«Va a ser un escándalo, una obra monumental de colaboración masiva que plantea aprender de Atenas, del hombre superándose a sí­ mismo, y de vivir en el arte», anticipa Marta Minují­n sobre «El Partenón de libros» que construirá  

«Aprender de Atenas» es el tema del encuentro que dentro de cuatro meses tomará la ciudad alemana de Kassel y que este año tendrá su antesala en la capital griega, sede del templo que replicó Minujín hace ya 34 años en el cruce de las porteñas avenidas 9 de Julio y Santa Fe, con libros prohibidos durante la dictadura militar. 

La génesis de esa obra fue «celebrar la recuperación de la democracia». Corría el año 1983 en la Argentina y Minujín montó una réplica del Partenón, más humilde, en una de las arterias más emblemáticas de la ciudad de Buenos Aires. Este año la instalación busca «movilizar a la gente con su participación» y «valorar la libertad», resume la artista en entrevista con Télam. «Cien mil libros, cien días, cien artistas, un Partenón que replique al original (70 metros por 30 de superficie y 19 de alto), esta obra se termina cuando se leen los libros», dice Minujín dentro de su habitual mameluco blanco y fluorescente que la pierde entre las obras del gigantesco taller que ocupa en el barrio de San Cristóbal. «A esa superficie la enmarcarán 38 columnas de 14 metros y medio cada una (mil libros en cada una de ellas), sobre las que se sumarán los frisos», describe mientras extiende planos, bocetos y grillas que una asistente se anticipa a acercarle a medida que la charla avanza. 

«La obra costará 700 mil euros. Documenta otorgó 400 mil, el Ministerio de Cultura Nacional 90 mil y el resto, los 210 mil restantes, corren por nuestra cuenta. Buscamos por ejemplo que la empresa que construirá la estructura de hierro, Nüssli, acepte no cobrarnos a cambio de la publicidad que le significará participar. En Europa ubican a esta obra dentro del ‘top five’ de las más esperadas del año», resume la artista. Para la construcción del Partenón ya se recolectaron en Atenas y Kassel 35 mil libros que en algún momento de la historia fueron prohibidos por la censura, y que la gente deposita en containers luego de llenar una ficha detallando, entre otros puntos, por qué y cuándo fueron vedados. «No se aceptan libros pornográficos ni religiosos», señala quien por estos días está convocando a sellos de Latinoamérica a participar de esta acción, para que donen títulos alguna vez prohibidos. La recolección de ejemplares comenzó en octubre de 2016, durante la Feria del Libro de Frankfurt, Alemania. 

El 1° de marzo comenzará la construcción de la estructura de hierro y el 3 de abril se la empezará a forrar con libros cerrados al vacío para que no se arruinen si llueve. El 5 de junio será la presentación de prensa, el 10 de junio comenzará Documenta y por 10 días nadie podrá sacar libros para leerlos. A partir del 20 de junio se comenzarán a habilitar sectores, una columna por día por ejemplo, para que los visitantes elijan los libros que quieran llevarse. «Walsh, Rodolfo y María Elena, ambos prohibidos por la dictadura argentina. Balzac, prohibido por la Iglesia. Kafka por el marxismo. Nietzche por el nazismo. Lorca por el franquismo», repasa Minujín, hojeando un listado pensado para ayudar a las editoriales y a quienes quieran sumarse a la donación colectiva. En este marco, la artista espera poder «distribuir en las próximas semanas containers en puntos estratégicos de la ciudad para que la gente aporte más libros y, con ayuda de la Ley de Mecenazgo, trasladarlos a Documenta». Nacida en 1941 en la casa de sus abuelos, donde hoy funciona el taller que está remodelando y donde su abuelo Salvador hací­a los mamelucos que más tarde ella adoptó volviéndolos icónicos, Minují­n vivió parte de su infancia en Neuquén, paisaje que marcó su obra, monumental como las montañas. Cerca del lago Villarino su padre, León Minují­n, médico rural ateo, construyó junto a su madre, una española creyente y religiosa, la hosterí­a que ella aún visita tres veces al año y donde recibió la invitación postal para participar de Documenta. En 1963 Minujín realizó en Parí­s su primer happening, «La destrucción», en el que quemó todas sus obras; al año ganó el premio nacional del Instituto Torcuato Di Tella con las obras «Eróticos en technicolor» y «Revuélquese y viva». Ahí­ exhibió, en 1965, las icónicas obras «La Menesunda» y «El batacazo». Esta última llegarí­a a Nueva York acompañada por un escándalo de la Sociedad Protectora de Animales (lo clausuró por usar conejos y moscas encerados en cajas de vidrio), pero ya habí­a llamado la atención de Andy Warhol, con quien mucho después, en 1985, harí­a otra acción emblemática: en su Factorí­a neoyorquina «pagarían» con choclos la deuda externa. 

Por estos días, Minujín está trabajando «sobre la cartas que enviaba cuando vivía en París, donde lo único que extrañaba era el cerro Peñascoso, el lago Villarino. Estuve sola tres años, sin teléfono, sin nada. Tenía 16 años y mi marido era un estudiante de economía de 21 que me visitaba cada tanto, cada vez que podía escaparse del buque que capitaneaba su padre». «En esas cartas contaba lo que añoraba en el Sur, yo vivía como una salvaje con la gente del campo arriando los animales, subiendo las montañas y haciendo excursiones dificilísimas. Eso me ayudó mucho con el gigantismo de mi obra. Yo quería obras más grandes que el cerro Lanín. Me gusta el arte colosal». ¿Qué significa el reconocimiento de Documenta? «Lo mejor de lo mejor. Esta es la mejor muestra de arte contemporáneo del mundo y todo es experimental. No hay nada comercial, no hay nadie que venda, nadie que compre. Mirá si alguien me va a comprar ‘El Partenón de libros’. Es volver a eso de ‘arte, arte, arte'», concluye Minujín.