«Cambiemos, desde un punto de vista económico, fracasó.» Como diagnóstico, casi un dictamen, suena contundente. Hasta lapidario. Pero el economista y consultor Mariano Kestelboim (40 años, nacido en México, nacionalizado argentino) no duda. Muestra seguridad ante las repreguntas, que buscan matices o aclaraciones. Egresado de la UBA, convertido en las últimas dos semanas en un invitado frecuente a los programas de prime time televisivo, Kestelboim enumera una cadena de errores –algunos iniciales, de elección de modelo económico; otros de aplicación de las políticas elegidas– para justificar su afirmación. «Cambiemos no tiene forma de remontar este fracaso. Un déficit de cuenta corriente de 5 puntos en relación al PBI lo puede tener una economía desarrollada como Australia, como Canadá, como Estados Unidos. Pero la Argentina no. No puede tener esos números y, al mismo tiempo, no tomar ningún tipo de medida vinculada a la administración del comercio exterior. Si tenés funcionarios que no entienden que el aumento de tarifas genera inflación, que no entienden que el aumento del dólar tiene un traspaso muy importante a precios, y salen de forma explícita a decir que eso no va a ocurrir y escriben documentos en los que dicen que en la Argentina no va a haber pass through (traspaso de la devaluación a los precios locales), eso significa que no comprenden la estructura productiva del país en el que viven. Yo creía que el final de este modelo iba a producirse a fines de 2018. Hace rato que lo vengo diciendo», advierte en diálogo con Tiempo.

Colaborador de empresas y cámaras industriales, docente en la Universidad de Avellaneda (UNDAV), Kestelboim es hijo de exiliados: su padre, Mario, fue decano de la Facultad de Derecho de la UBA entre 1973 y 1974, hasta que en 1975, la Triple A puso una bomba en la casa familiar. En esta entrevista, Kestelboim responde por las consecuencias de la disparada del dólar tanto para las pymes como para trabajadores, y con un capítulo también para quienes se endeudaron con créditos de tipo UVA. También analiza las consecuencias del tan publicitado –y poco explicado aún– acuerdo con el FMI, y el vencimiento de Lebacs del próximo martes, compromiso que tiene muy nervioso al gobierno, a los bancos y a las grandes empresas. «El panorama es muy incierto. Hay muchísima incertidumbre. Lo que yo digo es que el martes no es el cataclismo. No explota. No es el último día del macrismo. Sí es el día más importante de toda la historia macrista. Es el día D. El más dramático. No creo que se produzca un cataclismo pero sí va a haber de nuevo una sangría furibunda de reservas», dice el economista.

–¿Qué consecuencias tiene la disparada del dólar para los trabajadores? ¿Y para quienes tomaron créditos UVA?

–Cuando aumenta el dólar, y más de esta forma, que es brusca, y en la que se observa alta incapacidad por parte del gobierno para controlar la corrida, hay una situación de incertidumbre y de descontrol. Lo que termina ocurriendo es que el traspaso a precios de la suba del dólar, el pass through, ese impacto, es más fuerte todavía. ¿Por qué? Porque, ante el descontrol, los empresarios aumentan los precios de forma preventiva. Hay una fragilidad muy grande en la cadena de pagos. Eso a nivel de mercado entre empresas. Después, a nivel de los consumidores, hay que soportar aumentos de precios. Aunque, en un contexto como el actual, el impacto de la devaluación sobre los precios es menor, porque el consumo viene cayendo. Tanto en 2016 como en 2017 el consumo masivo cayó: se perdió entre el 6% y el 7% del poder de compra. Por otro lado, para quienes hayan tomado créditos UVA el impacto será muy nocivo. Como el valor UVA se ajusta por inflación, la cuota será más difícil de pagar porque la suba general de precios será muy superior a los aumentos salariales. Además, como la combinación de la suba del dólar y de las tarifas repercute proporcionalmente más en los ingresos de los sectores medios, el ingreso disponible para hacer frente a la cuota UVA será aún menor. 

–Este martes vencen muchísimos Lebacs, y eso genera un evidente nerviosismo en el gobierno y en el ambiente económico. ¿Estamos a las puertas de un default?

–Todavía no. Para llegar a ese escenario todavía falta. A pesar de que la aceleración de esta nueva crisis cada vez es mayor, el problema se está agudizando aceleradamente. De todas formas, el Banco Central aún cuenta con más de 55 mil millones de dólares de reservas, aunque alrededor de 30 mil millones son de libre disponibilidad. Con una economía que ya devaluó casi un 40% y con tasas de interés en torno al 40%, me parece que muchos actores financieros van a decidir buscar la renovación de sus Lebacs. Porque el camino devaluatorio ya se recorrió en gran parte. Pagar un compromiso del Banco Central en pesos emitiendo pesos no es un problema central. El problema central es la deuda externa. Aunque, eso sí, para el país sería dramático si los tenedores de Lebacs decidieran, de forma conjunta, irse al dólar. Ahí sí sería una bomba total. Porque esa operación implicaría más de la mitad de las reservas –casi el 60%– que hoy tiene el Central. 

–¿Qué porcentaje de no renovación de las Lebacs sería un alerta naranja o alerta roja? ¿Un 10 por ciento?

–No, más. Un 10% es lo que habitualmente no se renueva. Un 30 por ciento. Si un 30% de las Lebacs no se renovaran el martes ahí sí estaríamos en una situación muy grave. Ese sí sería un nivel muy complicado para la economía argentina. 

–¿Qué efectos concretos tendrá el acuerdo con el FMI? 

–Las condiciones que va a imponer forman parte del libro, del manual clásico. Las más duras van a ser el despido de empleados del sector público. También van a exigir la eliminación de derechos laborales: una ley de Reforma Laboral muy, muy dura, que garantice una mayor flexibilización laboral para poder contratar y despedir de forma mucho más simple. Van a tratar de que el gobierno no restrinja tanto las importaciones. Desde el punto de vista de la liberalización comercial, el gobierno ya hizo un poco pero para el FMI no será suficiente. Y, lo último, el cuarto punto, es la reducción del gasto público en obras en general, y en las partidas en general del gasto público. Todo esto junto implica, por supuesto, un fuertísimo ajuste. «