Danza es el noveno disco de Mariano Otero y algunas críticas dicen que marca su regreso al jazz. Pero el bajista, contrabajista y compositor no está tan de acuerdo: «Lo siento folklórico. Quería alejarme de la idea del jazz como género –puntualiza–. La música que nosotros tocamos en Danza no suele hacerse con grupos grandes, hay cosas que si no las tocás mucho son muy difíciles de lograr, y eso también es algo que busqué. El disco tiene un movimiento muy especial. Por ahí no entendés el tempo en algún momento, pero las canciones y el grupo se mueven juntos, es un trabajo muy interesante desde lo grupal. Nunca lo habíamos hecho así: esto se escribe así, pero no lo vamos a tocar exactamente así. Acá el grupo completa las composiciones», puntualiza el músico.

El flamante disco de Otero sorprende más allá de las expectativas: se trata de una música que llega por el lado menos esperado. Lo etéreo, algo que suena en el ambiente y se esparce sin que haya señalética que diga por dónde ir. Acaso lo de la vuelta al jazz haya surgido del desconcierto ante algo no esperado.

«Una vez estábamos grabando algo con Tony Malaby, el saxofonista norteamericano, y le mostré unos temas en partitura. ‘Marito, mostrame cómo se toca’, me pidió. Agarré la guitarra, lo toqué en el momento y le gustó mucho más. Me estaba diciendo que esa música se apreciaba más claramente cuando la tocaba que en forma escrita. Fue casi un comentario al pasar, pero para mí fue muy revelador de lo que estoy buscando. Uno tiene adquirida una cosa folklórica que no se puede traducir y es muy valioso trabajarla. No sé si es mejor o peor que otras influencias, pero es mía. Eso no lo encuentro en el jazz como género o en el rock. Quería que Danza expresara un espacio donde mandan la melodía y el groove», explica Otero.

El resultado son 16 temas que invitan a la contemplación, algo no habitual en los discos de Otero. También lo llevó a decisiones más bien políticas: sería exclusivamente instrumental, pese a que varios temas tenían letra («Montevideo», «Ana», «Un mes», ejemplifica a boca de jarro). «Si lo queremos articular con el momento político del mundo, del país, de la vida, para mí era necesario hacer algo bastante esencial», arremete llevado por la casi convicción de que cada vez que el artista se expresa en su arte lo hace sobre el estado de las cosas del mundo.

Pero no se trata de un discurso, algo preparado para ser perpetrado en un momento. «Tengo una forma de trabajar muy específica: si voy a almorzar a las 2, preparo la comida para las 2 –explica–. Pero esta vez dije: voy a hacer un ciclo en Thelonious con música nueva y no tenía nada escrito. Así que bueno, tuve que escribirla con presión y llegué justo con material para el primer show. Después fui componiendo más y con improvisaciones más cortas. Esa fue otra de las claves del disco. Danza tiene muchas composiciones, pero más breves. Antes un tema mío podía rondar los diez minutos, quería desarrollar cada idea al máximo. Hoy prefiero ser más contundente».


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(Foto: Diego Martínez)


–Trabajar en función de un objetivo es muy característico de la generación sub 30, y bastante moderno.

–Fue una búsqueda simplificar las ideas para que sean posibles. Un proyecto de esta magnitud, que incluye al menos ocho músicos, tiene que encontrar cierta practicidad. Tengo la fecha, la fecha me obliga al ensayo y el ensayo a la música. Como se dice: cuando venga la inspiración que me encuentre trabajando. Trabajar, buscar, investigar es lo que siempre hice.

–¿Creés que la idea del artista que va armando una obra corresponde a otra época?

–La idea del artista como un tipo que crea a pesar de sí mismo, con libertad y sin objetivos es maravillosa, como un sueño constante. Uno tiene que poder vivir en sintonía con ese concepto tan romántico. Creo que vivo pensando en eso y tratando de acercarme en lo que puedo. Por ahí pasa el tiempo y no sucede, pero te vas sacando como fotografías de tus distintos momentos y aprendés cosas de vos que con el tiempo pueden llegar a ser interesantes. Ahora pienso distinto que cuando hice mi primer disco. Pero si no hubiera hecho ese disco y todos los que vinieron después ahora no tendría referencias. Trabajo para crear música original y con carácter, quiero profundizar sobre un lenguaje propio. Por eso no grabo música de otros, no es mi rollo. Y me encantan muchas cosas que hacen colegas. Pero me siento más unido con la idea del artista que puede dar lo suyo. Por más que tenga que trabajar muchas horas en cosas que no es crear obra. En esa búsqueda, para poder plasmarla, voy poniendo objetivos más pragmáticos. Para mí justamente eso es poder balancear con la idea más romántica de la música.

