“Lamento que las mujeres sean automáticamente degradadas al recibir atenciones triviales que los hombres creen viril prestar al sexo, cuando, de hecho, mantienen así de forma insultante su propia superioridad. No es condescendiente inclinarse ante un inferior. Tan ridículas, de hecho, me parecen estas ceremonias, que apenas soy capaz de controlar mi reacción cuando veo a un hombre recoger un pañuelo o cerrar una puerta con entusiasta y seria solicitud cuando la dama podría haberlo hecho sola.”

 Este pequeño manifiesto contra el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad de su tiempo pertenece a Mary Wollstonecraft, de quien este mes se cumplen 259 años de su nacimiento. Se la considera la primera o una de las primeras feministas, y aunque los rankings históricos sean una forma un tanto reduccionista de referirse al pasado, lo cierto es que Mary Wollstonecraft, que nació en mitad del siglo XVIII, exactamente en 1759 y vivió apenas 38 años, fue una pionera en la reivindicación de los derechos de la mujer. Eso no le impidió ser una escritora prolífica y publicar Vindicación de los derechos de la mujer. 

Dicen que de tal palo, tal astilla. En este caso, el refrán popular es rigurosamente cierto. Mary Wollstonecraft, quien se casó con el político y escritor precursor del anarquismo William Godwin, fue la madre de Mary Shelley, la reconocida autora de la novela gótica más famosa de todos los tiempos por su fabuloso personaje Frankenstein. El apellido Shelley fue tomado de su esposo, el poeta Percy Shelley. 

A los 11 días de nacida la futura escritora, su madre murió de “fiebres puerperales”, una infección que estaba relacionada con la falta de higiene que caracterizaba a los partos en una época en la que no se conocía aún la perniciosa acción de esos microorganismos llamados bacterias. Su hija, que sólo estuvo con ella ese breve tiempo, escribió sobre ella: “(fue) uno de esos seres que sólo aparecen una vez por generación, para arrojar sobre la humanidad un rayo de luz sobrenatural. Ella brilla, aunque parezca oscurecerse y los hombres crean que está apagada, pero se reanima de repente para brillar eternamente». 

Mary Wollstonecraft y William Godwin constituyeron una pareja singular, una especie de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir avant la lettre. Sin embargo, el libro referido a su esposa que Godwin escribió después de su muerte con el fin de enaltecer su figura, tuvo el efecto contrario en la sociedad pacata de su época. En él revelaba que antes de que naciera la hija de ambos que murió a los 11 días, Mary había tenido una hija “ilegítima” con Gilbert Imlay con quien jamás se había casado, que había llevado una vida muy libre y que en su historial figuraba un intento de suicidio, probablemente con láudano, del que fue salvada. Durante muchos años, este libro escrito con afán enaltecedor, no hizo sino opacar la figura de esta mujer singular que rompió con los mandatos de su época, razón por la cual fue despreciada por muchos de sus contemporáneos y reivindicada por la Historia, aunque quizá no lo suficiente. Por su parte, Godwin proponía la abolición del matrimonio, una idea que tampoco resultaba aceptable en ese momento histórico y que no contribuyó a enaltecer ante los ojos de la sociedad la figura de su mujer. 

Rosa Montero le dedica a Wollstonecraft un capítulo en su libro Historias de mujeres. En él explica claramente el peso social que tenía en su época ser una mujer ávida de conocimientos, deseosa de lograr la igualdad. “Resulta difícil imaginar, desde hoy, ese mundo tan arbitrario e intelectualmente incoherente –dice Montero-; pero de hecho la vida era así; feroz en la esclavitud que imponía a las mujeres y en la ceguera que el peso del prejuicio provocaba hasta en las mejores cabezas. Por ejemplo, el filósofo Locke, defensor de la libertad natural del hombre, sostenía que ni los animales ni las mujeres participaban de esta libertad, sino que tenían que estar subordinados al varón. Rousseau decía que ´una mujer sabia es un castigo para su esposo, sus hijos, para todo el mundo´. Y Kant, que ´el estudio laborioso y las arduas reflexiones, incluso en el caso de que una mujer tenga éxito al respecto, destrozan los méritos propios de su sexo.  ´

Y continúa Montero: “Si lo más brillantes e innovadores pensadores de la época llegaban a decir unas majaderías de tal calibre, es de suponer que el ambiente general debía de resultar asfixiante para aquellas mujeres que, como Mary Wollstonecraft, estaban dotadas de una aguda inteligencia y del inconformismo y el coraje suficiente como para advertir la flagrante injusticia sexista en la que se vivía. Pero nadie, o casi nadie, les prestaba atención. Eran pocas las mujeres que pensaban así (entre ellas la española Josefa Amar y Borbón, que publicó en 1786 su Discurso en defensa del talento de las mujeres); y muy pocos hombres. Porque también hubo hombres en esta lucha, varones rigurosos y honestos que supieron llevar hasta el final sus análisis revolucionarios. Como Condorcet, el gran filósofo francés.” 

