacional. El auditorio David Viñas estaba inhabilitado luego de una inundación que podría haber evitado, tan luego de un espacio que lleva el nombre de un intelectual crítico, figura indeseable para la gestión anterior. David, de haber estado vivo seguramente, hubiera formado parte de los 562 opositores que el ex presidente hubiera mandado en cohete a la luna ¿te acordás? Ahora al espacio lo están arreglando y pronto volverá a funcionar y por eso hay que saludar como dice Juan Sasturain: ¡Hasta la vacuna siempre! 


Esta contramarcha es fuerte: la jubilación es una metáfora porque no tengo, quise decir que a la edad en que planeaba escribir con menos presiones del ganapán, en parte por el premio Manuel Rojas que me dieron generosamente en Chile, decidí dejar de regar mi jardín narcisista y meterme en un proyecto de gestión cultural y política. Con la ambición de antes de la pandemia de que el Museo mostrara la historia material del libro y la incidencia de la técnica en las políticas de prensa por ejemplo, de convertirlo en un espacio de debate de los feminismos y las disidencias sexuales, siguiendo el legado dejado por María Pía López .
Y esto lo dije mil veces -agrega- pero me obsesiona. ¿Cómo evitar que el Museo del Libro y de la Lengua se convirtiera en un muestrario progresista totalizador, una suerte de look, cuando en realidad cada una de sus muestras, de sus debates debería mantener un compromiso irrenunciable  con los reclamos políticos de aquellos a quienes convoca  y sus proyectos emancipatorios? La pandemia no corrió de lugar esos deseos, nos hizo buscar otras formas. Claro que el libro y el laburo en el Museo se tocan: aprendí a leer con los oídos y como ahora el Museo es en gran parte audiovisual, tengo que leer lo que escribo o sea que escribo con la voz.