Entre Umbral de mí (2015), su anterior disco, y Danza a Otero le pasaron cosas de esas que marcan de manera especial: se mudó, murió su padre, fue papá de nuevo. Ana es la nena que trajo al mundo con Eugenia, su «compañera», como más le gusta decir. Ella forma parte de la versión YouTube de Danza: allí participa a través de su cámara. «Es una filmación cruda. Me pareció muy valioso mostrar eso en una época en la que está todo tan editado y todo el mundo en su casa con una computadora elige la mejor imagen de sí mismo. Ofrecer al mundo la grabación de un disco completamente sin editar, sonando sin los procesos que finalmente permiten llegar al CD o las versiones en streaming. El objetivo de esas filmaciones fue mostrar lo que uno hace de forma transparente. Y quería que lo haga alguien de nosotros, que no fuera un equipo de filmación. Por eso es la cámara de Eugenia», detalla Otero.

A Manso, uno de los dos perros que conviven con un gato como las mascotas de la familia, Mariano Otero lo calla dándole comida. No se la da con la mano: la pone en su boca y deja que Manso la tome. «Es una táctica como para que sea suave con los chicos», explica. «Es que es como un bebé en el cuerpo de un león», ríe.

–¿Sentís que vas un poco a contramano?

–Constantemente escucho opiniones de los demás sobre mí. «Están buenísimas las canciones, pero tendrías que hacer tal cosa»; «está buenísimo el trío, pero tendrías que laburar con otra formación», entre muchas otras. Pero no siento que estoy a contramano: siento que estoy haciendo lo que quiero hacer. Los escucho con respeto y con cariño, pero me parece que si todo el mundo obedeciera todo lo que le dicen no existiría nada original, nada verdaderamente propio. La música es algo tan puro, es una de las pocas cosas intangibles y emocionantes que quedan. Poder estar en paz con la música y generar desde ahí una relación con todo lo demás puede ser una tarea muy linda para estar en la vida. Todo un plan. Danza es un pasito más en esa dirección.  «

Convicción y libertad creativa

Otero es un músico muy analítico y muchas veces esa característica se expresa en preguntas. «¿Cuanto más grande es el éxito, más difícil es salir de la dinámica que vos creaste, o hace falta valentía para salir de esa dinámica?», se interroga sin retórica. «En cierta forma trato de no mirar hacia el público –continúa–, es como el sector viciado del artista». Y sin que nadie le pregunte vuelve a indagarse en voz alta: «¿Cómo hacés para crear algo pensando en el público? El arte no tiene nada que ver con el público ni con el otro. Es una persona haciendo una cosa, o por ahí son dos o tres o diez juntos creando una cosa. Y después se comparte. Eso es muy diferente a estar haciendo algo para otro. Se muere mi papá, voy y escribo una canción. La escribo para escucharla yo. Claro que me encantaría que le guste a la gente, me llenaría el alma, pero es algo diferente a estar pensando en qué le puede gustar. Sería como todos los días ponerte cosas para que te vean de una manera o de otra. Así destruís lo más hermoso que tenés, que es la originalidad».

La crisis y los más vulnerables

Sin hacer un manifiesto, Otero tiene clara la relación entre el arte y la crisis. «Me crié en una casa en Avellaneda, donde mi viejo tenía una estudio en la terraza. Fue músico, profesor en el Instituto de Música de Avellaneda y también tenía su grupo. Mi mamá era maestra, después directora, rectora y psicóloga. Me crié sin la pretensión que me hiciera tener dudas con respecto a las cosas que quería hacer en la vida y cómo quería hacerlas. Entonces un momento más o menos difícil para mí no cambia mucho: sobrevivir hay que sobrevivir y hay que buscar la forma. Sería ridículo ver qué hago con la música ahora que está Macri y me vienen 10 lucas de luz cuando antes me venían 800 pesos. Son cosas que van por lugares diferentes», explica Otero.

Pero luego agrega: «Vivimos un momento angustiante. Cuando no te sentís representado por tus representantes es difícil todo. Pero me duele más la realidad del tipo sin recursos, de la clase baja. La política debería estar para igualar lo que desiguala el ser humano. No creo en la meritocracia ni en todas esas pavadas: hay que equiparar lo que está desigual. Con un gobierno de derecha puedo tener muchas menos posibilidades de desarrollar un montón de cosas, y con un gobierno popular voy a tener más. Pero lo grave es que con un gobierno de derecha el tipo que no tiene para los remedios se muere, y los chicos que nacen pobres casi seguro no van a tener posibilidades de salir adelante».