“¿Cómo llega una a convertirse en una pionera, a salir de la confortable normalidad de su tiempo y a sostener posiciones tan avanzadas que resultan marginales y peligrosas? –se pregunta Montero-. Pues no por una temprana y clara vocación histórica supongo, sino de una manera más humana y prosaica, por un ir deslizándose, poco a poco, por el camino de lo intelectualmente inadmisible y de la diferencia. En la vida sólo hay dos cosas en verdad irreversibles: la muerte y el conocimiento. Lo que se sabe no se puede dejar de saber, la inocencia no se pierde dos veces. Mary fue sabiendo  lo que era injusto y tuvo que ir actuando en consecuencia.” 

A pesar de que escribió diversos libros, a Wallstonecraft se la recuerda sobre todo por su Vindicación de los derechos de la mujer (1792). Sin embargo, La novela de María, inspirada en su amiga muerta durante el parto, Fanny Blood, también estaba referida a la situación de las mujeres. Sumamente preocupada por la educación femenina escribió, además, Reflexiones sobre la educación de las hijas (1787) . También son de su autoría Historias originales (1788), Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca (1796) que no son sólo apuntes de viaje, sino también una análisis de su relación amorosa con Imlay. Hubo, además, una Vindicación de los derechos del hombre (1792). 

En Vindicación de los derechos de las mujeres el núcleo temático es la educación deficiente que se le daba al sexo femenino en su época respecto de la que se les brindaba a los hombres. La diferencia de nivel educativo hacía que las mujeres aparecieran como “naturalmente” inferiores, dado que no tenían acceso más que a una instrucción elemental coincidente con la concepción de lo femenino del siglo XVIII: la mujer era pilar de la casa y/o adorno y nada bueno podía sucederle a quien que, como Mary, se atreviera a desafiar la legitimidad de ese lugar. 

En su diatriba, no sólo se dirige a los hombres, sino también a sus hermanas de género: “Espero que mi propio sexo me disculpe si trato a las mujeres como criaturas racionales en vez de halagar sus encantos fascinantes, y considerarlas como si estuvieran en un estado de eterna infancia, incapaces de valerse por sí mismas. Deseo de veras mostrar en qué consiste la verdadera dignidad y la felicidad humana. Deseo persuadir a las mujeres para que intenten adquirir fortaleza, tanto de mente como de cuerpo, y convencerlas de que las frases suaves, la sensibilidad del corazón, la delicadeza de sentimientos y el gusto refinado son casi sinónimos de epítetos de la debilidad, y que aquellos seres que son sólo objetos de piedad, y de esa clase de amor que ha sido denominada como su hermana, pronto se convertirán en objetos de desprecio.” 

Educarse, romper con la tradición y persistir en reclamo de igualdad fueron ideas rectoras de su pensamiento. Sin saberlo, ponía la piedra fundamental para la elaboración de un corpus de pensamiento feminista. A diferencia de muchas de sus sucesoras, estuvo bastante sola en su lucha por hablarle a una sociedad cuyas ideas le resultaban extravagantes y excesivas y que tenía una natural tendencia a la sordera intelectual cuando los reclamos eran hechos por una mujer. En el siglo XVIII, las mujeres instruidas que alcanzaban un pensamiento crítico e independiente eran una minoría y es de imaginar que debían pagar un alto precio por sublevarse a las verdades instituidas. 

De haber vivido hoy, seguramente Mary hubiera comprobado que no fueron suficientes más de dos siglos para que el prejuicio contra las mujeres se extinguiera por completo, dejaran de ser víctimas de la violencia de género como lo fue su madre y conquistaran totalmente el derecho de decidir sobre su propio cuerpo. No hay dudas tampoco de que hubiera estado a favor de la despenalización del aborto se dedicó en su vida y en su obra a sacarles las diversas máscaras con que cubría las verdades una sociedad hipócrita.